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Detrás de una bandera

La crisis del COVID-19 ya presenta consecuencias políticas importantes. Cómo el manejo de la pandemia por parte de los líderes mundiales impacta directamente en su imagen.

Por Agustina Bordigoni
| 05 de mayo de 2020

Si hay algo de lo que se ha hablado en los últimos días es del efecto que los politólogos llaman “rally round the flag”, lo que en español significaría algo así como “agruparse detrás de una bandera”. La frase alude a que en tiempos de crisis, como la actual pandemia del COVID-19, la población tiende a aglutinarse y a orientarse hacia un mismo lugar: luchar contra el enemigo o la amenaza común, todos del mismo lado y en la misma guerra. Sucedió lo mismo en varias guerras libradas en el mundo (y que hicieron olvidar por un momento los conflictos internos) y en las que el interés común se centró en la victoria. Sigue pasando también en la memoria colectiva que nos une en los reclamos territoriales, que no admiten discusión alguna.

 

En este contexto, los líderes políticos, primeros ministros o presidentes se convierten en algo así como la bandera a seguir, la representación de la autoridad de la que todos dependemos para salvarnos y para enfrentar lo que viene. Y es en este momento también en el que la popularidad de los mandatarios del mundo suele subir de una manera estrepitosa. Eso, claro, contando alguna que otra excepción.

 

Es lo que ha sucedido con la epidemia que tiene a los sistemas sanitarios y a las economías en jaque. Ponerse la crisis a cuestas no es poca cosa, y en esto tanto gobiernos como oposiciones parecen estar de acuerdo. Por un momento la situación logró lo que parecía imposible. Pero el efecto de esta popularidad súbita ¿será permanente?

 

 

Popularidades en crecimiento

 

En términos generales la imagen positiva de los mandatarios del mundo aumentó: incluso en los países más afectados como Italia, la popularidad del primer ministro Giuseppe Conte comenzó a crecer desde la llegada del virus al país. Y todo indica que así será, por lo menos, hasta que se aplaque la crisis.

 

La polarización tiene poco lugar en los países salvo ejemplos concretos como el de Ecuador o Brasil, ambos excepciones a la regla del aumento de la valoración favorable de los gobiernos. Y esta regla general sucede porque incluso sería mal visto (y con toda razón) que la oposición o los gobiernos utilicen una pandemia de estas características para conseguir algún tipo de rédito político a futuro.

 

La imagen positiva de los presidentes latinoamericanos creció considerablemente ya durante los primeros días de la pandemia: el caso más evidente es tal vez el del chileno Sebastián Piñera, que pasó de un 6% a un 21% en pocos días. No es poca cosa teniendo en cuenta el porcentaje inicial, el más bajo de la historia del mandatario, tras las protestas que iniciaron el año pasado y que habrían continuado –y bajando la cifra de aprobación– de no ser por el COVID-19.

 

La imagen positiva de los presidentes creció en casi toda la región: según estudios de consultoras particulares el argentino Alberto Fernández cosechó cerca del 80% de apoyo desde las primeras decisiones, así como el peruano Martín Vizcarra el 87%.

 

En algunos casos la ecuación se orientó hacia otros líderes que no son precisamente los presidentes: en Brasil el por entonces ministro de Salud Luiz Henrique Mandetta ganó amplio apoyo por oponerse a las órdenes de su presidente y reclamar medidas más estrictas y en Colombia los gobernadores locales lograron incluso un mayor crecimiento en popularidad que el propio presidente Iván Duque (aunque a este último tampoco le fue mal, ya que quienes lo apoyan pasaron del 23 al 61%).

 

La época de juntar apoyos también le llegó al presidente Donald Trump en los Estados Unidos, tras un año cargado con acusaciones de fraude, juicio político y una casi guerra con Irán de por medio. De todo eso salió airoso el presidente y actual candidato a los comicios de noviembre de este año, a pesar de haber minimizado en principio la crisis. O comprendió la gravedad del asunto o entendió los efectos políticos (y no tanto sanitarios) de una decisión tomada a tiempo. Lo cierto es que su imagen quedó también mejor parada frente a un proceso electoral que está próximo a realizarse.

 

Sin embargo, puede que este idilio político en medio de tanta desolación en verdad no tenga impacto futuro a largo plazo. Al fin y al cabo los presidentes tendrán su momento de apoyo para salir de la crisis, pero nada garantiza que lo tengan después. Incluso la situación puede revertirse y los números actuales virar hacia una pérdida de popularidad por ahora incalculable: muchos ya están trabajando para que las inevitables pérdidas económicas tengan menor impacto o al menos para que no sean asociadas a su gestión.

 

 

A contracorriente

 

Si hay dos excepciones a la regla, podríamos decir que las más claras sin duda son las del presidente brasileño Jair Bolsonaro y la del mexicano Andrés Manuel López Obrador. Sus niveles de popularidad cayeron a la misma velocidad en la que aumentaron la de los otros líderes mundiales, y lo hicieron a cifras históricamente bajas.

 

Una cosa los une: ambos minimizaron la crisis. Pero no solo eso, incluso hasta se refirieron a la enfermedad como una “gripecita” y pidieron a la gente que continuara con sus vidas normales, algo que cayó muy mal entre sus poblaciones. El efecto: nadie les hizo caso. La sociedad se puso en cuarentena pese a la voluntad de los presidentes, y por supuesto su inacción fue vista con muy malos ojos porque los ejemplos de acción de los mandatarios extranjeros están a simple vista. Las autoridades locales, los ejércitos o los ministros se convirtieron en el poder central y en la bandera a seguir.

 

En ambos casos, a la vez, la preocupación primordial de los mandatarios fue la economía: lo que el Estado deja de recaudar, lo que las empresas de Andrés Manuel López Obrador, presidente de México. producir y el posible costo que esto conlleva en las fuentes de empleo, la pobreza, y la recesión general de la economía.

 

Pero la aparente dicotomía entre salud y economía no es tal. Más allá de que los costos económicos están a simple vista, si no se hace nada por la salud, la economía no tendrá a largo plazo personas de las que nutrirse. Y sin personas las economías no caminan, y sin salud tampoco las personas.

 

Por lo tanto, ambos presidentes se quisieron adelantar a una situación para la que no existen caminos cortos. Las comparaciones fueron inevitables. Las pérdidas humanas de ambos países no lo son.

 

 

¿Efecto rebote?

 

Si bien es un tema de salud, sus consecuencias pueden medirse en el plano político. Algunos líderes sin duda saldrán fortalecidos y otros gozarán de un apoyo tan grande como momentáneo, aunque eso dependerá de la duración y el desarrollo de esta crisis.

 

Si los ojos se ponen en la economía, probablemente gran parte de esa imagen positiva se pierda.

 

Es difícil saber cómo afectará a los mandatarios esta crisis en el largo plazo. En el corto, es evidente y comprensible que todos estemos bajo la misma bandera. El juicio político vendrá después.

 

Pero hay una cosa que es importante: vaya para donde vaya la opinión, las prioridades son otras y eso es algo que no puede olvidarse en tiempos de pandemia.

 

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