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El inolvidable Oba-Oba

En la década del 70 signó un antes y un después en la noche de los  puntanos. Por su local desfilaron artistas, poetas, escritores, gente de la radio, el deporte y la TV. Su dueño fue un innovador gastronómico.

Por Johnny Díaz
| 25 de enero de 2020
"Cacho" Dip. "Mi padre fue un transgresor, le cambió la vida a la noche puntana. Oba-Oba marcó el camino". Foto: Nicolás Varvara y gentileza.

De Amado Félix Dip, "Cholo", podría decirse que fue un transgresor de la gastronomía de la ciudad de San Luis. Fue el creador de Oba-Oba, entre otros bares y confiterías que en su momento llenaron de esplendor al centro de la capital puntana. "El Oba" fue un lugar que marcó un antes y un después en la noche de los sanluiseños.

 

En esa época, la década del 70, el centro ciudad giraba solamente alrededor de la tradicional plaza Pringles, un verdadero lugar de encuentros.

 

 

 

Nadie esperaba en aquel entonces que demográficamente la zona céntrica creciera de la manera que lo hizo y mucho menos que la  avenida Illia se transformara en lo que es hoy.

 

Sin embargo, la vida de este singular empresario —quien nació en Haedo, Buenos Aires, y falleció a los 69 años— comenzó con una sedería en calle Rivadavia, donde antiguamente estaba la sastrería La Moderna.

 

Amado Félix empezó a trabajar en la gastronomía tras llegar a un acuerdo comercial con los dirigentes de Sociedad Española Mutual Cultural y Deportiva en San Luis. Con ese convenio obtuvo la concesión para la atención de los billares del club y un bar.

 

"Mi padre era comerciante, había sido dueño de la sedería Denisse, le puso ese nombre luego de un sorteo de unas telas entre los clientes", recordó su hijo "Cacho", quien relata con orgullo la historia de su padre. "Vio la posibilidad de dedicarse a la gastronomía en el edificio de los españoles, con acceso por calle Colón  1132. Era un bar con billares y juegos de cartas, lo llamó Los Venados; agregó juegos de azar en los sótanos de la entidad y así funcionaba como un casino privado, que en San Luis no había", contó el hombre.

 

 

 

"Fue tanto el éxito que tuvo el sitio que mi padre y los dirigentes de la entidad gallega firmaron un acuerdo por años. Él y su hermano Ismael Félix se comprometieron a construir, modificar y refaccionar el lugar. Así nació el tradicional restaurante Los Venados; por esos años —en 1966— era el único que tenía un menú a la carta, un verdadero éxito", dijo el hijo, también empresario. 

 

"Con el correr de los años, mi tío se hizo cargo del restaurante. Mi padre le compró el bar de la esquina de Rivadavia y Pringles a su amigo Mauro Brianzó; allí había billares y se jugaba un juego denominado 'Casino', en el que Brianzó era muy preciso, jugaba casi de campeón", añadió "Cacho".

 

Dip expresó que por esos años en el centro puntano había un bar, el Ocean, y que "Cholo" transformó la esquina de la Catedral inaugurando un nuevo espacio. En 1968 abrió sus puertas Siroco, cuyo nombre refiere al viento cálido y seco que sopla en el norte de África.

 

"Fue la primera confitería sanluiseña donde las mujeres podían concurrir sin tapujos y donde se servían exquisitas picadas", recordó el hijo de Amado Félix. Vendían los más famosos tragos largos y los mejores whiskys importados; los viernes y sábados había shows y podían poner mesas y sillas en la plaza. Hasta ese momento solo tenía esa "licencia" la heladería Edén de calle Junín que había cerrado sus puertas en calle Pringles, al lado de la óptica Fenoy. 

 

 

 

"Para tener una idea de lo que cuento, en la esquina estaba Siroco, al lado la óptica Fenoy, después la pizzería París y un local de heladería Edén de los hermanos Ercolano", comentó Dip. Fue precisamente en ese local frente a la plaza central donde comenzó a funcionar el pequeño Oba-Oba. "Antes, mi padre había incursionado en otros emprendimientos; integró una empresa constructora para viviendas en sociedad con unos amigos, Covimar Cuyo (casas premoldeadas), que no fue tan exitosa y quebró, el Rodrigazo la mató", afirmó "Cacho".

 

En esa época la familia vivió momentos muy duros, pero pudo salir gracias a los amigos y al empuje que su padre le ponía a los negocios.

 

En 1977, Pedro Rico —gran amigo de "Cholo"— le prestó el local donde antes funcionaba la heladería de los hermanos Ercolano. Pudo armarse de una barra, sillones, mesas ratoneras y abrió sus puertas con ese significativo nombre que en portugués significa "basta de joda, vamos a trabajar". "Sin saber ni querer, de la nada, mi padre había dado en la tecla, comenzaba el cambio en materia de bares y confiterías en San Luis", aseguró con orgullo.

 

El lugar rápidamente se convirtió en el elegido por los amantes de la noche. En el espacio podían pedir blanco de pavita, huevos de codorniz, picadas de 36 exóticos platos y los mejores fiambres de la época, muchos de ellos traídos desde Río Cuarto o Mendoza. A los clientes se les ofrecía como una atención de la casa queso parmesano bañado en whisky. Un clásico.

 

 

 

Una novedad nunca más repetida en un bar era que el cliente tenía su propio locker con su bebida preferida. Adquiría una botella o dos de su trago favorito y la guardaba en un casillero que estaba a la vista y con llave. A una llave se la llevaba el cliente y la otra quedaba en la gerencia. Cuando el consumidor quería tomar de esa bebida, llamaba al mozo, le entregaba la llave y él le servía a su gusto. Una vez que el cliente se retiraba, el locker se volvía a cerrar. De esa forma, Dip, que era bueno para los negocios, "se aseguraba la compra de la bebida", dijo un excliente.

