Una agricultura sustentable y con visión empresarial
Tiene un campo en Charco de los Perros, una zona muy árida al sur de San Luis. Tras probar con la ganadería de cría, se dedicó de lleno a los cultivos, pero siempre cuidando el suelo.
Ángel Gabutti, Rudy para los amigos, nació en Mendoza, pero es prácticamente puntano, ya que llegó a los 5 años y hoy ya cuenta 55 en estos confines que lo vieron crecer, probar distintos empleos y finalmente enamorarse del campo, que hoy es la razón de su vida. “Cuando llegué con mis padres, las cuatro avenidas eran de tierra. Imaginate lo que era San Luis…”, dice con una sonrisa simple que no lo va a abandonar durante toda la charla con la revista El Campo.
Su relación con la vida rural llegó temprano, porque de entrada su papá Celestino compró un campo a medias con su hermano. Estaba unos kilómetros al sur de la capital, por la ruta 3, que por entonces era toda una aventura para transitar. “Lo atendía él, tenía una finca con frutales y siempre tuvo la idea de hacer ganadería de cría, que es lo que indica la lógica para esa zona. Eran años muy erráticos por las heladas, nada muy distinto a lo que pasa ahora con las lluvias también”, cuenta con conocimientos.
Eran 600 hectáreas, pero 250 de pura sierra a la altura de Alto Blanco, a unos 30 kilómetros de San Luis. Don Celestino quería a toda costa tener hacienda y recibió la invalorable ayuda de la consignataria Rubiolo. “Fue el que le enseñó todo, qué comprar, dónde vender. Además lo impulsó a hacer maíz para alimentar el rodeo, que tenía una genética muy mezclada, con preeminencia de los pampa. Era otra época, los números no tenían nada que ver con lo que se consigue ahora con siembra directa y tecnología. Te iba bien con lo que ellos llamaban 50 bolsas (en realidad eran 50 kilos) por hectárea. Araban y antes de sembrar pasaban la rastra por los yuyos. Hoy con esa cosecha te morís de hambre”, reconoce Gabutti, quien aprendió mucho de aquellos años, que le dejaron inquietudes y ganas de aprender.
Rudy hizo primaria y secundaria en San Luis y los viernes se iba para el campo a dar una mano. Pero los números no daban para mantener a la familia con ese único ingreso y entonces debió tomar otros rumbos. “Me recibí de técnico electromecánico y empecé a estudiar computación. Ayudaba a mi mamá en la forrajería que puso en Constitución y Tomás Jofré, y también trabajé en Zanella y en la fábrica Venados, en el parque industrial. Hasta que pude armar mi propia empresa, Electricidad Centro-Oeste. Eran tiempos del Plan Mil, por lo que gané licitaciones para llevar el agua potable a los parajes. Compré una retroexcavadora y aproveché el envión de la obra pública. Después, con el Plan Hepatitis Cero, también hicimos cloacas para Nahuel Mapá, Merlo, Villa General Roca, Candelaria, anduve por todos lados”, repasa su vida antes de ser productor a tiempo completo.
“Cuando el trabajo comenzó a aflojar, surgió la posibilidad de comprar un campo, también en el sur de San Luis, como para repetir la historia de mi viejo. Es el que tengo actualmente, son 500 hectáreas en la zona de Charco de los Perros, a unos 50 kilómetros de la capital. Era de la familia Iannizzotto y tiene una ventaja clave sobre el original: es todo llano”, cuenta Gabutti, primo de Adriano, otro mendocino con campo en San Luis, en este caso en Los Manantiales, aunque también con aceitera y bodega en su provincia natal.
La apuesta por la agricultura
No era un momento sencillo, ya que la Argentina transitaba la crisis de 2001, pero él estaba convencido de que su destino estaba allí, en la agricultura y la ganadería de monte. “Quería hacer engorde de novillos ‘a cuadro’, con rotación para pastoreo sin confinamiento, algo parecido a lo que hoy se conoce como sistema ‘Voising’, con períodos de descanso para los lotes. Además, le metí suplementación de maíz en bebederos o carros tolveros”, describe Rudy, que ya es todo un experto en el manejo agrícola.
Es una zona de lluvias escasas, que apenas arañan los 500 milímetros anuales de promedio, por lo que hay que cuidar las pasturas y hacer forraje conservado para el invierno. “Hacía llorón a la salida de la primavera y en verano unos cuadros de maíz sobre centeno y avena para alimentar la hacienda. Después llegó la revolución de la siembra directa y el engorde intensivo a corral, así que todo aquello fue un período de transición”, agrega Gabutti.
El problema es que de los proyectos a los hechos a veces queda un trecho demasiado largo y hay que pegar un volantazo a tiempo. “Era mucha inversión, entonces vendí toda la hacienda y alquilé el campo durante cinco años. Pero tampoco fue un buen negocio, porque la renta era baja y el inquilino, como pasa muchas veces, no invertía lo suficiente para hacerlo sustentable, se estaban perdiendo las bondades del suelo, los nutrientes. Fue un punto límite, retomé el control del campo y decidí a partir de allí hacer solo agricultura”, cuenta.
Con una mentalidad más empresarial, y ante la necesidad de hacer una inversión fuerte para tecnificar el campo, empezó a asociarse con gente dispuesta a acompañar la aventura agrícola. “Yo puse el campo, otro la maquinaria y un tercero el dinero para los insumos. Así estuvimos tres años, hasta que me pude comprar mi primer tractor y la sembradora para hacer directa. Entonces me largué solo, con maíz y soja en rotaciones de verano, ya sin ganadería”, cuenta el productor, que ahora tiene la invalorable ayuda de su hijo Martín, que está cerca de recibirse de ingeniero agrónomo.
