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El crimen del rosarino

Fue en un restaurante en la zona de Puente Blanco. Lo asesinaron a golpes dos de sus empleados. Lo enterraron cerca de El Volcán. Tres de los cuatro implicados fueron condenados a cadena perpetua.

Por Johnny Díaz
| 28 de junio de 2020
Página 5. El Diario de San Luis brindó durante varios días una amplia cobertura del crimen de Alfredo Carlos Laino. Nunca antes la provincia había vivido un hecho de similares características.

En los albores de la década del 70', un hecho pasional convulsionó la ciudad y toda la provincia de San Luis: el crimen de un empresario gastronómico —muy conocido en el medio— movió los cimientos de la parsimonia de los sanluiseños. Para la prensa nacional fue “El crimen del rosarino”. Para San Luis fue el homicidio más espeluznante que recordaba, según El Diario de San Luis por aquellos años.

 

El rosarino Alfredo Carlos Laino tenía un restaurante en el balneario municipal de Puente Blanco, por aquellos años, ingreso obligado a la capital sanluiseña.

 

Al frente, donde hoy están los edificios de Canal 13, las salas teatrales del "Berta Vidal de Battini" y el Parque de las Naciones, existía un predio del Estado provincial al que todos conocían como Las Chacras Experimentales, que estaba poblado de árboles de distintas especies, algunas plantas frutales, floridos jardines, ligustrinas y canchitas de fútbol.

 

El restaurante del rosarino tenía entre sus ofertas gastronómicas “30 platos por un peso”. La particularidad de la propuesta era que para pasar al segundo plato había que comer todo lo que tenía el primero, si no, la oferta perdía su valor. Y de alguna manera también se podía hacer uso del natatorio municipal que aún existe.

 

El local funcionaba a pleno, el público era masivo y fundamentalmente los fines de semana donde concurrían comensales de localidades vecinas atraídos por los “30 platos” que ofrecía orgullosamente.

 

La ciudad de San Luis por aquellos años no era ni la sombra de lo que es hoy. Era más bien una ciudad chata donde todo, o casi todo, terminaba al salir de las cuatro avenidas. Su población rondaba los 40 mil habitantes, pese a ello, era la ciudad más poblada de la provincia.

 

De hecho no existía la avenida Ciudad del Rosario y el único ingreso era por República Oriental del Uruguay y Playas de Miramar después (hoy Avenida del Fundador y Héroes de Malvinas) que además en un tiempo oficiaba de ruta nacional hasta la calle Yapeyú, donde se giraba a la derecha hasta avenida Ejército de los Andes, que era de tierra.

 

El espacio gastronómico era atendido por el propio rosarino, su mujer Orlanda Ana Bustos Smith y dos fieles empleados: Oscar Alberto Rivero y Clímaco Pereyra, además del personal de cocina. Eran unas 10 personas en total donde se destacaba Carlos Crispín Lucero por tener algún grado de amistad  con Pereyra.

 

La realidad nada hacía prever lo que pasaría un día en el lugar. Largas noches de copas, interminables sobremesas y reuniones furtivas entre uno de los empleados del rosarino con su propia mujer comenzaban a tejer un macabro plan: deshacerse de él. “Tenemos que eliminarlo”, decía uno. “Y cómo hacemos”, decía el otro.

 

La mujer, dueña de una pasmosa tranquilidad, nada decía, solo asentía con la cabeza y guardaba un escalofriante silencio. Hasta que el 16 de noviembre de 1970 los asesinos dieron su golpe en horas de la siesta, aprovechando que Alfredo Laino se había tirado un rato a dormir la siesta en un viejo camastro después de una agotadora mañana.

 

El cuerpo del empresario gastronómico apareció asesinado de golpes en la cabeza. Su cuerpo fue encontrado donde él se “tiraba” a descansar. Los golpes habían sido asestados certeramente: desfigurado, casi mutilado y lleno de sangre estaba ahí, inerte, frío semitapado con unas colchas y lleno de incógnitas.

 

El lugar mostraba, a simple vista, un desorden generalizado, sucio y maloliente.

