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Trabajo sexual o prostitución: un punto de inflexión en el feminismo

Uno de los debates que resurge dentro del movimiento feminista es la dicotomía entre si la prostitución es o no un trabajo. Tinta Violeta habló con referentes que ponen en la mesa ambas posturas.

Por redacción
| 29 de agosto de 2020

El debate tiene larga data y cada tanto algo lo hace resurgir. Si la prostitución es o no un trabajo es un tema que genera divisiones muy marcadas dentro del movimiento feminista. Tinta Violeta entrevistó a dos mujeres que expusieron sus posturas para que el o la lectora sean quienes luego saquen sus propias conclusiones.

 

 

Derechos y despenalización

 

Aunque las diferentes corrientes feministas debaten si el trabajo sexual debe considerarse una actividad laboral, la realidad de las personas que ofrecen este tipo de servicio a cambio de dinero, existe. La mayoría se encuentra en la precariedad, sin poder acceder a ningún tipo de sistema y sufre la falta continua de derechos y políticas públicas por parte del Estado. Mujeres, diversidades y hombres lo hacen en la clandestinidad, porque si bien en el país no está prohibido, hay normas contravencionales que castigan, de forma directa o indirecta, a quienes ejercen. 

 

Uno de los sectores que considera a la prostitución como un trabajo y brega por la adquisición de derechos laborales, está encabezado por Ammar (Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina), un sindicato que desde hace 25 años nuclea a trabajadores y trabajadoras de gran parte del país. Georgina Orellano, secretaria general del gremio que integra a la CTA, remarcó la urgencia de legitimar su labor para lograr avances que les permitan mejorar su calidad de vida.

 

“Además, esto nos daría la posibilidad de sacarnos de la clandestinidad, que es justamente ese marco que nos expone a constantes situaciones de violencia institucional, de atropellos por parte de la Policía a través de pagos de coimas y detenciones arbitrarias. Nosotres también luchamos para que el Estado nos reconozca como sindicato, para que podamos llevar adelante asistencias integrales a quienes ejercemos el trabajo sexual”, reclamó.

 

Para Orellano, la moral es uno de los factores principales por el cual todavía la realidad de las y los trabajadores no es escuchada. “La moral está enquistada en nuestra sociedad machista y patriarcal, que piensa en la sexualidad como un tema totalmente tabú. Nosotras somos conscientes de lo que hacemos y batallamos diariamente con esos prejuicios que están relacionados a las distintas concepciones y miradas que tiene la sociedad sobre lo que hacemos, especialmente la del feminismo. Vemos un feminismo muy mujeril que ubica a la mujer como el único sujeto posible que ejerce la prostitución e invisibiliza a otras identidades de género, y que además no las pone en discusión como a nosotras”, agregó.

 

 

Queremos romper el estigma de nuestro trabajo, ser contempladas dentro de un modelo social y no quedar aisladas. (Georgina Orellano)

 

En ese sentido, la sindicalista mencionó que la contraparte “se focaliza más en las vidas privadas, trayectorias o en las decisiones que toma cada una”, y reclamó: “Se reduce nuestra voluntariedad y consentimiento a una victimización constante de la cual renegamos. Se infantilizan nuestras voces y se piensa que las personas que venimos de sectores populares, aun siendo pobres, no podemos elegir. Con esto no romantizo nuestro trabajo, pero no se escucha a las compañeras o no se las tiene en cuenta a la hora de hablar del tema”.

 

Otra de las críticas que se le hace al regulacionismo o a las corrientes que plantean la despenalización del trabajo sexual es que al hacerlo dejan una puerta abierta al proxenetismo y la trata de personas. Para Cristina, una psicóloga con perspectiva de género que pidió reservar parte de su identidad, la diferencia clave entre trabajo y prostitución es la autonomía. “Cuando hablamos de prostitución hablamos de una situación en la que hay una persona prostituida y una prostituyente. Ahí se establece una relación de poder entre un explotador y un explotado. Hay un binomio entre activo y pasivo. Se actúa en contra de la voluntad de las personas. Una cosa es el ejercicio del trabajo sexual de forma voluntaria a cambio dinero y otra diferente es que una persona te obligue a que lo ejerzas. Siempre me refiero a la autonomía, es decir que uno o una misma elija qué hacer como actividad para obtener dinero. Una de las premisas del feminismo es 'mi cuerpo, mis decisiones', pero parece que para algunas esto no es así”, refutó.

