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La historia del Castillo de La Toma (1ª parte)

Fue una de las estancias más grandes de San Luis. Sus dueños donaron la tierra para que se fundara La Toma. Por años fue un símbolo de la opulencia. Hasta Hipólito Yrigoyen compró tierras. Dicen que un fantasma aparece en uno de sus ventanales.

Por Johnny Díaz
| 16 de febrero de 2019
Delfor Domingo Fenández. "Nací en el castillo y pasé los mejores años de mi infancia con mis hermanos y mis primos, éramos los preferidos de mi tía Julia".

El castillo de La Toma, es un bastión de la construcción moderna del siglo XIX es uno de los enigmáticos edificios que se levanta a pocos kilómetros de la actual "Capital del Mármol ónix" y a unos 85 de la ciudad de San Luis.

 

Es una construcción que data de 1857 y tiene unos cien metros de largo y nos cincuenta de ancho y contaba con todas las comodidades que ameritaba una familia numerosa.

 

Tiene remanencias española o árabe dada cuenta de la influencia de esa casta en la Península Ibérica. Con un torreón y varias colmenas de defensa o avistaje en defensa de los indios que asolaban la zona. También se los conocía como "El Mirador" que nunca faltaba en la época, presentando formas similares a una fortaleza del Medioevo que lo convierte en un valioso símbolo histórico de los tomenses y un prestigioso atractivo turístico de la zona. 

 

Hoy la construcción está en unos de sus peores momentos edilicios, la humedad, la podredumbre de sus otrora lujosas maderas de escaleras y pisos, el paso del tiempo y la falta de cuidado han mellado toda su estructura. Todo parece ser cuestión de tiempo. Hoy el famoso castillo de "La Toma Vieja" como también se la conoce estaría inmerso en un hecho paranormal. Comentan que por las noches el espectro o el espíritu de una de sus dueñas deambula por los dormitorios de la planta alta y se deja ver en uno de los principales ventanales que dan al norte de la actual ruta. Otros dicen que muchas veces la van visto caminar o sentada en el acceso principal. 

 

Delfor Domingo Fernández, tiene 61 años, nació el 30 de diciembre de 1957, es hijo de Anita Esther Novillo y Delfor Fernández, "La partera estaba en el castillo y era una tía, Irma Piñeyro de Fernández" es uno de sus últimos herederos, dice que nació creció y vivió en el lugar hasta fines de 1980 cuando falleció su tía Julia, la última habitante del lugar, la mujer que alimenta en el populismo argentino, una bella historia de amor convertida en un famoso hecho esotérico.

 

Delfor dice que el castillo contaba con un amplio salón de ingreso, como una especie de zaguán que se iluminaba con un farol que funcionaba a carburo y después a gasoil, una sala de estar o comedor diario y a sus costados dos dormitorios como para cuatro camas o más. "Y si uno mira hacia arriba, verá que hay una especie de mirador del piso superior a la planta baja, era para saber quien venía de visita", dice. "Saliendo a una galería nos encontramos con lo que era una cocina, una habitación destinada a guardar herramientas de jardín que en los años '50 se utilizó para que funcionara un generador de electricidad y a la derecha una escalera de pinotea que conduce a las habitaciones superiores". Señala.

 

La construcción muestra el deterioro. El ingreso al patio se hace un poco dificultoso pero no imposible, allí encontramos restos de una antigua bañera de aquellos tiempos, el lugar donde funcionaba una bomba de agua, un baño y hasta dos habitaciones donde "dormía el personal doméstico". Dice Delfor. 

 

De ese lugar pudimos apreciar el lujo de la parte superior, amplios dormitorios con baños individuales, paredes con grandes estampados y techos de alfajías adornado de pinturas. 

 

"Tenemos que tener en cuenta que era una familia muy numerosa, eran once hermanos -dice Fernández- y más arriba otra habitación que tiene salida al frente del edificio donde estaban las cenizas de Antonio Fernández, mi abuelo y uno de los dueños, el otro era mi tío Prudencio que le había comprado la estancia a Darío David y a su hijo y en fechas patrias se colocaban dos banderas, la argentina y la española". Agrega.

 

Emocionado y tal vez viviendo los recuerdos de su infancia, Delfor dice que "la estancia tenía más de 30 mil hectáreas sin contar dos campos; 'El Triunfo' y 'El Oratorio' que con el tiempo y la falta de conocimientos de la existencia de esas  tierras se perdieron definitivamente".
"Mire para qué usted tenga en cuenta -dice- si viaja a Villa Mercedes por el camino de Juan Llerena pasando Alsogaray verá esos campos que son unas 6 mil hectáreas, la familia nunca supo que eran de mi tío Prudencio". Agrega mientras camina entre el follaje.

 

Lentamente y evitando cualquier tipo de accidente nos adentramos en el castillo, después de abrir un pesado portón fabricado en el siglo pasado donde no se ve ninguna soldadura y que se transforma en una pieza casi única en el lugar. Delfor muestra donde funcionaba la panadería y el horno hecho con cal y ladrillos fabricados en el lugar, más atrás un galpón donde guardaban mercadería, los carruajes, herramientas y la caballeriza.

 

"Mi familia no solo hacía el pan para la parentela y los empleados, sino que también armaban sus propios cigarrillos y elaboraban su propio vino. No faltaba nada". Agrega.  

 

El follaje y la falta de cuidado han hecho que los árboles se transformaran en los dueños del lugar invadiendo todo por doquier. 
De las plantas florales, muchas de ellas traídas de España y del amplio jardín, solo quedan recuerdos y en la imaginación de quienes vivieron en el lugar.

 

"Esto que se ve tapado por los árboles y el follaje, era un amplio jardín lleno de flores, mis tías cuidaban hasta el mínimo detalle y eran muy hacendosas, después de pasar el guardapatio había plantaciones de frutales, viñedos y un camino alternativo para el ingreso de los proveedores cuyo final estaba en los corrales y un canal de riego que se mantiene intacto.

 

La construcción muestra que años anteriores era dueña de una gran opulencia, los vestigios y los recuerdos de quienes habitaron la vivienda cuentan con detalles cómo se vivía en esos años. Delfor  dice que vivió ahí hasta que falleció su tía Julia, la ultima descendiente directa de Fernández. 
"A los 20 años me fui a trabajar a Villa Mercedes, lamentablemente perdí a mi padre y eso apuró mi regreso a La Toma donde viví con mi madre y mis hermanas. Traté siempre de no olvidar el lugar donde nací y pasé mi infancia, con mis primos éramos muy unidos, el tiempo y la vida nos fue separando". Agrega.

 

El sobrino nieto de Julia no evita el recuerdo  y también a la bella historia de amor que en torno a ella se cierna, una historia que terminó en tragedia según el relato popular.

 

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