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La brutalidad del racismo

Por redacción
| 04 de julio de 2020

La muerte de George Floyd, el 25 de mayo de 2020 en Estados Unidos, producto de la brutalidad policial, puso sobre la mesa de discusión, por enésima vez, el racismo cultural de la sociedad estadounidense, expresada de manera cruda a través de una nueva víctima.
En esta oportunidad “el mundo estaba mirando a los asesinos de Floyd”, lo que trasladó la discusión sobre el racismo a otros lugares del planeta donde esta práctica es tan habitual como en Estados Unidos: tales los casos de Francia y Gran Bretaña, que atravesaron masivas y severas protestas.
A partir de allí, el tema volvió a instalarse en las sociedades del planeta y sorprenden los datos de dos estudios recientes, que coinciden en que el racismo en Brasil es más mortal que en Estados Unidos, si se toma en cuenta la violencia policial contra los negros, pero tiene matices que hacen más compleja la lucha por su erradicación.
Poco más de 6.000 homicidios cometió la Policía brasilera en 2019, contra 1.098 en Estados Unidos, según el Monitor de la Violencia y el Mapping Police Violence; organismos de Brasil y Estados Unidos, respectivamente.
Los negros constituyen 75 por ciento de las víctimas en Brasil y 28 por ciento en Estados Unidos. Es decir, esos brasileros muertos suman 15 veces la cantidad de estadounidenses, aunque la población afrodescendiente de Brasil (56 por ciento de 210 millones) no alcanza el triple de la de Estados Unidos (13 por ciento de 328 millones).
Esa violencia selectiva alimentó las gigantescas protestas en Estados Unidos, tras el asesinato de Floyd, con efectos internacionales y en el caso brasilero también estimuló comparaciones y preguntas sobre las respuestas internas al “racismo que mata”.
“Nuestro racismo es específico”, la esclavitud fue formalmente abolida en Brasil “sin ningún derecho, tierra ni educación a los antiguos esclavos, impedidos incluso de votar en las elecciones; mientras la población negra en Estados Unidos se liberó con derecho a escuela y tierra”, destacó Walmyr Junior, profesor de Historia y uno de los coordinadores del Movimiento Negro Unificado en Río de Janeiro.
“La colonización también fue distinta en los dos países”. Los negros en Brasil salieron de la esclavitud en 1888 sin políticas públicas favorables, sino al revés, a sufrir medidas oficiales “para su exclusión”, como leyes contra la vagancia cuando ellos eran privados de trabajo y el gobierno atraía inmigrantes europeos para ocupar tierras y empleos, recordó.
Además se buscaba “blanquear” la población y los libros didácticos mostraban los negros desechables, sucios y “deshumanizados”, observó.
“El racismo mata no solo por la violencia policial, también al marginarnos de la sociedad y privarnos de ser humanos. El racismo es estructural, afecta todas las dimensiones de la vida, sea económica, política o cultural”.
Además de la pandemia de COVID-19 y la violencia policial, la población negra de Brasil y las minorías, como los pueblos originarios y los LGBTIQ+, enfrentan poderes políticos adversos, desde la llegada al poder de la extrema derecha, en enero de 2019.
El presidente Jair Bolsonaro nunca ocultó su rechazo, incluso con agresividad, a las conquistas que esos sectores lograron en las cuatro últimas décadas. Su discurso y sus decisiones agravaron tanto los daños de la pandemia, como la represión policial que amenaza a los pobres e impulsa la inseguridad social.
La brutalidad del racismo está muy presente en Brasil y afecta a toda América Latina. Es una deuda de nuestras sociedades.
 

 

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