 

Por otro lado, Orellano aclaró que Ammar se planta desde la vereda de la despenalización. “Muchas veces se nos dice que somos regulacionistas o reglamentistas y la verdad es que no somos ni una cosa ni la otra. Nosotras criticamos tanto una como la otra postura, sobre todo el reglamentarismo porque no nos viene a dar derechos laborales, sino que se basa en un control del Estado, dejando por fuera un montón de situaciones irregulares en nuestro país”, señaló.

 

A su vez, aseguró: “Nosotras tenemos una mirada crítica, no queremos zonas rojas, no queremos ser un gueto, queremos romper el estigma de nuestro trabajo, ser contempladas dentro de un modelo social y no quedar aisladas o afuera como siempre. No queremos ser castigadas dentro de una zona que queda por fuera de las grandes ciudades, que nos expone a situaciones de mayor violencia, aspiramos a un modelo que sea pensado con y por nosotras, conjuntamente con el Estado”.

 

En los últimos 25 años, Ammar presentó diversos proyectos de ley para solicitar el reconocimiento de las trabajadoras sexuales. Uno fue en 2013, que llegó hasta el Senado pero dos años después perdió estado parlamentario. “También presentamos en algunas provincias como Catamarca, Santiago del Estero, Neuquén y Mendoza. Estos eran en un contexto de coyuntura política que se daba en ese momento en el que se equiparaba el trabajo sexual y la trata de personas con fines de explotación sexual. Los proyectos iban en línea de poder distinguir lo que es un delito como la trata, de la actividad lícita ejercida por personas mayores de edad, por consentimiento propio y voluntariamente”, contó Orellano.

 

Mencionó que antes de que se desatara la pandemia en el país, comenzaron a trabajar en una nueva propuesta que, a principios de 2020, fue debatida en los diferentes sectores y rubros de los y las trabajadoras sexuales. “Queremos impulsar un proyecto que sea un paraguas que garantice los derechos de todos y todas quienes lo ejerzan, sin importar los formatos que utilicen, porque el colectivo social cree que es solo el contacto físico, pero hay diferentes modos de ejercer el trabajo como 'web camers' o bailarinas exóticas. Veníamos encaminados en eso. Después pasó lo de la cuarentena y salimos a atender demandas de las compañeras que están imposibilitadas de trabajar”, reafirmó.

 

 

Una "puta" mentira

 

A Sonia Sánchez le gusta llamar las cosas por su nombre. Usa la palabra “puta” porque no quiere maquillar la realidad. “El proxeneta utiliza este lenguaje porque sabe que es su negocio, la puta lo sostiene para sobrevivir y las y los demás, como sociedad, dicen que esto es trabajo porque no les importa, porque ni su hija, su nieta ni bisnieta son putas”, afirmó.

 

Fue explotada con fines sexuales durante seis años, formó parte de Ammar, pero la echaron de la organización tras proclamar que ser meretriz no es un trabajo. Es una activista feminista defensora del abolicionismo de la prostitución; tiene en su haber tres libros sobre el tema y ahora está finalizando un cuarto que se llama “Puta, la deconstrucción”. También da charlas y capacitaciones en todo el mundo.

 

“La prostitución es la violación física, psíquica, emocional y económica de una persona. Por lo tanto, para mí no es un trabajo, es el privilegio más antiguo que tienen los varones. Su regulación beneficia al proxenetismo y a los traficantes de personas, porque si esta violencia se regula no irán detenidos. Te sindicalizan como trabajadora sexual autónoma y libre, entonces tu proxeneta no te va a estar explotando, sino que se convierte en un empresario del sexo que está buscando una esquina para venderte. Lo mismo pasará con el tratante de personas. También se beneficia el Estado, los gobiernos de turno. Porque si vos sos trabajadora sexual, desde el derecho, no sos una mujer desocupada, por lo tanto le bajás la desocupación. ¡Mirá qué gran negocio es convertir a mujeres empobrecidas desocupadas en trabajadoras sexuales! Todo el mundo se va a beneficiar, pero la que va a morir pobre y puta es la persona que está siendo prostituida”, remarcó.

 

Sonia manifestó que nunca conoció una meretriz que realmente quisiera estar en ese lugar. “He conocido miles de prostitutas, no solo de Argentina, sino de todos los países donde fui a dar charlas y capacitaciones y nunca, ninguna, ha elegido con libertad estar ahí. En el fondo, si prestás atención a las charlas de ellas verás que siempre es una elección coaccionada”, explicó.

 

Destacó la importancia de la jerga que se utiliza dentro del ambiente ya que “debe maquillar esa violencia que es la prostitución, diciendo 'trabajo' a esta explotación, 'marido' al proxeneta y al torturador prostituyente, 'cliente'. Para mí es importante el lenguaje porque desde ese lugar pude decir 'basta'. Aun estando dentro de la prostitución trataba de no repetir lo mismo que decían las demás mujeres prostituidas, porque pensaba que eso era una pequeña fuerza para huir”.

