18°SAN LUIS - Viernes 26 de Abril de 2024

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“La derrota fatal de los pobres”

Llorar. Abrir el pecho a sollozos para que el alma encuentre alivio y el dolor salga, se lave. O escuchar o leer alguna anécdota inédita es, por ahora, el único consuelo que tenemos los que amamos a Diego tras su muerte. Los futboleros aprendimos a amarlo desde muy chicos; apenas lo vimos, quedamos hechizados por su magia bendita, por esos pies que regalaban arte y alegrías. Y ni hablar de su interminable rebeldía y esa inconmensurable resiliencia. Sobre todo cuando vestía la camiseta "albiceleste".

 

Muchos se sorprenden por las muestras de terrible amor que hoy, en su tristísimo final, le prodigan millones de argentinos. Es increíble que se sorprendan cuando viven en un país donde el fútbol es lo más importante. Si hasta el primer juguete que les compramos a nuestros hijos es una pelota.

 

Y él, "Pelusa", desde esa villa mugrienta, perdida en el conurbano bonaerense, se erigió en el mejor futbolista de todos los tiempos. Él mirará por siempre a todos desde arriba, sin ningún atisbo de duda.

 

¿Cómo no amarlo, si jugaba por su país con una entrega total y hasta sobrehumana? Si nos llevó a la gloria en México '86.

 

Una vez un colega, maestro, ante una hinchada de un humilde club puntano me convenció de que el fútbol, en muchas ocasiones, es el consuelo o la escasa alegría de los pobres. De aquel fatigado laburante que no llega a fin de mes y al que le sobran los problemas.

 

Allí, mirando esa feliz y desvencijada vuelta olímpica que daban hinchas y jugadores puntanos, tomé conciencia de que su equipo o su Selección nacional, cuando ganan en la cancha, alivian las penurias de su perra vida.

 

Y Diego era —y seguirá siendo— el abanderado del pobrerío.

 

Su origen humilde, de zapatillas rotas y embarradas, le enseñaron que los triunfos futboleros tienen más miel en los labios de un laburante que de un empresario sojero. Por eso, Diego siempre se enroló en equipos en los que no sobraba nada. Argentinos, Boca, Nápoli, Gimnasia…

 

Es cierto. Cuando jugaba era como la muerte, que tiene una sola vara para todos. Él igualaba a pobres con ricos a la hora de hacerlos gritar un gol suyo. Por eso tanto dolor. Porque en este mundo actual es muy difícil ser feliz. Si hasta parece una utopía alcanzar la felicidad.

 

Por eso, quienes nos aferramos fuerte al fútbol y vivimos ese deporte al palo fuimos muy felices de la mano del "Diez". Nos hizo festejar muchísimo adentro de la cancha.

 

Pero, además, como reza la letra de la canción de Los Piojos, le dio voz a los "sin jeta" y se rebeló contra muchos poderosos, contra la Italia rica y enfrentó a la FIFA. Combatió a todos aquellos que odian lo popular, a los que desprecian a los negros de mierda, al pobrerío.

 

Su forma de ser tan pícara, sus piernas mágicas y su lengua filosa nos enamoraron hasta endiosarlo. Amarlo hasta la médula. Tal vez ese fue el error. Tan así que creíamos que era inmortal, que este día espantoso jamás llegaría, que nunca nos dejaría solos. Sin defensor, sin abanderado, sin jeta, sin risas ni triunfos.     

 

Sí, nos queda su legado, la leyenda, sus cientos de goles maravillosos y partidos por YouTube. Las frases inolvidables. Pero ni con esa gigantesca videoteca nos alcanza. Para el "maradoneano" de alma, el fútbol ya no tiene sentido. ¿Para qué?

 

"Dios está muerto", tituló L'Equipe. Y la portada de los franceses es una verdad inmensa y dolorosa, como la partida de Diego. Solo queda llorar y mañana levantarse temprano para ir a laburar y volver a sacar cuentas para convencerse que, una vez más, no llegaremos a fin de mes. Salvo que esta vez no habrá goles, apariciones ni noticias del "Diez" que nos alienten o den fuerzas para seguir.

 

El Diego nos hizo ganar muchos partidos, nos llenó de orgullo. Levantó la Copa. Si Argentina existe en el mapa es por él. Su apellido es sinónimo de Argentina en cualquier rincón del planeta.

 

Pero el "Pelusa" nunca supo que con todo eso nos malcriaba. Porque jamás nos preparó para esto, para la derrota fatal de los pobres.

 

Chau, "Diez". Te lloro a mares.

 

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