 

Oba-Oba tenía mucha fama y era frecuente que Carlos Monzón y "Cacho" Steinberg, por ese entonces dueños de unos campos en el sur de San Luis, también se sumaran a la concurrencia. "Cuando ellos estaban, 'Cholo' le ponía llave a la puerta, era imposible entrar", expresó "Cacho".

 

"'El Oba' era como un club privado sin serlo, era más bien pequeño. Cuando estaba a pleno, Dip mandaba a cuidar que no entrara nadie al menos que alguien se retirara", confió un nostálgico exconcurrente.

 

El bar era un emprendimiento familiar atendido por sus propios dueños, más la colaboración de un mozo de apellido Luna y de Miriam Ocaña en la cocina. Era tan íntimo el local que muchos clientes se atendían entre ellos.

 

 

 

Amado Félix Dip, el mentor de la noche puntana, tuvo cinco hijos: Liliana, Susana, Gloria o "Chiky", Amado Félix o "Cacho" y Alejandro. Los mayores muchas veces cuidaban sus espaldas en lo comercial.

 

Fue tan grande el éxito que tuvo Oba-Oba que en 1979 Dip alquiló en otro lugar; cruzó la plaza y se instaló en calle Junín, en un local de grandes proporciones cuyo propietario era Amado Rachid.

 

La historia de la noche puntana había comenzado a dar un vuelco importante. "Al nuevo local concurrían políticos, deportistas, comerciantes, funcionarios de Gobierno y gente que venía de ciudades vecinas atraída por la gran novedad y los espectáculos que en ese lugar se ofrecían", contó el hijo del expropietario.

 

Un piano de cola arriba de un pequeño escenario embellecía al local; en el fondo tenía un patio muy bien decorado, que se unía con la galería Sananes.

 

 

 

"Los fines de semana tocaban con singular éxito Carlos Granado de Río Cuarto o músicos de provincias vecinas y, de vez en cuando, había un show nacional", narró "Cacho" y aprovechó para ampliar que su padre contrató a Palito Ortega y a Sandro, un hecho que muy pocos conocen. 

 

Dip recordó que "ya todo había cambiado: de ser un emprendimiento familiar pasó a ser un gran negocio, teníamos un muy buen plantel de empleados gastronómicos, en la cocina eran espectaculares". Eran mozos "Beto" Lucero, Puertas, Eudoro "el Loro" Sosa, Ricardo Iglesias, Hugo Sosa, Oscar Ojeda, "Chacho" Baigorria, Carlos Muñoz, Rubén Soloa y Raúl Coachaca, entre otros. El equipo se reforzaba los fines de semana cuando había algún show o espectáculo artístico. "No me quiero olvidar de 'Panchito' Castillo —continuó Dip—, el histórico cajero: un jubilado que había llegado de Río Gallegos y mi padre contrató".

 

"Cholo" fue un innovador en materia de bares y confiterías, ponía especial énfasis en la atención de los clientes —hasta portero uniformado había en el lugar—. Su presencia era fundamental y muchas veces se acercaba a las mesas para saber si estaban cómodos y bien atendidos. A eso hay que agregarle los insumos, las bebidas de primera calidad y la higiene y limpieza del lugar.

 

"Cacho", quien tiene tres hijos (Gastón, Germán y Karim), enfatizó: "Los barrolucos, chacareros,  lomos al plato o las picadas eran un común denominador de 'el Oba', los clientes morían por esos sabores, era una especie de tradición".

 

Entre los años 1982 y 1983, Oba-Oba cerró de forma abrupta y su dueño abrió las puertas de una panadería en calle Colón. Un accidente en bicicleta marcó el camino de quien fuera un verdadero transgresor de la noche sanluiseña: sufrió la fractura de una de sus caderas y una incipiente diabetes lo atormentaba diariamente.

 

 

 

Amado Félix "Cholo" Dip tuvo varios locales a lo largo de su vida empresarial. Comenzó con la sedería Denisse, después el bar Los Venados, el restaurante Los Venados, Siroco, Qimei-Quipan, Borsalino en Juana Koslay, Leduc, Covimar Cuyo (empresa constructora), Oba-Oba de calle Pringles, Oba-Oba de calle Junín, Class y la panadería Alejandro en la calle Colón. Sin importar el orden cronológico, "Cholo" estuvo siempre con la amabilidad y rectitud características.

 

Amigos del gastronómico recuerdan que muchas veces hizo el planteo de que la Rivadavia en algún futuro, no muy lejano, debía transformarse en una vía peatonal, como lo es hoy. Incluso mantuvo varias reuniones con comerciantes vecinos y amigos para impulsar la idea que por ese entonces no prosperó.

 

"Después del accidente, mi padre nunca más fue el mismo. Su salud comenzó a deteriorarse rápidamente; yo había abierto El Foro en 9 de Julio y Rivadavia, un bar que vendí después de 20 exitosos años y en el que mi padre muchas veces me hacía compañía. Tenía diabetes y murió por problemas cardíacos a los 69 años".

 

"Cacho" contó que luego viajó a Venezuela, donde vivió 15 años para volver y radicarse nuevamente en San Luis y abrir un carrito-bar en avenida Ejército de Los Andes y Don Bosco, que lleva el emblemático nombre Oba-Oba Burger.

 

Fin de un ciclo que signó un antes y un después en la noche sanluiseña. Oba-Oba fue un ícono para muchos, que todavía recuerdan con nostalgia.

 

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