Las mujeres latinoamericanas ganan en promedio una quinta parte menos que los hombres por cada hora trabajada, en uno de los hechos que retrata la persistente desigualdad en el campo laboral. Lo que mantiene lejos para la región, la meta de equidad en las remuneraciones para 2030.
Los economistas regionales de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), aseguran que la disparidad de género en materia de empleo en la región, se observa también en la menor participación laboral de mujeres, mayor tasa de desempleo y menos horas de trabajo por semana.
Desigualdades que se van acumulando. Cuando se mira el total de ingresos laborales originados por la sociedad, dos tercios son generados por hombres y solo un tercio por mujeres.
El “Informe Mundial sobre Salarios 2018/2019: Qué hay detrás de la brecha salarial de género”, publicado por la OIT a fines del año pasado, destaca que la diferencia de remuneración entre hombres y mujeres no se explica solo por variables como educación y experiencia, sino que obedece a factores de orden cultural.
Gran parte de la brecha laboral es resultado de variables que tienen que ver con condiciones como discriminación, estereotipos, sesgos inconscientes o la dedicación que mujeres y hombres dan a las tareas domésticas, que al final de cuentas resulta ser limitante para el desempeño laboral.
En muchas tareas públicas, las dificultades para conciliar las responsabilidades laborales y familiares, aún fuerzan a muchas mujeres a renunciar. El resultado es que las sociedades latinoamericanas aprovechan la fuerza de trabajo femenina en condiciones desiguales, al mismo tiempo que no reconocen su aporte a la economía con las tareas en sus hogares, en el cuidado y en sus comunidades.
En promedio, al menos 60 por ciento de las mujeres ocupadas en América Latina lo hacen en la economía informal, indican datos de ONU Mujeres.
Además, en la región las trabajadoras deben sumar las tareas domésticas, a su cargo mayoritariamente al igual que las del cuidado, y los aportes a sus comunidades u organizaciones en que participan, para mejorar la situación de su familia y su entorno, en lo que es una triple labor sobre sus hombros.
En Perú, por ejemplo, el mensaje es crudo: “Trabajamos más y ganamos menos, por eso en este 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer, continuaremos levantando nuestro lema: ‘Si nuestras vidas no les importan, produzcan sin nosotras”.
Y existe un llamado global a que las mujeres detengan su labor el viernes 8 de marzo por al menos una hora para hacer sentir en los países, tanto del Norte industrial como el Sur en desarrollo, el impacto del aporte de su trabajo productivo y reproductivo, como se llama al no remunerado que realizan en sus hogares.
Los gobiernos latinoamericanos se comprometieron a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030. Pero en el ODS 8, el del trabajo decente, incluye como meta 5 lograr para ese año la igualdad de remuneración por trabajo de igual valor. Pero sigue lejana.
En esta región de 646 millones de personas, la OIT estima que 117 millones de mujeres son parte de la población económicamente activa. Pero enfrentan un mercado laboral con lastres que no se solventan solo con leyes orientadas a la equidad en el empleo.
Es un cambio cultural lento, paulatino y constante, que requiere indefectiblemente de la voluntad política de un género masculino claramente dominante. La igualdad solo será real cuando cada aspecto de la vida cotidiana pueda expresarse en esos términos. Y el trabajo es uno de los componentes esenciales de esa discusión.


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