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Algunas cosas cambian

Por redacción
| 07 de junio de 2018

Cuando muy pocos hechos son realmente notables, una modificación inesperada puede convertirse en algo más que una noticia relevante. El líder norcoreano Kim Jong Un cambió las amenazas de guerra nuclear por la cortesía diplomática, convirtiéndose en pocos meses en un estratega de las relaciones internacionales, con la inesperada ayuda de Donald Trump.

 

El giro radical del 1º de enero (cuando anunció la participación de Pyongyang en los Juegos Olímpicos en Corea del Sur) sorprendió a propios y extraños, pero el impacto adquiere relevancia, sobre todo por la espontaneidad e imprevisibilidad del presidente estadounidense, para “jugar ese juego”, explican los expertos.

 

Después de años de tensión por las pruebas de misiles y ensayos nucleares de Pyongyang, que dejan al territorio continental estadounidense al alcance de las ojivas norcoreanas, Kim Jong Un anunció que el largo camino hacia la bomba atómica había concluido.

 

Fue una secuencia. Primero aprovechó la mano tendida por el presidente surcoreano Moon Jae-in, favorable al diálogo, en un contexto idóneo, a un mes de los Juegos Olímpicos que Seúl vendía como los “de la paz”.

 

Después visitó a las autoridades chinas, algo que no había hecho desde su llegada al poder a finales de 2011. Le siguió un histórico encuentro con el presidente Moon a finales de abril. Y finalmente llegará la reunión con Donald Trump, en Singapur.

 

“Era premeditado”, afirman los diplomáticos. “Kim sabía que empezar a restablecer los vínculos intercoreanos abriría la vía a negociaciones con Estados Unidos y alcanzaría a China”. Una premeditación cuyos fines, los propios expertos aún no definen como totalmente clara.

 

Después de las amenazas norcoreanas de apocalipsis nuclear y los insultos a Donald Trump, Kim Jong Un optó por comportarse como un hombre de Estado refinado, amable y a la escucha de sus interlocutores, durante su encuentro con Moon y con el presidente chino Xi Jinping.

 

Al mismo tiempo multiplicó los gestos de buena voluntad, como la liberación de prisioneros estadounidenses, el desmantelamiento de su centro de ensayos nucleares o la moratoria en el lanzamiento de misiles, lo que no dudará en recordar en el caso de que la diplomacia fracase.

 

Los mismos expertos le reconocen al líder norcoreano cierto talento para “poner unos actores regionales contra los otros”. Él “vio” a Pekín como un contrapeso clave, como una póliza de seguro, frente a Estados Unidos, y su “dominio” de los humores geopolíticos. Una evolución notable para un dirigente que en seis años no salió de Corea del Norte ni se reunió con un jefe de Estado extranjero. 

 

Trump fue quizá, sin saberlo, quien permitió al líder norcoreano hacer alarde de su talante diplomático. Porque la cumbre de Singapur es fruto de la espontaneidad del presidente estadounidense, quien, sin consultar con sus asesores, aceptó la invitación norcoreana cursada a través de Seúl. Luego, cuando Trump anuló por carta el encuentro, Moon y Kim volvieron a reunirse, por segunda vez en pocas semanas. Y Donald Trump anuló la anulación.

 

Los analistas hablan de una conjunción perfecta: “Habría sido imposible si no hubieran ‘convivido en el poder’ al mismo tiempo Moon Jae-in, Donald Trump y Kim Jong Un”.

 

Nada permite pensar que vayan a solucionarse las discusiones por el desarrollo nuclear, por las divergencias entre Washington y Pyongyang sobre este punto. Pero la estrategia diplomática norcoreana también va destinada a evitar la reanudación de la campaña estadounidense de presiones contra Pyongyang, que los organismos internacionales traducen en sanciones y aislamiento.

 

Si la cumbre fracasara, Kim Jong Un proseguiría probablemente con la “ofensiva de seducción” en vez de reanudar los ensayos de misiles. Sencillamente porque logró en pocos meses, cambiar algunas cosas muy importantes, al cambiar su enfoque respecto del mundo. Ahora las respuestas no sólo dependen de él.

 

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