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Juzgan a dos jóvenes por el asesinato de un estudiante

Un fiscal ha pedido que Augusto Caín Agüero Lucero y Martín Alejandro Tula sean condenados a prisión perpetua.

Por redacción
| 18 de septiembre de 2018
El padre. Oscar se pregunta por qué los homicidas atacaron con tanta crueldad a su hijo. Foto: Martín Gómez.

Oscar Fabio Fernández se sentó ayer frente a la Cámara del Crimen 2 de San Luis y recordó el momento en que le exhibieron el cadáver de su hijo, Fabio Ezequiel Fernández, con la cabeza destrozada por un golpe y con un balazo en el pecho. “Hasta el día de hoy no me puedo sacar de la cabeza la imagen de mi hijo en la morgue”, dijo.

 

Ese recuerdo no es lo único que lo persigue desde el 4 de noviembre de 2014, cuando asesinaron al estudiante universitario de 20 años, en un descampado cercano al barrio El Lince, en la zona sur de San Luis. Desde entonces, también lo carcomen muchas preguntas. Una es qué motivos tiene para seguir viviendo, después de que le arrebataron la vida a su hijo. “A veces, cuando me levanto, pongo los pies en el piso y me pregunto para qué seguir”, contó el padre de la víctima a los jueces. Y se contesta que sus otros dos hijos son una buena causa.

 

Recordó, acongojado, que durante el sepelio estaba tan enojado con Dios que hasta pensó y dijo en voz alta que tal vez lo mejor era que toda la familia se matara.

 

Al pensar en cómo asesinaron a Fabio, se preguntó el día del hecho y se preguntaba ayer “¿por qué tanta maldad, por qué tanta crueldad?”. “No lo puedo entender. Lo reconocí por lo poco que pude reconocer, porque la cabeza estaba destruida, pero apenas lo vi supe que era mi hijo”, declaró.

 

En cierto modo, parecía que la pregunta sobre la saña iba dirigida a dos jóvenes que ayer estaban sentados a sus espaldas, los acusados por el crimen, Martín Alejandro Tula y Augusto Caín Agüero Lucero.

 

Ayer, convocados ante el estrado por el presidente del tribunal, Gustavo Miranda Folch, cada uno a su turno contestó que no iba a declarar. Caín Agüero Lucero dijo que lo hará al terminar el juicio.

 

La hipótesis que los mantiene procesados y detenidos, y por la cual enfrentan un pedido de condena a prisión perpetua, es que uno de ellos concertó un encuentro con Fabio Fernández en el baldío, esa madrugada, probablemente por Facebook. Él, que era gay, seguramente quería un encuentro íntimo, pero los otros habrían concebido el plan de reu-nirse para robarle el celular.

 

Fabio, estudiante de primer año de la carrera de contador público, en la Universidad Católica de Cuyo, sólo soltaba su celular para dormir, han declarado sus familiares y amigos ante la Justicia. Pero esa madrugada, no se sabe por qué, lo dejó en su casa cuando fue a verse con Agüero Lucero y Tula.

 

Para el fiscal de instrucción Gabriel Lutens, que hizo la acusación por la cual la causa fue elevada a juicio oral, el hecho que la víctima no tuviera el teléfono que pretendían arrebatarle enfureció a sus atacantes. A eso se habría sumado que, ya iniciada la agresión y probablemente con la esperanza de disuadirlo de que lo siguiera atacando, Fabio le habría hecho notar a Caín que lo conocía.

 

Entonces –es la tesis del fiscal que actuó en la primera parte del proceso–, Agüero Lucero sacó un revólver y le disparó en el pecho. El arma experimentó una explosión que la desarmó y lastimó la mano del ejecutor. Horas después, una parte del revólver fue hallada en la escena del crimen. La Policía también secuestró un ladrillo y una piedra de unos quince centímetros de base por unos doce de alto que localizó cerca del cadáver. Creen que uno de esos dos objetos, o ambos, fue el arma empleada para golpear al estudiante en la cabeza.

 

Trató de defenderse

 

Ayer, el médico de la Policía, Alfredo Samper Battini, que examinó el cuerpo de Fabio en el lugar del hallazgo, repasó su informe de 2014 y detalló que el joven tenía graves lesiones causadas por golpes, en la zona occipital, que por la misma causa había perdido casi todos los dientes, que la herida de bala en el pecho era de unos 8 milímetros –no tenía orificio de salida, lo que indicaba que el proyectil había quedado alojado en el cuerpo– y que en ambas manos tenía lesiones que indicaban que había tratado de defenderse.

 

Para Lutens, no hubo distinción de responsabilidades entre ambos partícipes, ya que “hubo un evidente reparto de tareas y connivencia entre ellos”. Por eso los consideró coautores de homicidio calificado críminis causa, el que se comete para ocultar otro delito, o para asegurar su resultado, o para lograr impunidad.

 

La Policía llegó a Agüero Lucero y Tula porque, al parecer, uno de los dos “boconeó” lo que habían hecho, haciendo alusión, en forma despectiva, a la orientación sexual de la víctima. Y el rumor llegó a los investigadores.

 

“¿Qué les molestaba, que era gay? ¿Era necesario hacer eso por un celular? Según ellos, eran más machos que mi hijo, pero lo atacaron entre dos y usaron una piedra y un arma para matarlo”, dijo Oscar ayer, ante el tribunal.

 

Recordó que a los 16 años Fabio tuvo la valentía de admitirles su identidad sexual.

 

“Yo sufría por lo que le podían decir, pero él tenía carácter, por eso no le molestaba el qué dirán”, contó Adriana, la madre de Fabio, que también declaró en el juicio.

 

El padre contó que ayer sintió bronca, cuando iba a empezar la audiencia, al ver que Tula y Agüero Lucero “entraron acá como si entraran a un boliche, con la sonrisa de oreja a oreja”.

 

“Si hay un Dios, tiene que haber justicia. Tienen que hacer justicia para que mi esposa, mis dos hijos menores y yo tengamos un sentido para seguir viviendo”, les dijo a los jueces.

 

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