"Hace falta un poco de vida analógica"
La fotógrafa acaba de editar su nuevo libro, "Las fotos".
―Tu nuevo libro está compuesto por fotos de historias muy diversas en las que confluye lo personal con lo político o lo personal toma su dimensión política. ¿Cómo fue la selección?; ¿Tuviste que dejar material afuera?
―El hilo conductor del libro son las historias protagonizadas por fotos. Fue difícil dar con ellas, por eso tardé bastante entre que se me ocurrió la idea hasta que lo terminé. Creo que las fotos tienen esa característica única que es la de atravesar tantos universos diferentes a la vez. Políticos, sociales, familiares, materiales, íntimos, simbólicos e históricos. Una misma foto puede ser todo eso al mismo tiempo y por eso me interesan tanto. Quedaron algunas historias afuera que eran muy interesantes, pero difíciles de escribir y no las pude resolver desde lo narrativo.
―¿Cómo fue el proceso de escritura en relación a cada foto?
―Cada capítulo fue encarado de un modo distinto. De alguna manera cada uno tiene su propia resolución, pero todos comparten una misma estructura general: se cuentan historias en las que hay azar y misterio que se resuelve al final de cada texto. Después de leer aparece la foto de la que se habla. Eso está pensado con la idea de que el lector vuelva a pensar todo lo que imaginó mientras leía sobre la imagen. La foto funciona como un efecto sorpresa y lo que le pasa a cada lector es diferente también.
―En varias de las historias las fotos funcionan como puentes que unen biografías en el tiempo.
―Diría que las fotos familiares son el recorte que cada familia decide mostrar sobre sí misma. En esos relatos se construyen historias probablemente incompletas o arbitrarias y eso aparece en varios de los capítulos del libro. En la historia de Oscar Ojeda es en donde queda más clara la función de la fotografía y de los fotógrafos con oficio
―¿Cómo pensás la fotografía en este contexto de proliferación de fotos en digital?
―La sensación es que todo es una foto. Y entonces nada es una foto. Obviamente no reniego de lo digital, porque creo que facilitó la tarea en muchos sentidos, pero tengo un corazón analógico que prefiere la materialidad a la virtualidad. Creo que lo que te puede pasar con el "objeto foto" no pasa con un archivo digital. A los 15 años empecé a estudiar fotografía y monté un pequeño laboratorio casero en un baño. La incertidumbre de no saber si la foto estaba en foco o bien expuesta, hasta revelarla y copiarla con procedimientos químicos era inquietante, pero también era una experiencia mágica. Había sorpresa. A mis hijos de 11 y 14 les cuesta entender la no inmediatez de las cosas porque nacieron digitales y a veces creo que les hace falta un poco de vida analógica.
―¿Cómo fue la elección de la tapa?
―El libro recorre varias historias, algunas son personales porque me parece que es desde ahí que escribo. Desde una vida que por varios motivos estuvo muy ligada a las fotos. El de mi abuela Eva es el último capítulo que escribí. Es una historia bastante trágica que le ocurrió a la madre de mi papá y un personaje bastante misterioso que siempre me interesó, entonces me pareció un gran homenaje convertirla en la chica de tapa.
―¿Qué lecturas, autores o autoras te acompañaron durante el proceso de escritura del libro?
―Releí mucho a (Ronald) Barthes, a (Susan) Sontag y textos sobre fotografía que me resultaron muy útiles, pero también recuerdo haber leído en esos días de escritura "El nervio óptico" de (María) Gainza, "Trance", de Alan Pauls, y "El libro de Tamar", de Tamara Kamenszain, que si bien no son sobre fotografía, me resultaron muy inspiradores, cada uno por diferentes motivos.


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