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Memoria activa: un relato a 27 años del atentado a la AMIA

El recuerdo imborrable, el aturdimiento, la confusión. La angustia de un país, la solidaridad de un barrio y la certeza de saberse en peligro; emociones en minutos que parecieron horas.

Por Romina Oddone
| 18 de julio de 2021

 

 

Todo parecía muy normal, era un lunes cualquiera que daba comienzo a la jornada laboral. El día anterior había sido la final de la Copa del Mundo de 1994 en Estados Unidos, en la que Brasil triunfaba por penales contra Italia. Pero lo inesperado dejó olvidados los comentarios del partido y el café del desayuno.

 

Pablo Palatnik hoy reside en San Luis, pero 27 años atrás su vida transitaba en la Ciudad de Buenos Aires. Ese fatídico lunes abrió muy temprano el negocio de Pasteur al 400. “Era una tienda de ropa de chicos y también vendíamos cosas importadas, un rubro muy común en Once. Yo me levantaba a las 6 y empezaba a trabajar a las 8. Tenía casi una hora de viaje”, recordó.

 

 

 

Cuando el reloj marcaba las 9:53 del 18 de julio de 1994, una explosión arrasó con su onda expansiva en un radio de, por lo menos, dos cuadras a la redonda. “Volaron los vidrios de las vidrieras, nosotros caímos al piso, estábamos aturdidos, pensamos que había explotado un edificio al lado por gas. Entonces empezamos a escuchar gritos, veíamos gente corriendo, las sirenas de los bomberos y de la Policía. Cuando pudimos pararnos y salir del atontamiento que nos produjo la explosión fuimos a la calle, había una nube enorme de humo, no se veía nada y nadie tenía noción de lo que había pasado”, relató Palatnik.

 

 

 

“Hasta que alguien, una persona mayor, no me voy a olvidar nunca más su cara, venía corriendo y llorando, y me dijo: ‘explotó la AMIA’”, aseguró.

El negocio que manejaba Palatnik estaba a exactamente dos cuadras de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA). “Nos fuimos corriendo para allá, era Pasteur 633. Había una montaña de escombros, gente gritando, también los edificios de la vereda de enfrente y de al lado tenían los vidrios destrozados. Fue impresionante y shockeante, de hecho no tengo registro de cuánto tiempo pasó. El reloj de mi muñeca no corrió más”, dijo.

 

“Inconscientes, empezamos a sacar escombros, no sabíamos lo que había pasado, la gente pasaba, se sentían los gritos entre los pedazos de pared, también de las personas que buscaban a sus familiares. Había mucha gente que estaba por entrar al edificio, porque funcionaba un jardín de infantes y los chicos llegaban después, pero también había una bolsa de trabajo que funcionaba desde temprano, a la que iba mucha gente. La AMIA es una mutual, es como una ONG. Ese año cumplía su 100º aniversario, que tampoco es casualidad. Tenía un fin social y comunitario no solo para la comunidad judía, sino para todos, la bolsa de trabajo estaba abierta a todo el mundo. El trabajo social que hacían, de ayudar a la gente anciana y a los chicos, estaba abierto a todo el mundo”, resaltó.

 

“Hubo un momento de mucho pánico, porque alguien gritó que había una bomba. A unos metros había un auto que estaba parado, todo roto, y al lado se encontraba una valija. Entonces alguien gritó: ‘¡una bomba!’. Y todos empezamos a correr, llegaron ambulancias, porque cerca está el Hospital de Clínicas, fueron los primeros que llegaron y la gente comenzó a correr esperando que algo explote, sentí el peligro de que era eso”, admitió Palatnik.

 

En el medio, el puntano recordó que estaba desconectado de todos. "En esa época no había celulares, mi señora trabajaba en un estudio contable que quedaba a la vuelta de la AMIA, en la calle Uriburu y no sabía nada de ella. Después me contó que en el edificio donde ella estaba también volaron los vidrios y se quedaron incomunicados”.

 


“Después la Policía comenzó a organizar la situación. Hicieron un cordón en la zona del atentado y pidieron a los civiles que se retiraran. Todos querían ayudar, pero ya estorbaban y era muy peligroso. Solo vi heridos que salían de la montaña de escombros, pero muchos fallecieron”, lamentó y siguió su relato: “Con mis compañeros de trabajo nos quedamos porque empezaban a pedir alcohol y agua, pasábamos las cosas mano a mano porque había muchos heridos que no los podían movilizar. Estaba todo un poco desorganizado y la gente, tratando de ayudar, complicaba más las cosas. De a poco, el cerco que hizo la Policía se fue ampliando”.

 

 

“Creo que reaccioné yendo ahí, pero estaba en shock. Cuando me enteré que era un atentado no lo podía entender, te invade, no fue un accidente, me quisieron matar”, dedujo.

“Caminé muchas cuadras. Estaba medio aturdido, shockeado, llegué a mi casa como a las 16. No sabía qué hacía, caminé hasta que llegué a mi casa”, finalizó.

 

 

Análisis de un trauma

 

“En el atentado murieron argentinos, bolivianos, dos polacos y un francés. El por entonces presidente —Carlos— Menem llamó al primer ministro israelí para ofrecer condolencias y él le respondió que las condolencias se las debía dar él porque los que murieron fueron argentinos. Esa es una gran confusión que siempre surge. La gente que murió era de Argentina y de otras nacionalidades de religión judía. La AMIA fue creada para recibir inmigrantes y ayudarlos, sean de la comunidad que sean. También me pasa que los actos de recordación son organizados por la comunidad judía, cuando debería ser un recuerdo del Estado porque murieron compatriotas y fue un atentado contra el país. Y los funcionarios del Estado van como invitados cuando deberían ser los organizadores y quienes busquen saber qué pasó”, expresó Palatnik.

 

 

 

“Y en medio de todo, todos los culpables y años de investigación. Fuimos perseguidos desde los egipcios en adelante; sobrevivimos a los nazis; a las peores tragedias y esto no nos va a parar en nuestro pedido de justicia y esclarecimiento”, cerró.

 

De todo esto pasaron 27 años y aunque es mucho tiempo, la memoria y el pedido de justicia siguen activos, como el primer día.

 

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