SAN LUIS - Sabado 28 de Junio de 2025

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Confortablemente adormecidos

"The wall", la obra cumbre de "Pink Floyd", cumple 45 años y sigu vigente como el primer día. Políticas, traumas y una generación de seguidores que construyeron, ladrillo a ladrillo, un disco irrompible.

Por Miguel Garro
| 02 de diciembre de 2024

Una melodía suave, adormecida, que de repente se rompe con la batería que corta cualquier entumecimiento y da paso a la guitarra eléctrica con aires épicos, de musical super mega hiper producido. Así durante un minuto y medio, hasta que aparece la voz de Roger Waters que dice: “Entonces pensaste que te gustatría/ ir al show/sentir la cálida emoción de la confusión”. La canción se llama “In the flesh” y es la primera de “The wall”, el disco de Pink Floyd que hace 45 años –lustros más, lustros menos, según cuándo se haya escuchado- cambió para siempre, para bien y para mal, la historia de la banda inglesa. Y de una generación de seguidores.

 

 

Como toda obra conceptual, el álbum –doble, de 26 canciones y una hora veinte de duración- tiene una serie de ingredientes que lo hacen especial, incluso casi medio siglo después de que se conoció. Enumerarlo –más allá de que puede resultar tedioso para el fanático de Pink Floyd- no deja de ser necesario a la hora de visionar en retrospectiva la magnífica obra.

 

 

En el antes de la edición, “The wall” fue concebido por Waters casi en solitario, durante la gira de “Animals”, el disco anterior del grupo, inspirado en “Rebelión en la granja”, el clásico de George Orwell. El bajista es el autor de casi todas las canciones y, autoimpuesto líder de la banda tras la eyección de Syd Barret, presentó el trabajo a sus compañeros sin demasiadas opciones de opinión.

 

 

La historia que contaba Roger por medio de las canciones era, en parte la suya. La opera rock –un género que había tenido su parangón inicial en 1969 con “Tommy”, de “The who”-, relataba la vida de Pink, un cantante de rock que, harto de lo que su profesión generaba, se sumerge en un mundo de traumas surgidos por la muerte temprana de su padre en la guerra, la difícil relación con su madre, la intención de romper con lo establecido en la escuela y el ingreso, triunfal y derrotado a la vez, al mundo del rock.

 

 

Entre los psicoanalistas floydeanos –que los hay, a montones- está naturalizada la metáfora de que cada ladrillo que conforma el muro es un trauma más que sumaba Waters en su vida personal. De allí que “Otro ladrillo en la pared”, el tema que emerge automáticamente cuando se nombra al disco, se haya convertido en una insignia imposible de soslayar.

 

 

En el álbum, la canción tiene tres partes, todas editadas en el disco 1. La primera parece aletargada, con la voz acompañada de un eco y una referencia constante en la letra a la ausencia paternal. La segunda es la más difundida y pone sobre una base disco un reclamo escolar con una frase que se extendió en el mundo educativo entre la liberación y la exigencia: “Hey, maestros, dejen a los alumnos en paz”. La presencia del coro de niños le dio un tónica inolvidable.

 

 

La tercera parte llega cerca del cierre del primer disco y oficia como resumen de los problemas anteriores, con guitarras estridentes y una mirada menos trascendente.

 

 

Marcelo Alcaraz es un periodista, escritor y realizador audiovisual de San Luis que se reconoce muy seguidor de la banda, aunque pone por encima de “The wall” a “El lado oscuro de la luna”, el otro disco que, seis años antes, marcó el camino del grupo.  “Escuché The Wall en la adolescencia por primera vez, me lo pasó un compañero en la secundaria y lo escuché todo, completo. Eso fue para mí muy fuerte porque hasta ese momento escuchaba canciones, pero ahí escuché una obra de corrido”.

 

 

La idea de un álbum conceptual atrapó a Marcelo como a muchos de sus congéneres. “Descubrí un disco que se podía escuchar de principio a fin, que narraba una historia completa y que además tocaba temas existenciales. Eso fue muy revelador, muy fuerte”, agregó.

 

 

El plan se terminó de redondear para Alcaraz con el estreno de la película, dirigida por Alan Parker, que años después se metería con “Evita” en una polémica historia protagonizada por Madonna; y con el cantante Bob Geldof en el papel del atribulado Pink.  “Eso me abrió otro mundo –dijo el periodista- porque entendí que hay mucha más potencialidad artística cuando se combinan distintos lenguajes, distintos géneros”.

 

 

La rebeldía que emanaba el disco, la ruptura con la uniformidad escolar, la lucha contestaria con el  autoritarismo y la puesta en juego de otras visiones que no eran las que imponían los poderes agregaron en Marcelo los elementos que los llevaron a conceder que “The wall” es un disco fundamental.

