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Héroe de Malvinas; heroína de la vida

De la frialdad de la guerra a la vida en un pueblo de seis mil habitantes que la tiene como una ciudadana ilustre. Del rechazo de su familia y algunos excompañeros a dar charlas en las escuelas de todo el país. La vida de una mujer que superó todos los obstáculos que se le presentaron.

Por Miguel Garro
| 30 de marzo de 2020
Tahiana contó que su familia no la apoyó con la decisión de cambiar su identidad.

Más que marcada por las luchas (que las tuvo, y muchas) la vida de Tahiana Marrone está signada por la superación. Una y otra vez tuvo que enfrentar a diversos adversarios que a veces fueron materiales, otros abstractos, para ir sumando pequeños triunfos en cruzadas afectivas, sociales y vitales. Ahora, siendo la que quiere ser, Tahiana ganó tantas batallas que también ganó la guerra.

 

Cuando era un adolescente, “como ella misma se define cuando se refiere a aquellos años” que se debatía entre las dudas incipientes de su sexualidad, tuvo que ir a Malvinas a defender una causa de la que no estaba muy al tanto. Pasó hambre, frío y miedo, pero como muchos de sus compañeros soldados, los superó. De regreso de la guerra más carnal que tuvo, supo rehacer su vida y estudió Ingeniería en Sistemas. Puso una empresa con sus hijos y su pasar económico fue óptimo: estaba ganando otra contienda.

 

Le faltaba entonces superar la batalla más personal, la interna. Sin más armas que su convencimiento y su férrea idea de felicidad y libertad, Tahiana empezó a abrir las puertas de un closet pesado y se decidió a ser mujer, tal como lo ordenaban, con el mismo ímpetu que los generales en Malvinas, sus hormonas.

 

“Soy intersexual porque tengo los dos géneros. Nací con XXY, una variación cromosómica. En realidad me considero intersexual a nivel genético y mujer a nivel físico”, dice Tahiana en su pequeña casa de barrio de Chañar Ladeado, una localidad santafesina que queda a 450 kilómetros de San Luis y de donde los jóvenes huyen y los viejos se van muriendo. El pueblo tiene dos excombatientes de Malvinas entre su población, en la actualidad inferior a seis mil habitantes.

 

Marrone nació en Corral de Bustos, en Córdoba. De padre electricista y madre ama de casa que este año hubiera cumplido cien años, llegó cuando el matrimonio era ya grande y había criado a cuatro hijos. “Ya de chiquita que - ría arreglar radios con mi papá, pero como buena oveja descarriada no elegí la electricidad, como mis hermanos, sino la electrónica”, dice.

 

Dueña de un humor ácido del que hará gala más de una vez durante la extensa charla con “Cooltura”, Tahiana se considera una mujer sin pelos en la lengua, transparente, que siempre va de frente y que no busca pareja, espera que llegue, aunque tiene cierto desencanto en materia amorosa con el género masculino. “Una vez un chico de un pueblo cercano me escribió para decirme que venía a visitarme. Pensé que iba a venir en auto pero me dijo que solo tenía bicicleta. Entonces, quedamos que viajara en colectivo pero le advertí que se iba a tener que ir temprano porque el último pasaba a eso de las siete de la tarde. Entonces me dijo: ´¿Pero cómo…? ¿No tenés auto vos?’. Yo le dije: ´Tengo auto, pero no soy remisera, mi amor´”.

 

Era un adolescente que había definido pocas cosas en su vida cuando enfrentó uno de los momentos más dramáticos de su vida. Pero que no sería el único que el destino le tenía preparado.

 

 

Relatos de la Guerra

 

Corral de Bustos pertenece al Distrito Militar de Río Cuarto en la disposición que el Ejército Argentino puso para Córdoba. Un día de enero de 1982, mientras hacía el servicio militar le ordenaron a su pelotón que fuera a despedir a su familia porque pasarían un tiempo lejos, en lo que aparentemente era una instrucción de rutina. “Mi mamá me dijo que llevara un pulorvecito por las dudas, porque yo era de andar sin medias”, recuerda Tahiana.

 

En tren hasta Córdoba y del aeropuerto de Pajas Blancas hasta Comodoro Rivadavia, el viaje transcurrió entre el silencio y la incertidumbre. Tal vez el espíritu adolescente –Marrone no lo recuerda con precisión- podría haber sumado a esas sensaciones algo de sorda expectativa.

