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De potrero, a “tontódromo”

En contra de lo que muchos suponen, no es la Plaza histórica de la Ciudad. Frente a ella quisieron matar a un gobernador.

Por Gustavo Luna
| 18 de junio de 2019

Fue testigo del intento de asesinato de un gobernador, cuando todavía era un potrero pero tenía al frente la residencia del mandatario. Luego estuvo rodeada de rejas, en tiempos en que era un parque, el “Pringles”, aunque los vecinos lo llamaban “el paseo de las flores”. Fue escenario de rondas –las mujeres en un sentido, los hombres en otro– en las que se conciliaban, con leves galanteos y gestos casi imperceptibles, futuros encuentros furtivos y, sobre todo, noviazgos en regla. Rondas en las que funcionaba una especie de “apartheid”, porque no todas las clases sociales tenían derecho a transitar los mismos pasillos. Hoy es el sitio de encuentro de la algarabía adolescente, en especial en la época en que terminan las clases. El “GPS” del gregarismo convoca a los chicos allí con tanta eficacia que algunos, unos como una humorada, otros con cierto tono despectivo por el propósito de los jóvenes de juntarse a hacer nada, la llaman el “tontódromo”.

 

Está al frente de la Iglesia Catedral. Pero no la rodea ninguno de los edificios públicos donde se ha cocinado la vida institucional e histórica de San Luis. Ese orgullo lo ostenta la “Independencia”, la otrora plaza mayor de la ciudad, la manzana en torno a la cual se asentó la aldea después de dos traslados, el primero en 1643 porque el río estaba muy cerca y la inundaba siempre, el segundo, en 1689, porque habían exagerado con el primero y el agua les quedaba muy lejos.

 

No, la plaza Pringles no es el centro administrativo de la capital puntana. De hecho, la ex Casa de Gobierno estaba a dos cuadras y le daba la espalda. Pero es desde hace décadas el epicentro de la actividad comercial de la ciudad.

 

Tiene en el centro la estatua ecuestre del valiente Juan Pascual Pringles, instituido como máximo héroe de la puntanidad. La Catedral, el Colegio Nacional y la escuela Normal “de Niñas” son los únicos edificios públicos que tiene enfrente.
 

 



Foto de José La Vía, con la Plaza enrejada.

 

 

Fue del gobernador Toribio Mendoza, en 1878, la idea de expropiar la manzana que ocupaba el potrero de don José Reyrrano para convertirla en un parque. Proyectaron que estuviera rodeado de un enrejado que terminara, en la parte superior, en puntas de lanza. Tal vez como prevención de intentos nocturnos de penetrar al paseo y cometer actos vandálicos, ya que las autoridades habían dispuesto que a las nueve de la noche los accesos fueran cerrados con candado.

 

Antes de eso, cuando aún era un baldío, a metros de él, donde hoy está la Iglesia Catedral, estaba la casa donde residía el teniente de gobernador Vicente Dupuy. El porteño amigo de San Martín gobernó San Luis desde 1814 y hasta comienzos de 1820, cuando los puntanos lo echaron y le pusieron, de ese modo, fecha al inicio de la autonomía provincial.

 

Apenas once meses antes Dupuy estuvo a punto de perder no sólo el cargo, sino también la vida. Los soldados del ejército realista tomados prisioneros por San Martín habían sido confinados a San Luis, de donde les sería difícil escapar para volver a sus filas.

 

Pero idearon un plan para huir, que incluía tomar armas y llegar hasta la casa del gobernador, en la esquina de las actuales Pringles y Rivadavia, y asesinarlo. Lo intentaron la madrugada del 8 de febrero de 1819. Fracasaron: muchos fueron condenados a muerte.

 

La plaza Pringles no existía como tal y el único paseo público donde exponer la severidad con que quisieron castigar el conato de rebelión era la plaza mayor, la actual “Independencia”: allí fueron ajusticiados los cabecillas del alzamiento.

