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Una distinción a veces deslucida

No siempre el otorgamiento del Nobel genera celebración masiva. Pasó este año con el doble de literatura. Y pasó con el primero que ganó un argentino.

Por Gustavo Luna
| 04 de noviembre de 2019

A veces, todo el orgullo que significa recibir un premio Nobel, el máximo galardón internacional en varias disciplinas, no suele quedar impoluto porque lo salpica la polémica sobre los méritos por los cuales alguien lo alcanzó. Quedó demostrado con la entrega conjunta del Nobel de Literatura 2018 y 2019 a Olga Tokarczuk y Peter Handke. A ella, en Polonia, su país natal, hay quienes la tildan de traidora por lo que publica; a él, austríaco, lo repudian por la defensa de genocidas balcánicos.

 

También es conocido el caso inverso de por qué no lo recibió el genial Jorge Luis Borges, sin dudas el máximo candidato argentino a ser ungido con el de Literatura, de no haber sido por sus recurrentes discursos de encomio a los dictadores que asolaron Latinoamérica.

 

Justamente el primer Nobel para esta región del mundo, y para Argentina en particular, el de la Paz 1936 a Carlos Saavedra Lamas, también se vio deslucido por motivos relacionados con el premiado, en particular, y con el proceso histórico que desembocó en la distinción, sobre todo, según los historiadores. En concreto, porque fue puesta en tela de juicio la imparcialidad de la diplomacia argentina en la mediación que puso fin a la cruenta Guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia. El canciller argentino Saavedra Lamas, nacido el 1° de noviembre de 1878, fue el mentor del acuerdo de paz.

 

A comienzos del siglo XX, un siglo después de los procesos independentistas que habían desembocado en la formación de los estados nacionales sudamericanos, muchas áreas del territorio continental, allí donde confluían los dominios de una y otra nación emergente, estaban sujetas a litigios de soberanía. El llamado Gran Chaco era una de ellas.

 

 


1937: Saavedra Lamas (izquierda), homenajeado en la Facultad de Derecho de la UBA, por haber recibido el Nobel.

 

 

El Chaco austral quedó bajo dominio argentino, mientras Bolivia y Paraguay se disputaban la posesión del Chaco Boreal. Para 1932, la discusión desembocó en la Guerra del Chaco, el conflicto armado más cruento que enfrentó en el siglo XX a los ejércitos de dos países de América del Sur, en ese momento empobrecidos.

 

Bolivia gozaba de una economía saludable, pero la crisis del sistema capitalista a partir del gran quiebre de 1929 hizo derrumbar el precio internacional del estaño, una de sus principales fuentes de riqueza.

 

En Paraguay, cuya economía se asentaba en la producción agropecuaria, la mayoría de la población era pobre.

 

¿Qué riquezas, más allá de la explotación de especies vegetales como el quebracho, para la obtención del tanino, vital en la industria de la curtiembre de cuero, podía ofrecer esa región que era llamada “infierno verde” por las altas temperaturas y la falta de agua?: petróleo. Al menos, eso indicaban algunos estudios en la época.

 

De modo que no podía pasar mucho tiempo para que la zona llamara la atención de empresas petroleras. Y así fue. La estadounidense Standard Oil, que llegó a ser la empresa más grande en su rubro, puso su mirada allí al mismo tiempo que la Royal Dutch Shell, de capitales británicos y holandeses. La primera estaba beneficiada con contratos de concesión en Bolivia, la segunda, en Paraguay.

 

 


Peter Handke y Olga Tokarczuk, dos premios polémicos que se entregaron este año.

 

 

No es descabellado afirmar que el conflicto, iniciado con un ataque boliviano el 15 de julio de 1932, arrastró al enfrentamiento y la muerte a soldados de dos naciones pobres que se mataron unos a otros por los intereses de empresas multinacionales extranjeras.

 

En torno a esta cuestión se cuelan los cuestionamientos a la diplomacia argentina, encabezada por el canciller Saavedra Lamas, como coordinador del grupo de mediación que integran Argentina, Brasil, Chile, Estados Unidos, Perú y Uruguay. Porque si bien fue loable su intermediación en el conflicto entre dos países vecinos, su intervención quedó sospechada de parcialidad favorable a Paraguay.

 

 

Demasiados intereses

 

La declarada neutralidad del gobierno argentino quedó en tela de juicio porque el país tenía fuertes lazos comerciales con capitales británicos, lo que le generaba un compromiso con la anglo-holandesa Shell. Eso no es todo. Dos tercios de las líneas del Ferrocarril Central de Paraguay se extienden en territorio argentino. El once por ciento del territorio paraguayo le pertenece, para entonces, a la compañía del latifundista argentino nacido en España, Carlos Julián Niceto Casado del Alisal. El presidente del directorio de la empresa era un cuñado del presidente de la Nación, Agustín Pedro Justo. Y son barcos argentinos los que dan salida, por vías de navegación argentinas, al ochenta por ciento del comercio exterior paraguayo.

 

La tendenciosa postura del país que preside Justo, y que Saavedra Lamas representa ante los vecinos enfrentados, se materializa en la entrega secreta a Paraguay de armas, trigo, apoyo logístico, combustible e información secreta. Y aunque la deslealtad del gobierno argentino trasciende, el compromiso es más fuerte y el presidente ordena a sus funcionarios que sigan colaborando con Paraguay, solo que ahora deben hacerlo “por debajo del poncho”.

 

Con Argentina mediando entre los dos contendientes, pero a la vez favoreciendo a uno a espaldas del otro, el conflicto desembocó en un cese del fuego el 14 de junio de 1935. El paso siguiente fue la tregua presentada por Saavedra Lamas, en representación de la Conferencia Panamericana, que los ministros paraguayo y boliviano aceptaron. El tratado de paz definitivo fue firmado tres años después.

 

Encabezar la comisión de mediación le valió a Saavedra Lamas la postulación y la obtención del premio Nobel de la Paz. También se hizo meritorio al galardón por la redacción del Pacto Antibélico o Tratado de No Agresión y Conciliación, firmado por 21 países de América y Europa en 1933.

 

“La falta de originalidad en algunos artículos, su presunción personal y las especulaciones tejidas para lograr el premio le valieron algún cuestionamiento de la distinción”, sostiene el historiador Felipe Pigna.

 

Como sea, un año después del cese del fuego en la Guerra del Chaco, el ministro de Relaciones Exteriores argentino, bisnieto del presidente de la Primera Junta, Cornelio Saavedra, recibió el Nobel el 10 de diciembre de 1936.

 

Asistió a la ceremonia en Noruega, pero difirió la entrega del diploma y la medalla para recibirlos en Buenos Aires, lo que aconteció el 9 de junio de 1937. Quería que la prensa local diera cuenta del acontecimiento, con la suposición de que eso sería un espaldarazo para su pretendida candidatura a la Presidencia de la Nación.

 

No tuvo suerte. Los mismos hombres de su partido evitaron apoyarlo. Su máximo logro, en política, fue haber sido artífice del fin de una guerra. Y en lo personal, haberse hecho acreedor a la máxima distinción mundial, aunque el rol de la diplomacia argentina, por él encabezada, no haya salido de aquel proceso con una imagen inmaculada.

 

 

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