 

Cuando aterrizaron en el sur, agradeció haberle hecho caso a su madre y cargar el abrigo al hombro. “Hacía un frío tremendo, un viento helado que volaba todo”, rememora quien pasó a ser soldado del Regimiento de Ingeniería 9 del Cuartel de Infantería que estaba en Sarmiento, una localidad cercana a Comodoro Rivadavia. La compañía contaba con 300 numerarios, de los que se seleccionaron 80 para acrecentar el que, teóricamente, era un entrenamiento especial. Entre ellos, estaba Marrone.

 

 

 

“Nos pasábamos todo el día caminando por el cuartel porque con otro compañero estábamos en el área de Comunicación, como nos gustaba la electrónica…Un día, andábamos sin hacer nada y un coronel nos encontró y nos preguntó qué estábamos haciendo. Cuando le dijimos nuestra tarea, nos respondió: —Ah! pero ustedes están al pedo. Pónganse en la fila”.

 

De esa formación al 2 de abril de 1982 pasó un suspiro frío y congelado. “En medio de un secreto total nos llevaron a Comodoro y de ahí, a las 11 de la mañana, nos subieron a un avión directo a Malvinas. En ese momento, el comandante del vuelo nos dijo que íbamos a las Islas y nos advertía de ´un posible enfrentamiento bélico´. Ninguno de nosotros entendía nada”.

 

Hasta el día de la rendición, el 16 de junio, el soldado Marrone estuvo en Malvinas. Pasó por el Almirante Irizar, anduvo en helicóptero de una base a otra, durmió en pozos con bombas que explotaban primero a cien metros, después a 40 y después al lado; se bañó en vertientes de agua helada y templó un carácter que todavía estaba en formación.

 

“Nos dieron un FAP, que es un Fusil Automático Pesado, con un cinturón que tenía cuatro cartuchos y un bolso extra. Todo pesaba como 100 kilos, parecíamos Rambo, pero no sabíamos cómo manejarlo”, sostuvo la combatiente en recuerdo de su pasado.

 


 


El día que se inauguró el Museo de Malvinas en Villa Mercedes.

 

 

 

Cuando se refiere a quienes fueron sus jefes, Tahiana los menciona como “los milicos” y los hace responsables de muchas de las cosas que pasaron en Malvinas, inclusive la derrota. “Ellos tenían decidido invadir las islas desde 1981. Eso es algo que intuyo porque a mi camada de servicio militar les hicieron hacer cosas que, a los chicos del año anterior no. Por ejemplo, a nosotros nos mandaban todos los días al Polígono de tiro y los que pasaron antes iban una vez por semana”.

 

Otro de los reproches es el hermetismo que sus superiores mantuvieron con la tropa en la previa a la invasión y la poca capacidad armamentista que les proporcionaron. En la guerra –jura- les dieron fusiles que no andaban y en los desfiles posteriores, para que los vea la gente, les entregaron armas de última generación.

 

El 21 de junio de 1982, ya rendido, el pelotón llegó a Puerto Madryn y fue recibido por la población como los héroes que eran. A partir de ese momento, en la mente de Marrone se empezaron a dibujar recuerdos recientes y alejados y quizás algo de su futuro, inmediato y posterior. Ya en el continente, se enteró de muchas cosas: la ayuda chilena al enemigo, el pasado de poco sueño y el cimbronazo que fue no pensar casi nada de su sexualidad en los días que duró el conflicto. “Ahí tenés otras prioridades: hay que luchar para que no te maten. De todo lo otro te olvidás porque lo importante es sobrevivir”.

 

La sensación dominante a poco de su regreso fue que no pasaría mucho tiempo hasta que esa gente que los recibía con honores los olvidara paulatina pero inexorablemente. Y en algunos casos los desplazara. Ahí comenzaría su otra lucha.

 

 

Dos peleas simultáneas

 

De regreso a Córdoba, Marrone formó pareja con una mujer a la vez que se puso a estudiar Tecnicatura en Sistemas. Tanto se preparó en su materia que le salió una oportunidad laboral en los casinos de Chañar Ladeado, que está 20 minutos en auto de Corral de Bustos.

 

Las ganas de cambiar de vida le abrieron algunos caminos que, a la larga, serían solo de ida. Se casó, se mudó a la localidad santafesina donde ahora vive y comenzó un tratamiento con testosterona para tener hijos. Eso fue, cree Tahiana, lo que determinó su futuro, su personalidad y su completitud.