 

 



Una imagen de la plaza premiada en un concurso provincial. Autor: Alejandro Lorda.

 

 

Juntos, pero no revueltos

 

Ya destinado a ser un parque que contribuyera a la urbanización de la aldea, en el que fuera un potrero plantaron decenas de eucaliptus que marcaban el contorno de una avenida circular interna. Y también colocaron casuarinas, palmeras, rosales, pinos, moreras y otras cuantas especies. Además, instalaron fuentes, cuenta Felipe Velázquez en su célebre obra “El Chorrillero”, de 1905.

 

El escritor e ingeniero geógrafo apela a eufemismos y a una prosa elegante para dejar testimonio de que los vecinos de clase humilde no podían recorrer la plaza por los mismos pasillos que los miembros de las familias pudientes. “Dánle mayor realce a la belleza del conjunto la disposición y número de sus avenidas, entre las que se distingue el paseo circular, predilecto del público elegante; en él de costumbre remolinea en denso y bullicioso torbellino nuestro mundo social, que puede llamarse aristocrático, si cabe el calificativo en esta sociedad eminentemente democrática por carácter”, escribió Velázquez.

 

Y siguió: “Circunscribe a la anterior, una segunda avenida en espacioso cuadrado, que se respalda en la linda verja de hierro y mampostería que rodea la plaza, a la que cubre a la vez por completo magnífica bóveda de verdura entretejida con el forraje de los frondosos árboles costaneros de la avenida, a cuya sombra perenne el paseante desalojado por el lujo, ese tirano social, de aquella otra pista más pintoresca y festiva, especie de torneo de la hermosura y fastuosidad, goza de las auras balsámicas que perfuma con su aroma aquel risueño consorcio de flores y plantas saludables”.

 

Hoy, además de las matas, la plaza que supo estar alumbrada con faroles a gas tiene una frondosa arboleda de eucaliptus, pimientos aguaribay, jacarandás, palos borrachos, al menos una de las antiguas moras y un paraíso que, como muchos otros de la ciudad, no ha podido escapar a una peste y se está secando, cuentan los jardineros municipales.

 

El periodista Jorge Rosales, en su blog inbicible. blogspot.com, cuenta que el parque Pringles tuvo su primera calesita en 1889: abría martes, jueves, sábados y domingos, a partir de las cuatro de la tarde. “Los días de trabajo la vuelta se cobraba 5 centavos, y 10 en las fechas de fiesta”; y en la publicidad que hacía en los diarios, el dueño, Domingo Gualano, advertía que no admitía el ingreso a chicos de más de 12 años.

 

Aunque le impusieron el nombre del héroe de Chancay, pasaron treinta y cuatro años para que instalaran en el centro la estatua ecuestre del soldado de San Martín. La obra del escultor de origen italiano Rafael Radogna recién fue colocada el 12 de octubre de 1912.

 

Hasta entonces, y desde 1860, los restos de Pringles estaban en el cementerio San José, “el de los ricos”. Lo habían trasladado a esa necrópolis desde El Chañaral de las Ánimas, donde había muerto el 19 de marzo de 1831, a manos de soldados de Facundo Quiroga.

 

Hoy, el héroe está sepultado en el ala sur de la Catedral, a la derecha de la nave central, a cien metros de donde el monumento lo muestra erguido en su caballo, mirando hacia el norte, empuñando el sable que una vez, la madrugada del viernes 30 de julio de 1993, alguien le arrancó de su mano derecha, solo por creer que por encaramarse a la estatua ecuestre y dañarla podía tener después algo interesante de qué jactarse. Motivos como ese justifican que hoy el monumento, con el sable repuesto, esté rodeado por una reja.