 

 

He conocido miles de prostitutas y ninguna ha elegido con libertad estar allí, es una elección coaccionada. (Sonia Sánchez)

 

Explicó que los prostituyentes llegan con un discurso tentador, “que es un trabajo, que vas a hacer plata rápido. Te dicen que en un año tal vez tendrás el dinero para iniciar un negocio, hacer tu casa o mandar a la universidad a tus crías. Y ahí entraste, pero en la práctica eso no es así. No es tener sexo o hacer el amor, porque nada de eso hay en la prostitución, es solo violencia. No te dicen que vas a hacer la 'francesa completa', eso no lo sabés cuando te están haciendo puta por primera vez, tampoco lo saben nuestras adolescentes. Nadie te dice qué tenés que hacer adentro de una habitación. No saben lo que es un 'bautismo', una 'lluvia dorada', ¿Por qué no lo dicen aquellas que quieren sindicalizar eso?”.

 

Sonia fue parte de los primeros años de Ammar, es decir que bregó por la sindicalización de la prostitución. Sin embargo, los intereses de fondo, que a su criterio poco tenían que ver con los de las prostitutas, hicieron que cambiara de parecer acerca del propósito de la organización y fuera echada junto a otras siete colegas.

 

Aclaró que la categorización de trabajo sexual no nació de las prostitutas, “esto es un discurso bajado por las agencias internacionales en la Argentina. En 1998 recibíamos dinero desde el Banco Mundial y también de Amnistía Internacional, Mamacash, GTZ (Agencia Alemana para la Cooperación Internacional). Ammar como asociación está dentro de la CTA, a la que llamo 'Central de Fiolos Argentina'. Ese dinero era para Ammar, pero se lo daban a la CTA porque ellos tenían la personería jurídica. En el 98 el Banco Mundial mandó una partida y nosotras teníamos que repartir profilácticos, incentivarlas a organizarse y recabar información de las prostitutas que luego teníamos que enviar al Banco Mundial. Recorrimos varias provincias preguntándoles la edad, desde cuándo eran prostitutas, cuántos hijos tenían, cuántas veces habían contraído sífilis, si tenían sida, cuántos clientes hacían por día. Toda esa información es valiosísima, es un gran negocio, pero no para la puta, ella muere pobre. Un cuerpo prostituido genera tanto conocimiento para las agencias internacionales, para el gobierno, pero ella no puede apropiarse de ese saber porque está atravesada por la violencia. Lo digo porque estuve ahí dentro”.

 

Sonia recordó cómo fue la salida de Ammar luego de las grandes diferencias que tuvieron con la CTA. “En nuestro interior sabíamos que no estaba bien. Estábamos dentro de la CTA y te llamaban compañera, ese término nos sostenía ahí dentro. Era llamativo que todos los proyectos que entraban de estas agencias decían 'para trabajadoras sexuales' y no 'mujeres en situación de prostitución'. En el 2001 llegamos a las oficinas de la CTA y quien era el referente de ese momento, Víctor De Gennaro, y otras compañeras estaban esperándonos con una reunión ya armada con la ministra de Trabajo de aquel entonces, que era Patricia Bullrich, para firmar el sindicato. Estaba todo armado, hasta habían avisado a la prensa. Pero nosotras, éramos 7 de las 10 que estábamos en Ammar- les, dijimos que debíamos hablar con las compañeras en la calle y De Gennaro me golpeó el hombro y me dijo 'tranquila compañera, que ustedes tienen que tomar la decisión por todas'. Entonces nos sentamos en la oficina y no nos movimos de la silla; discutimos a los gritos, tanto que este sindicalista se fue. Tampoco habíamos armado nuestro propio estatuto, de eso se había encargado el abogado de la CTA. Discutimos un año y medio, tuvimos reuniones con todos los referentes, estaba (Edgardo) Depretri sentado, también (Luis) D'Elía, —me repugnan, vomito mil veces—, todos ellos discutiendo si esto era o no un trabajo. Hasta que un día dijimos no es trabajo, es violencia y ahí nos echaron”. Desde entonces su misión cambió y ahora se dedica a concientizar sobre el tema y hace llegar su historia a todo el que la quiera oír.

 

Aunque se intente conciliar las partes de alguna forma, para Sonia, en este debate no hay grises. “La trata existe porque existe la prostitución, lo que hace la trata es transportar mundialmente a las personas prostituidas. Por lo tanto, si luchamos contra eso, como país tenemos que luchar contra la prostitución, es la base, es el fin último”, puntualizó.

 

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