16°SAN LUIS - Lunes 29 de Abril de 2024

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Un viaje al mundo de la barba

El vello facial ha sido una particularidad de los hombres a lo largo de la historia y configura prácticamente una marca registrada en libres pensadores, intelectuales, referentes religiosos, alquimistas y teósofos. Así como los lentes de lectura comunican casi por defecto una dosis de inteligencia, la barba rodea una mística identidad que ha persistido de forma inmemorial.

 

Si uno rememora a los grandes ilustres del conocimiento, es inevitable que se nos vengan a la cabeza representaciones iconográficas de Sócrates o Platón, a quienes siempre se los ha mostrado con voluminosas barbas. Incluso, más adelante en la historia, es imposible abstraerse de personalidades como Friedrich Nietzsche (con su tupido bigote) o el propio René Descartes, quien según sus retratos lucía una tímida suerte de mezcla entre la barba imperial y el estilo Van Dyke.

 

En la actualidad, forma parte de las principales tendencias masculinas y se despliega con un protagonismo clave en subculturas como la corriente hipster. Pero, ¿qué lleva al hábito de dejar crecer el vello facial?, ¿hay una comunión con el saber?, ¿implica una conexión mística?

 

Es muy difícil llegar a una respuesta. En las culturas de medio oriente, por ejemplo, han sido indispensables. Si se habla de la época contemporánea, se puede apuntar el característico bigote del político iraquí Sadam Husein o el bigote de Bashar al-Ásad en Siria. El propio Muamar el Gadafi con su inconfundible barba marcó hasta una suerte de semiótica del poder a través de la comunicación no verbal.

 

Para muchas personas, el vello facial es un símbolo de conexión con Dios. Varias religiones la utilizaron en una manifestación de su propia fe; para algunas creencias y movimientos espirituales es un ícono de su pacto con la deidad, incluso un puente entre la mente y el corazón. En otras comunidades religiosas, los hombres se afeitan mientras están solteros y una vez casados pueden dejar que su barba crezca.

 

La barba no ha faltado en las guerras y revoluciones, y su mensaje encriptado pasó desde la suma de adeptos y la empatía ideológica hasta la causa propia del terror: José Doroteo Arango Arámbula (Pancho Villa), Ernesto "Che" Guevara, Iósif Stalin o Adolf Hitler, por mencionar algunos.

 

Un estudio del psicólogo Edwin Ray Guthrie planteó que la barba se podría dar como una forma de intimidación ante los pares masculinos ya que aumenta las percepciones del tamaño de la mandíbula y sobredimensiona los comportamientos agresivos o amenazantes.

 

Sea como sea, la realidad es que altera la percepción y es un eslabón fundamental del lenguaje corporal. Portarla implica un doble compromiso de higiene ya que es más fácil afeitarse a diario que mantener una barba. Sin embargo, el ritual de cuidado es un deleite, prácticamente un arte inigualable.

 

El pelo que sobresale del rostro para algunos es tan importante que recurren a trasplantes mediante una técnica que trasplanta el cabello de la nuca a la cara, en sesiones muy costosas. Lucir rasurado (por opción o por propia naturaleza) en algunas culturas es indeseable.

 

Aunque las sociedades van cambiando, la barba al día de hoy despierta amores y odios. Si bien se cree que puede comunicar confianza, madurez, libertad y respeto, entre otras virtudes, para otros puede reflejar desprolijidad o incluso las llegan a considerar antihigiénicas.

 

De cualquier manera, el devenir de la historia la ha conservado intacta y seguirá burilando —aunque parezca banal— los enigmas más grandes de la humanidad.

 

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