 

Según dice la historia, Laino gozaba de un buen prestigio, era apreciado por muchos, fundamentalmente los proveedores que veían en él un buen cliente. Nadie ni siquiera sospechaba puertas adentro del restaurante o detrás del mostrador.

 

Crispín Lucero. Por sus declaraciones, el lavacopas fue sobreseído.

 

Tiempo después, cuando se fueron cerrando las pistas y fueron atrapados los cuatro implicados en el hecho, se los llevó a juicio oral. Ninguno mostró signos de arrepentimiento. Incluso a la mujer, a quien también le decían “Lala”, se la escuchó decir en voz baja: “Nadie sabe lo que ocurría puertas adentro, es preferible la cárcel a vivir con Laino”. El Diario, presente en el lugar, fue uno de los privilegiados que escuchó el mensaje de la fría mujer.

 

En su declaración, Pereyra dijo que aprovechando que su patrón dormía la siesta, le pegó con el ojo de un hacha. Al tiempo se fugó, pero fue atrapado en San Miguel, provincia de Buenos Aires. Rivero en tanto fue acusado de copartícipe necesario. Él le pegó con un bate de béisbol también en la cabeza. Durante esos días, siguieron trabajando con total normalidad. Crispín Lucero, que oficiaba de lavacopas y a veces atendía las mesas del comedor, ayudó involuntariamente a envolver el cadáver, atarlo con cables y condujo el auto hasta donde sepultaron al gastronómico.

 

Todo —dijo— lo hizo amenazado por Pereyra y con la promesa de recibir algún dinero. Orlanda Bustos Smith dijo que ella no estaba cuando sucedió el hecho, pero que estaba al tanto de todo y que después vivía presionada por Pereyra, que siempre volvía a pedirle dinero para mantener la boca cerrada. La mujer, dice El Diario de San Luis, le había prometido a los asesinos la suma de 200 mil pesos por deshacerse de Laino. Una fortuna para aquellos años.

 

En el juicio se desprendió tempranamente que Rivero y Pereyra trataron de comprometer a Crispín Lucero y este incluso tuvo una participación al manejar el auto del muerto con el cadáver en el baúl una noche que salieron para arrojar los restos al dique La Florida, pero no pudieron. A la noche siguiente, volvieron a salir rumbo a las serranías a unos 18 kilómetros de la capital puntana. Cerca de un arroyo, llamado La Hondonada, en la localidad de El Volcán, cavaron un profundo pozo y arrojaron el cadáver del empresario gastronómico.

 

Tiempo después, cuando el hecho fue esclarecido, la Policía encontró entre sus pertenencias dos grandes anillos de oro, un anillo de casamiento y un costoso reloj, diría El Diario de San Luis.

 

Como se verá, el robo no era el móvil. El móvil era sacarlo del medio porque según decían “molestaba y era un maltratador”. Oscar Rivero murió en la mayor de las soledades. De los otros acusados, nunca más se supo de ellos después de cumplir la condena.

 

Castigo. Oscar Alberto Rivero, Orlanda Ana "Lala" Bustos Smith y Clímaco Pereyra fueron condenados a cadena perpetua.

 

El fiscal de Cámara, Aníbal Sosa, solicitó para los tres prisión perpetua por homicidio con grado de alevosía. En cuanto a Crispín Lucero, entendió que había cometido encubrimiento, situación a la que lo llevaron los otros tres, y por eso estimó que debía ser sobreseído.

 

La Cámara del Crimen, integrada por Orlando Osorio (presidente), Carlos Enrique Galante, Carlos Espejo y Felipe Furnari (secretarios) dio lugar a lo solicitado por el fiscal y condenó a Rivero, Pereyra y Bustos Smith a cadena perpetua, Crispín Lucero fue sobreseído.

 

La defensa de los acusados Orlanda Ana Bustos Smith y de Oscar Rivero estuvo a cargo de Laureano Montenegro, Aldo Chávez defendió a Clímaco Pereyra y Nicomedes Muñoz hizo lo propio con Carlos Crispín Lucero.

 

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