Un año del gobierno de Javier Milei
Resulta útil para empezar a comprender algunas cosas, un resumen de promesas incumplidas: levantamiento del cepo, nunca hubo dolarización entre otras razones, porque nunca llegaron dólares necesarios.
Milei trató de cambiar el discurso por la “competencia de monedas”, pero quedó lejos y nunca lo impulsó realmente. La dinamita nunca llegó al Banco Central de la República Argentina. Por el contrario, el peso pasó a ser una moneda revalorizada y escasa. La “casta” nunca sufrió recorte alguno.
El mayor peso del recorte recayó sobre los jubilados, los haberes previsionales quedaron muy fuertemente licuados frente a la inflación. Se cayó brutalmente el empleo. Disminuyó el salario real y cayó el poder adquisitivo del ingreso de los trabajadores. Mucho más cayó el consumo, tanto en supermercados como en almacenes de barrio. Uno de los derrumbes más notorios y lesivos es el de la construcción. A la par estuvo el fuerte deterioro de la actividad industrial.
El tan mentado superávit lo sostuvieron mayoritariamente los jubilados, las provincias y las universidades. Claramente la marcha universitaria del 23 de abril consiguió dañar seriamente su imagen.
La obra pública padeció un freno notorio que dinamitó su efecto movilizador de múltiples actividades. El alza en los niveles de pobreza y de indigencia mutilaron el ya deteriorado tejido social.
Como ejemplo de tantas peleas, vale recrear su quebrada relación con la vicepresidenta de la Nación. Por ejemplo, el 17 de julio, la presidenta del Senado realizó un posteo contra Francia que fue descalificado por Karina Milei y el presidente ante Emmanuel Macron.
El jefe de Estado además aprovechó una de sus últimas entrevistas para decir que su vice no forma parte de su gestión. Fue hábito frecuente de Javier Milei descalificar y amedrentar, contra el progresismo, contra el feminismo, contra la simbología peronista, contra los medios de comunicación, contra los periodistas, contra la cultura y contra todo lo que, según su apreciación, le resultaba provechoso.
El mote de “viejos meados” con el que descalificó a los jubilados pareció superar todos los límites tolerables. Tampoco se salvaron presidentes extranjeros, opositores, artistas, dirigentes sociales, etcétera, etcétera. Su prédica generó, incluso, conflictos diplomáticos. Todas las relaciones mutaron según la conveniencia.
Un área donde el gobierno nacional tuvo severas dificultades fue en la de Capital Humano: una cartera con múltiples inconvenientes y acusaciones de corrupción en la Subsecretaría de Niñez, Adolescencia y Familia.
Existe una tendencia a creer que no cabe detenerse demasiado en lo que se denomina despectivamente “las formas”. Una forma dañada se vio, por ejemplo, cuando ante el fallecimiento de un exfuncionario, Milei desplegó un cúmulo de insultos del más bajo calibre cuando el cadáver aún estaba caliente. Una bajeza intolerable. Lo particular es que muchas veces se pretenden naturalizar conductas de este tipo que no deberían ser toleradas.
Muchas salidas al balcón de la Casa Rosada. Discursos a los gritos, incluso de espaldas a los destinatarios de sus mensajes. Inexactitudes y despropósitos a granel. Caracterizó a la fuerza política gobernante un grupo de “traductores” que intentaron infructuosamente morigerar o adaptar sus dichos. Verbigracia, cuando Milei dice “destrozar el Estado”, los traductores pretenden hacerle decir que anhela un Estado más flexible y eficiente. Casi lo contrario. Su desesperación por las fotos y la imagen son un rasgo distintivo. O sea, viene de los medios y se dirige a los medios. Ocupa largas horas de su jornada de trabajo a operar en las redes sociales.
Valdrá la pena entregar números concretos que le den una cuantía precisa a varias de las cuestiones descriptas anteriormente. No se harán precisiones sobre las visitas frecuentes que realiza a sus perros por considerarlas del ámbito privado. De cualquier modo, sería deseable de parte de Javier Milei más respeto por la investidura presidencial.


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