 

 


El monumento a Pringles está ubicado en el kilómetro cero de las rutas provinciales

 

 

Las voces de Repetto y Alfonsín

 

La plaza Pringles fue siempre escenario de mitines políticos. Para Juan Torres, uno de los placeros, el más recordado fue el que encabezó Raúl Alfonsín, durante la campaña electoral que lo convertiría en el presidente de la Nación del regreso a la democracia. “Fue un domingo, como a las diez de la noche. Había muchísima gente. Acá estaba el palco principal, donde estaba Alfonsín”, cuenta, señalando el ágora ubicada en el lado este de la plaza, debajo de la cual los empleados municipales tienen el depósito de herramientas. “Y había otros palcos accesorios, para otros dirigentes”, dice.

 

El dirigente socialista nacional Nicolás Repetto (1871-1965) es otro de los líderes políticos que arengaron a sus seguidores en la plaza. Fue retratado ¿por quién si no? don José La Vía.

 

Juan Torres tiene 48 años de antigüedad como empleado municipal y ya está cerca de jubilarse. Pero le tira la idea de seguir trabajando, para venir todas las mañanas a la plaza. Es que hace 23 años que todas las mañanas, de lunes a viernes, camina las seis cuadras desde su casa, en el barrio municipal de Rivadavia y Buenos Aires, hasta la Pringles. Él y su compañero Luis Marcelino Soria eran recolectores de residuos. Pero, cuentan, fueron asignados a limpiar y cuidar el paseo frente a la catedral cuando el entonces intendente Carlos Ponce –padre de Enrique, actual jefe comunal– asignó el servicio de recolección a la empresa “9 de Julio”.

 

Juan no comparte sus mañanas sólo con Marcelino y los jardineros. Después de lampacear los pisos se sienta unos segundos a tomar un respiro y a darle de comer a Tizón o Negro, un perro bautizado así en obvia alusión a su color, que todas las mañanas, desde hace cinco años, va a disfrutar de pasear en la plaza. “Es de una casa de Chacabuco y Balcarce, todas las mañanas le abren la puerta y se viene, entra en varios negocios y después llega acá”, cuenta.

 

No hay otras mascotas permanentes en el paseo, dice Juan. Es que Tizón marca territorio y conserva la exclusividad de las caricias y alimentos que haya disponibles.

 

Aunque Tizón no pudo ladrarle de cerca como para ahuyentarlo, un hornero emigró con su familia hace tiempo, pero dejó su casa allí, deshabitada, sobre el hombro derecho del coronel Pringles, hace casi dos años.

 

No fue la primera casita que el pájaro nacional de Argentina construyó allí. Un funcionario ordenó quitar la primera, con el argumento de que era una falta de respeto al máximo héroe de la puntanidad. Tal vez pensó que era una profanación como aquella de robarle el sable. Cuando amagó ordenar que hicieran lo mismo con la actual, los empleados le previnieron que una defensora de los animales había anunciado armarle un escándalo mayúsculo si la quitaba. Allí está, por ahora.

 

Ocho fuentes tiene la plaza: una en cada esquina y otras cuatro alrededor del monumento al héroe.

 

La última reforma profunda al paseo, vigente hasta hoy, fue eje de una polémica. La decidió la intendenta Mirtha Verbeke de Canta en 1994, cuando se estaban por cumplir cuatro siglos de la fundación de la ciudad. Seis concejales opositores denunciaron una adjudicación irregular de la obra a la empresa “MyM Construcciones”, que no tenía personería jurídica.

 

El cuestionamiento derivó en un intenso pleito judicial, en el cual el 11 de mayo de ese año la entonces jueza del Crimen 1, Mirtha Esley, ordenara paralizar las obras, mientras investigaba. Finalmente, la intendenta rescindió el contrato con esa firma y la obra fue terminada por otra.

 

Algunos de los 65 bancos que tiene la Pringles están un poco destartalados. Y uno de ellos muestra que los espacios públicos deben testimoniar no sólo el progreso material de una comunidad, sino también su evolución como sociedad: está pintado de rojo, como recordatorio de la necesidad de prevenir el femicidio.

 

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