 

Hace 25 años tuvo mellizos. “Cuando hago las cosas, las hago a lo grande”, bromea la mujer en una de las pocas chanzas que se permite cuando habla de sus hijos. Con ellos –estudiantes de Mecatrónica- comenzó a idear una aplicación de reclamos municipales muy útil que hace que el usuario y el funcionario encargado del área correspondiente tengan un trato directo por teléfono o por web. Les fue muy bien con ese proyecto y tenían planeado continuar con el desarrollo de software pero la decisión definitiva de Tahiana congeló la empresa y la relación con sus descendientes. “Hoy mis hijos están en Villa María, con la madre. Me bloquearon de todos lados. Antes, les escribía y cada tanto me respondían, ahora ni eso”, asegura con algo de tristeza y ve la injerencia de su exesposa en esa decisión. “De ella solo recibo intimaciones judiciales”.

 

 


La mujer pasa sus días en la tranquilidad de Chañar Ladeado, un tranquilo pueblo santafesino ubicado a 450 kilómetros de San Luis.

 

 

 

Tampoco la mujer tiene relación con sus hermanos (uno de ellos falleció hace varios años) ni con sus 17 sobrinos, a los que no ve hace mucho tiempo. Por supuesto que la razón de ese distanciamiento que inevitablemente se va convirtiendo en soledad es la decisión de ser mujer más allá de lo que piense el otro.

 

En paralelo a esa determinación, Marrone nunca bajó los brazos por ser reconocida como ex combatiente de Malvinas. Allí también tuvo que lidiar con la desidia de los organismos estatales y, más doloroso para ella aún, con el destrato de algunos de sus excamaradas de armas. Eso la empujó a pasar por una época en la que no hablaba con nadie, lo que ella misma define como “encerrarme con la cabeza en mi mundo”.

 

En 1991, bajo el Gobierno de Carlos Menem, los veteranos de Guerra empezaron a recibir, por primera vez, luego de años de reclamos por un reconocimiento, una pensión económica. “Eran monedas”, dice Tahiana, quien señala esa fecha como importante por otra cosa: fue cuando comenzaron a formarse algunos centros de excombatientes.

 

“Apenas llegados de la batalla nos decían ´los chicos de la Guerra´, después fuimos ´los loquitos de la Guerra’, hubo muchos casos de compañeros que la pasaron mal y se suicidaron. Pero hubo un grupo que nunca dejó de luchar”, expresó Tahiana, para quien el click definitivo, en los dos frentes de batalla, llegó en 1996.

 

Al principio creyó que ese punto de quiebre era individual, personal, pero en el contacto con sus compañeros comprobó que la transformación era general y que el replanteo llegaba en varios aspectos. “Nadie nos enseñó a ser veteranos de Guerra, nadie les dio elementos a nuestras familias para que sepa cómo es convivir con alguien que pasó por ese trance”, agrega la mujer, quien unifica en esa declaración sus dos luchas.

 

Uno de los grandes avances que consiguieron los ex combatientes por entonces fue la cobertura de salud, a cargo del PAMI, que sería fundamental en la vida futura de Tahiana.

 

 

Presente perfecto

 

A finales del año pasado, en su perfil de Facebook, la mujer les dejó un largo posteo a sus compañeros de guerra, a los que llama “hermanos y camaradas de la turba malvinera”. Luego de unos comentarios jocosos (“no me peguen, no soy Giordano”, “es largo lo que escribí pero en una hora lo terminan”), se declara la única mujer entre tanta feromona y testosterona, “aunque para algunos ni fu ni fa, porque a su edad algunos le dan la espalda al sexo”.

 

Más que para demostrar sus dotes humorísticas, el mensaje de fin de año tenía algunas consideraciones cercanas a la confesión: “Perdí mucho en estos últimos tres años y medio en cuestiones afectivas, pero recuperé otras que tenía en el baúl de los recuerdos, entre ellas están ustedes, que me han aceptado tal como soy, así de loca, despistada, incondicional, desequilibrada, como algunos que conozco jajaja, y por sobre todas las cosas con un corazón enorme, para albergarlos a todos”.

 

En la misma carta, Tahiana demuestra una devoción extrema por la Virgen de Luján y se encomienda a Dios para el futuro, al tiempo que les pide a sus compañeros que hagan lo mismo. “Soy muy creyente y a la Virgen le pido cosas todo el tiempo, como le pedía en las Islas”, dijo.