Además, Gabutti participó de una capacitación clave para su desarrollo como productor. La provincia había firmado un convenio con la Texas Christian University (TCU) estadounidense, y él se ganó una de las 17 becas (se presentaron 130 aspirantes) para un curso de management en gerencia y liderazgo que le dio otra concepción del universo laboral aplicado al campo. “Fue importantísimo para mí, porque me dio una visión empresarial, aprendí sobre tecnologías de la información, avances científicos y comercialización”, reconoce.
Como hombre inquieto que es, también hizo un curso de un año sobre Agroeducación, para conocer más sobre gerenciamiento, manejo comercial, granos, funcionamiento de las bolsas de cereales y mercados agrícolas. “Viajaba una vez por semana en micro, estaba en la charla y me volvía, era un gran esfuerzo pero valió la pena”, reconoce.
Comparte la charla con este cronista el ingeniero agrónomo Ramiro Goncalvez, quien asesora a Rudy desde hace años, y se permite agregar una frase del productor, a su regreso de Estados Unidos, que lo marcó: “Llegó diciendo que en el mundo va a faltar agua y comida, cuando todavía no se hablaba de esos temas”.
Ramiro cree que Gabutti no es un cliente más de los tantos que atiende. “Yo pensé que estaba loco, porque los productores siempre hablan de márgenes, ganancias, gastos, pero no de esas cosas que tienen que ver con el futuro del planeta. Me llamó la atención su visión, no es fácil aunar teoría y práctica, pero él lo hace naturalmente. Por momentos me sentía pequeño cuando empecé a trabajar en su campo, él venía de Estados Unidos nada menos”, lo elogia el profesional.
Charco de los Perros está “treinta kilómetros más allá de la frontera agrícola”, coinciden productor e ingeniero agrónomo, es una zona eminentemente ganadera que Rudy se empeñó en convertir en agrícola con sustentabilidad y rentabilidad.”Yo tenía la visión, pero Ramiro aportó su capacidad y las herramientas para armar el proyecto que yo quería”, devuelve gentilezas.
Son ambientes que se ganan con big data y paquetes tecnológicos de última generación, porque cada hectárea cuenta. Ya no hay lugares determinados para hacer ganadería o agricultura, con la maquinaria adecuada se puede hacer una producción sustentable, que contemple el medio ambiente y el bolsillo del agricultor. Pero claro, hay que invertir fuerte, tener paciencia y ponerse en manos del clima y los vaivenes del mercado, algo a lo que los productores argentinos se han acostumbrado por las malas.
Gabutti está convencido de que el campo “es una actividad ciclotímica, en la que juega la situación social, los caprichos de la política y la inestabilidad económica del país. Tenés años buenos y años malos, porque vamos de la mano del clima y de los gobiernos, que siempre te tendrían que motivar, aunque en la realidad eso no pasa”.
Y esa variabilidad se vio patente en las últimas dos campañas. “En la 19/20 apenas si salí hecho, porque la sequía fue tremenda. Venía Ramiro, pinchaba el lote y me decía que me quedaban cinco días de agua, después tres, después uno y llegó el momento en el que el perfil estaba seco. Eso me desgastó tanto que para la campaña pasada decidí no hacer más planillas de lluvia, estaba harto”, reconoce el productor.
En la campaña 20/21 hizo solo maíz, porque como los pronósticos hablaban de que se venía La Niña, “es un cultivo que se defiende mejor que la soja de la sequía”, cuenta. Pero finalmente las lluvias estuvieron por encima del promedio y a Rudy se le dibujó una sonrisa porque la cosecha, que está a punto de finalizar, trajo buenas noticias en cuanto a rindes, lo que le permitirá encarar con optimismo la próxima, ya que los insumos estarán asegurados.
“En el semiárido lo más importante es buscar cierta estabilidad y eso se logra con buenas coberturas, sin la presencia de malezas, con suelos bien fertilizados y eligiendo el material adaptado a cada región, que quizá no rinda 100 quintales por hectárea, pero tampoco dos quintales”, explica Goncalvez, acostumbrado a trabajar en estos ambientes complicados.
Con la fecha de siembra tuvieron una discusión interesante. “Yo quería hacerla el 20 de diciembre y Ramiro me proponía algo escalonado porque cerca de fin de año cosechás menos radiación. No había llovido los últimos tres febreros así que al final me convenció. Y fue una bendición, porque tuvo razón”, asegura Gabutti, quien es consciente de que los componentes de rendimiento, que son los granos, las espigas y las plantas, se definen 20 días antes y 20 después de la floración, que es justamente en febrero.
Si bien a la siembra más temprana del maíz, que había sido el 15 de noviembre, la golpeó duro el granizo, lo que le hizo perder mil kilos por hectárea; la que se llevó a cabo después del 1º de diciembre terminó definiendo una buena campaña, porque las lluvias de fines de enero y principios de febrero la tomaron en plena floración.
El 80% de la semilla fue la variedad 20.6 Nexxt, de Brevant, y el rinde, si bien todavía falta cosechar algunos lotes, podría andar en 70 quintales por hectárea gracias a los 600 milímetros que cayeron entre octubre y abril. En pocos días más comenzarán a entrar los camiones al campo "Sagrada Familia" para llevarse el maíz a Rosario y ya comenzar a planear la nueva campaña, que tendría un 70% de maíz y un 30% de soja. Porque la rueda no se detiene y Rudy lo sabe. Pero se lo nota decidido a seguir poniéndole el pecho a lo que venga.


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