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En el año 2017, el diplomático indio

Por redacción
| 14 de abril de 2022
El presidente de China, Xi Jinping. Foto: Internet.

Brahma Chellaney acuñó el concepto de la diplomacia de la trampa para decir que China aumenta los préstamos a otros países del Sur en desarrollo, para extraer concesiones económicas o políticas cuando un país deudor no puede cumplir con sus obligaciones de pago.

 

De este modo, abruma a los países pobres con créditos para que acaben siéndole serviles. No es de extrañar que ese eslogan fuera popularizado para demonizar a China.

 

El Centro de Ciencia y Asuntos Internacionales Belfer, de la estadounidense Universidad de Harvard, se ha encargado de explicar “los nefastos intereses geoestratégicos detrás de los créditos de la nueva potencia asiática”.

 

Mientras tanto, como en tantas otras cosas, la administración de Joe Biden continuó con las políticas afines a su predecesor Donald Trump en este aspecto.

 

Pero incluso los investigadores occidentales que suelen desconfiar de China cuestionan esta nueva narrativa. Un estudio del Chatham House, también conocido como el Instituto Real de Asuntos Internacionales, de Gran Bretaña, llegó a la conclusión de que es simplemente errónea, con escasas pruebas que respalden la tesis.

 

Al estudiar los acuerdos de créditos concedidos por China a 13.427 proyectos en 165 países durante 18 años, AidData, del Instituto de Investigación Global, de EE.UU., no pudo encontrar ni un solo caso en el que la gran potencia emergente haya incautado un activo extranjero tras el incumplimiento del pago de un préstamo.

 

China ha sido el “nuevo actor” en la financiación al desarrollo durante más de una década. Sus crecientes préstamos contribuyeron a llenar el enorme vacío dejado por el declive y la creciente orientación empresarial privada de la financiación del Norte industrial.

 

En lugar de que la ayuda entregada impulse las exportaciones, como antes, ahora la estrategia es promover descaradamente la inversión extranjera directa de las naciones donantes del Norte.

 

En cambio, a menos que se desembolse a través de instituciones multilaterales, el aumento de los préstamos de China para apoyar a sus empresas en el extranjero no fue canalizado realmente para condicionar esa ayuda a los países del Sur.

 

Las grandes narrativas de la diplomacia de la trampa de la deuda contraída con Beijing son una gran propaganda, pero ocultan los impactos reales de los flujos de deuda.

 

La mayor parte de los créditos chinos es destinada a proyectos de infraestructura e inversión productiva, no a préstamos políticos determinados por los donantes. Algunos países se endeudan en exceso, pero la mayoría no lo hace. Los acuerdos pueden volverse amargos, pero aparentemente la mayoría no lo hace.

 

Aunque deja menos espacio para el abuso discrecional en la implementación, los préstamos para proyectos suelen poner a los deudores en desventaja. Esto ocurre en gran medida por las condiciones de la inversión y la financiación extranjeras buscadas, independientemente de la fuente. De ahí que los resultados de la mayoría de estos préstamos, no solo de China, varíen.

 

En términos concretos, China nunca embargó los activos de ningún país con el que haya negociado un préstamo en la última década.

 

Esta narrativa propiciada por la Unión Europea y Estados Unidos seguramente alcanzará nuevos niveles de desinformación, con el escenario de la invasión de Rusia a Ucrania.

 

Los prejuicios diplomáticos y la desinformación forman parte de la actual realidad de la geopolítica.

 

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