 

Unos pocos meses después de esa demostración de cariño, en la charla con “Cooltura”, la mujer parece en la necesidad de despegarse de sus compañeros, otra vez en vínculo directo con su elección de vida. Dice que seguir aferrada a cosas del pasado le duele, “Me tengo que abrir a vivir mi vida nueva tal como es; estar pendiente de lo que ya pasó no es bueno”. Es por eso que Tahiana imagina una etapa renovada aprendiendo inglés; en viajes constantes, como el que hará la semana que viene a Trelew para dar una charla en un centro universitario o como el que hizo a mediados del año pasado a Villa Mercedes, para la inauguración del Museo de Malvinas. “La pasamos genial, fuimos a la Calle Angosta y conocimos una ciudad hermosa. Espero volver pronto”, dijo.

 

En el verano estuvo de vacaciones por el interior de Córdoba y el mismo día que regresó festejó su cumpleaños número 56 con un grupo de amigas con las que comió unas pizzas y le hicieron una torta.

 

Mientras tanto, sus días pasan en la tranquila Chañar Ladeado, donde hace cosas “para no aburrirme” y se levanta a la hora que quiere, algo que puede hacer porque nadie depende de ella y ella no depende de nadie. Le gusta cocinar aunque como no suele acertar con las cantidades hace comida para dos o tres días; mirar películas aunque tiene 60 bajadas que todavía no pudo ver; cortar el pasto de su casa, tomar mate en la casa de una amiga, ir a la pileta, sentarse en la computadora a programar y chatear con personas de todo el mundo.

 

En el pueblo todos la conocen y la saludan gracias a una personalidad jocosa y a la buena onda con la que transita en las calles hace un cuarto de siglo, ya sin esconderse de nadie. “Cuando salí del closet pensé en irme a vivir en Buenos Aires pero después decidí quedarme porque me gusta ser única y en Chañar no hay nadie como yo”, señala con su humor de siempre.

 

Unas fotos suyas viralizadas por grupos de WhatsApp la decidieron a dejar de esconderse. Y demostraron, una vez más, la decisión que tenía Tahiana por mostrar su nueva vida y la constante actitud de redoblar la apuesta o de aprovechar una mala acción de otro en su beneficio. “Un tipo, después me enteré quién era, un machirulo cualquiera, me sacó unas fotos en la pileta y las pasó a sus contactos. Cuando me enteré les pedí a la gente que me las mostrara, pero nadie las tenía. Entonces me hice sacar unas fotos relindas, elegí la mejor y la subí a mis redes y les pedí a todos que la compartieran para ver si tenían más éxito que las otras”, vuelve a reírse del hecho la mujer que como consecuencia de ese descubrimiento perdió su trabajo pero ganó otras cosas.

 

En su condición individual, Tahiana se considera por fuera del colectivo LGBT, aunque su pelea por el respeto de los derechos de todos abarca a los miembros de ese grupo. “Yo no crecí como ellas; yo me desarrollé como un varón, no nací como las otras chicas, no tuve su infancia y mantuve algunos de los valores de entonces. No soy como otras que se operaron y parece que les sacaron el cerebro”, dijo concluyente.

 

Las cientos de veces que durante años fue a las oficinas del PAMI para ver si había novedades sobre su operación de cambio de sexo parecían no tener respuestas. Lo mismo que las seis veces mensuales que llamaba por teléfono a la casa central en Buenos Aires. Muchas veces le dijeron que solo faltaba una firma y ella les ofrecía una lapicera de regalo. El 2 de octubre de 2018, en una oficina del PAMI de Rosario con todos los jerarcas de la obra social a nivel nacional, una abogada amiga, el presidente de los centros de ex combatientes de todo el país y un grupo de cirujanos, Tahiana recibió la noticia de que estaban en condiciones de operarla. Era el fin de una lucha que llevaba años, no se sabe cuántos. Tal vez haya comenzado en el adolescente perdido que fue a la guerra; tal vez se haya desarrollado entre las trincheras del sur; tal vez haya tomado fuerza al regreso; o cuando nacieron sus hijos, o después. Poco importa.

 

Le dieron fecha para el 17 de octubre y Tahiana respiró ante la posibilidad de más de un año para prepararse. Pero eran 15 días, que pasaron con la misma lentitud que las jornadas en la guerra. Los resultados de la intervención fueron óptimos. A un año y medio de esa fecha trascendente en la vida de la mujer, se acerca el primer control médico tras la operación y Marrone se prepara para que el cirujano la rete. “Por falta de uso”, dice y lanza una nueva carcajada.

 

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