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Deformaciones de un performer perverso

“Cooltura” en la única presentación argentina del inclasificable artista catalán que hace canciones de cuna con niños muertos y habla de los miedos que nadie tiene.

Por Miguel Garro
| 18 de junio de 2019

Las luces del teatro se apagan por completo y casi en simultáneo un bebé empieza a llorar a los gritos. Entre los espectadores están los fastidiosos que se preguntan “¿A quién se le ocurre traer un bebé a una obra de Albert Pla?”. Y están quienes al percibir que el llanto no cesa y al conocer un poquito la mente descarriada del actor que convoca empiezan a pensar que los gritos son parte de la puesta en escena.

 

Cuando el estruendo de un disparo de arma de fuego acaba con el ruido (y con el niño), los espectadores de la segunda tanda practican, en la oscuridad, una muestra de satisfacción. Los de la primera, los que pensaron –con razón- que llevar un bebé a un espectáculo de Albert Pla era, por lo menos, inapropiado, empiezan a preocuparse. Lo que viene será peor.

 

Es una obviedad decir que el público del cantante no es masivo ni suficiente como para llenar un teatro de mediano tamaño en Buenos Aires, pero parte de ese secreto oculto y a la vez luminoso que es Pla, su obra, su existencia y su forma de pensar, puede convocar en la misma función a Rep, el dibujante que el día del show le dedicó su viñeta en “Página 12”, y a Andrea Rincón.

 

 


Escenas de ”Miedo“ que dan miedo.

 

 

Albert es catalán, tiene 56 años y antes de decir que es actor, cantante, ilusionista, padrino de lo que no se debe hacer, diletante del humor negro, socio de lo que está mal visto, se debería presentar como performer. Su nuevo espectáculo, “Miedo”, se presentó el mes pasado en una única función en Buenos Aires, a la que asistió “Cooltura”.

 

El chiste del bebé acribillado es solo el inicio de una sucesión de muertes, vejaciones, burlas y otras perversidades que tienen al temor y al terror como eje. Pla parece no tener miedo a la muerte y por eso no entiende por qué el resto de la humanidad experimenta esa sensación. Los miedos del actor -o al menos los del personaje que interpreta en su nueva obra- son más terrenales y mundanos, casi infantiles.

 

 

“Miedo” es, como muchas de las presentaciones del español, una conjunción de teatro y música a lo que suma un tratamiento audiovisual creado por “Mondongo”, el dúo de artistas plásticos argentinos que fusionó para el show atmósferas con la palidez, lo lúgubre, lo sombrío y lo tenebroso que el tema propone.

 

 

 

Por eso mismo, los niños ocupan un lugar importante en la intrigante pieza. Hay, por ejemplo, una niña vestida de caperucita que aparece cada tanto para interrumpir sus monólogos cuando la extensión linda con el aburrimiento. “Canta, canta, no dejes de cantar/ si dejas de cantar, morirás”, le dice la nena y Pla no tiene más remedio que cantar.

 

“Miedo” es, como muchas de las presentaciones del español, una conjunción de teatro y música a lo que suma un tratamiento audiovisual creado por “Mondongo”, el dúo de artistas plásticos argentinos que fusionó para el show atmósferas con la palidez, lo lúgubre, lo sombrío y lo tenebroso que el tema propone.

 

 


 

 

El aporte de los argentinos refiere otra novedad: el espectáculo sostiene su parte visual en mappings proyectados sobre el telón que varían la escenografía. El único ser vivo en todo el show es Pla, vestido con túnica, dueño de una voz rascada que hace canciones dulces con muertes en lugar de soles y “pedazos de mi corazón”. A veces se vale de una guitarra, o de un ataúd. Dos elementos fundamentales en su obra.

 

Gracias a eso, el protagonista recorre las canciones que hablan del entierro de un niño que está vivo; fantasmas que vienen a buscarlo; una muñeca a punto de ser asesinada porque se quiere quedar con el padre de su dueña; un parque al que el niño no quiere ir por temor a ser asesinado; un circo donde pasan todo tipo de atrocidades y un ratón Pérez que en vez de esperar que se caigan los dientes se aparece por las noches para arrancar muelas y lengua y en vez de dejar chocolates o monedas deja sus “cagarritos”. Esa historia, por ejemplo, está contada como una canción de cuna.

 

Para ensayar una explicación de la desintegración mental a la que está sometido el español, una escena de “Miedo” podría remontar todo a sus propios orígenes. El niño, protagonista a veces de la obra, es abandonado por sus padres en un circo a manos de payasos sádicos, malabaristas que quieren entrenar con su esqueleto, un trapecista gordo y una bailarina sin dientes que intentó besarlo en la boca. Cuando el chico quema el circo es nuevamente rescatado por sus padres, que para ganarse el perdón lo invitan a robar un banco.

 

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