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"Quedamos aplastados, enterrados, estuvimos cara a cara con la muerte"

Ana María Zabala, sobreviviente del derrumbe de la expanadería Gitto, trabajaba con su pareja en la planta baja cuando todo se desplomó. "Estamos vivos de milagro", dijo.

Por Gonzalo Calderón
| 16 de agosto de 2020
Ana María. Ya de alta, espera por la recuperación de su pareja. "Por las noches no duermo, la angustia sigue", revela. Foto: Martín Gómez.

Baja la rampa del Hospital San Luis con dificultad, pero su trabajosa caminata tiene como premio el aire fresco de la mañana y el sol cálido de un invierno que ha sido benévolo con los puntanos. No es el paisaje ideal, pero para Ana María Zabala, otra de las sobrevivientes del trágico derrumbe de la casa de la familia Gitto, salir unos minutos a la puerta del centro de salud es como un descanso, una pausa para su alma cansada. Aunque los escombros de la casa ubicada en Aristóbulo del Valle y San Juan la cubrieron por completo ese martes 4 pasado el mediodía, la mujer salió con vida y desde ese momento, hace ya 12 días, pasa sus horas en el hospital capitalino. Aunque ya recibió el alta, acompaña a su pareja, Jorge Alberto Cepeda, que aún permanece internado. Abrigada con una ruana negra, la mujer dialoga con El Diario y a medida que la charla avanza, sus ojos se cargan de lágrimas. El horror vivido, la angustia, tiene esa pesadilla más presente que los tres enormes moretones que ensombrecen su brazo derecho.

 

"Quedamos aplastados, enterrados. Fue como estar sepultados vivos. Estuvimos cara a cara con la muerte, no se lo deseo a nadie", dice con la mirada en el horizonte y los ojos húmedos. Cuando termina la frase toma aire y continúa el relato. "Primero quiero darle gracias a Dios, porque fue un milagro. Que estemos acá, vivos, que esté acá conversando con usted es solo porque Dios nos protegió, puso sus manos. Solo por él estamos vivos", reitera la mujer de 53 años.

 

Ana María está en pareja con Jorge, de 51 años. Hace dos llegaron juntos a San Luis desde Río Cuarto. El martes 4 ambos terminaron tapados de escombros cuando el techo, paredes y la mampostería de la vivienda de los Gitto se vino abajo.

 

"Con mi pareja pintábamos el salón de la planta baja. Habíamos tapado unas grietas que tenían las paredes y pintábamos. Nos habían dado ese trabajo porque la gente que alquiló estaba apurada por abrir el local. Con nosotros estaba Javier Rodríguez, el chico que falleció. Primero escuchamos como un ruido y luego todo se derrumbó", recuerda.

 

"Después de caer me desvanecí, pero luego desperté y empecé a gritar, a pedir ayuda. Escuché que cerca mío estaba mi pareja, que también pedía ayuda. También llamé a Javier, pero él no respondía. Estuvimos bajo los escombros entre media hora y cuarenta y cinco minutos. Gracias a Dios corría el aire y podíamos respirar. Hasta que por fin llegaron los bomberos y nos rescataron", evoca la mujer mientras suspira, casi al borde del llanto.

 

"Primero escuché que sacaron a mi marido y luego pudieron llevarme. Yo tenía una ventana grande sobre mi pierna y mi brazo izquierdo, eso no me dejaba mover", comenta.

 

Cepeda tiene fracturado el fémur, y permanece internado en el Hospital San Luis, a la espera de una cirugía. El próximo jueves los traumatólogos le colocarán una placa sobre el hueso, ya que la quebradura es importante.

 

Ella todavía siente dolor en su pierna derecha, pero su lesión no es grave.

 

"Nuestro agradecimiento es para la gloria de Dios. Hoy no estaríamos contando nada si no fuera por él. Fue un milagro de Dios porque no había forma de salir. Fue algo espantoso", asegura.

 

Aunque ya salieron del shock, tanto Ana María como Jorge sufren las secuelas de la desgracia. Ambos reciben la asistencia psicológica que les provee el servicio de salud pública. "Estamos muy angustiados por todo lo que pasó. Por la noche, cuando intentamos dormir, sentimos mucha tristeza. Estamos muy mal. Cuando estoy por dormir es como que se me viene el mundo abajo. Siento que sigo bajo los escombros, que no puedo salir", explica la mujer.

 

Ana María es madre de siete hijos (seis varones y una joven) que tienen entre 34 y 18 años. Todos viven en Río Cuarto. Luego de la tragedia fue difícil comunicarse con ellos. "Perdimos los teléfonos y por varias horas no pude hablar con ellos. Pero llamaron al hospital y les dijeron que habíamos sobrevivido. Estaban muy asustados", cuenta.

 

"Quiero agradecer a los bomberos, el personal de las ambulancias y a los médicos y enfermeros del hospital. A la doctora Carrizo. Todos nos atienden de maravillas, son gente muy buena, cálida", destaca.

 

 

Un pedido de ayuda

 

Según la mujer, antes del derrumbe, una familia amiga les prestaba un lugar para vivir. Pero ahora necesitan un nuevo lugar y con Jorge fracturado, les será difícil reconstruir su vida. "Mi pareja era nuestro principal sostén y no sabemos cuándo podrá volver a trabajar. Cuando él vuelva al trabajo podremos pagar un alquiler, por eso pedimos a la gente que nos ayude con lo que pueda. Actualmente estoy en casa de unas amigas que colaboran mucho conmigo, pero cuando él reciba el alta tendré que dejar ese lugar. Necesitamos un espacio nuestro y llamo a la solidaridad de los puntanos", expresa con lágrimas.

 

"La gente de Salud, del gobierno provincial, nos dio la placa que le colocarán a mi pareja en la pierna. Y sé que siguen de cerca lo que ocurrió con el derrumbe, por eso también espero que nos ayuden. No tenemos cómo seguir de aquí en adelante", afirma Ana María. Y compartió un celular para aquellos que quieran colaborar, el 2664340729.

 

 

 

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