 

 

En 1979 “Pink Floyd” estaba integrado por Waters, David Gilmour, el guitarrista que reemplazó a su amigo Barret cuando el fundador abandonó el grupo sumergido en sus desaveniencias lisérgicas; Nick Mason, el baterista, y Richard Wright, el tecladista, que fue echado por Roger en medio de la grabación y contratado nuevamente meses después para la gira de presentación.

 

 

Aunque la historia oficial insiste en centralizar la composición y la autoría del álbum al bajista, el aporte de Gilmour –quien siempre aspiró a ocupar el lugar de líder- es, aunque muy breve, casi ínfimo, soberbio. El guitarrista firma “Comfortably Numb”, una canción que se mete en la trama de la opera rock cuando Pink es inyectado con una poderosa droga antes de salir a dar un recital y que se convirtió en un clásico.

 

 

El ritmo aletargado, la dicción mínima, el ambiente de humo denso y una pesadez inyectable conforman una canción que, cómodamente, se ubica entre lo más destacado de la obra maestra.

 

 

La expulsión de Wright –quien falleció en 2001- fue una de las tantas situaciones incómodas que se vivieron durante la grabación del álbum y que evidenciaron el carácter totalitario con las que Waters comandaba la banda, que por entonces vivía un clima difícil, con casi todos sus integrantes, a excepción del bajista, trabajando en sus primeros discos solistas, por lo que las prioridades estaban divididas.

 

 

Discusiones con los productores, celos varios, peleas internas, viejos conflictos y otras delicias de la vida rockera fueron el inicio para unas de las consecuencias más drásticas de “The wall”. Tras la gira de presentación y luego de editar “The final cut”, el sucesor, Waters decidió dejar el grupo e iniciar una cruenta batalla sobre los derechos mientras sus compañeros extendieron la vida de la sangre rosa. “Cuando se fue Waters, se acabó una buena parte de Pink Floyd”, sentenció Alcaraz.

 

 

La reconstrucción

 

En 2010, el bajista volvió a tocar el disco en una gira mundial que revitalizó un elemento muy importante del concepto “The wall”: su impacto visual. Si en las presentaciones de 1979, los shows eran un festival con una serie de efectos que incluía el muro y algo de lo que habia sobrado de “Animals”, como el cerdo rosa volador; la repetición en vivo en este siglo tendría la apoyatura de la tecnología y (más aún) de la eternización por medio teléfonos celulares que registraron para siempre los conciertos.

 

 

Sin buscarlo, el músico acercó su obra a otra generación, aunque esos jóvenes seguramente recibieron por parte de sus padres toda la información necesaria para adentrarse en la construcción y la destrucción de la pared. Julieta Cravero, locutora, especialista en música, conductora de streaming en Tuki Tv, ensaya una explicación a la influencia de un disco que cumple 45 años en la juventud. “En alguna casa, en este momento, hay un grupo de adolescentes descubriendo The Wall y expandiendo su universo. No me refiero solo a sus canciones, sino al álbum como pieza: el arte de tapa, la playlist, los personajes”.

 

 

En la imaginación de la comunicadora, los chicos que descubran el disco pensarán en hacer música o simplemente se hagan algunas preguntas pero “adonde sea que les lleve, no les pasará por al lado y por eso este álbum sigue tan vivo”.

 

 

La gira de este siglo de “The wall live” incluyó nueve recitales en la cancha de River que demostraron el fervor del público argentino por la banda inglesa y a los que asistieron muchos puntanos. Martín Viñals, diseñador, bajista, artista plástico y cantante de “Vorsoto” fue uno de ellos.

 

 

“Estuve muy cerca del escenario y muy cerca de Roger Waters. Fue impresionante esa experiencia. Lo que más me impactó fue ver a la gente alrededor mío en un estado elevado de emoción. Todos mirando al cielo y mirando al escenario y con lágrimas en los ojos, entendiendo ese motor emocional que entregaban los instrumentos y la carga conceptual histórica que nos arroja esa obra, que para mí quedó en la historia como las grandes obras de la humanidad a nivel artístico”, relató el artista a Cooltura.

 

 

Viñals escuchó por primera vez “The Wall” cuando tenía 12 años y siente que ese día en su vida se abrió una puerta que “hasta el día de hoy no ha sido superado por ningún otro hecho artístico”. Como a Alcaraz –y a la mayoría de los que vivieron la experiencia- la visión de la película complementó una historia inigualable.

 

 

“Estar a metros de Roger Waters, -recordó Viñals- ver la pared que se desarma, ver los globos, ver el avión que baja fue emocionante por la organización, por el fetiche de volver a hacerlo, de transportarlo, de presentarlo”.

 

 

Hay un punto que es imposible de tapar en el entramado acompasado de “The wall”: la posición política de la banda, pero fundamentalmente de Waters. “Fue reivindicativa de la paz y de la justicia, desde el dolor, desde la guerra. Si bien nosotros no hemos padecido esa guerra ni ese paisaje, lo entendimos todos, porque la nostalgia es universal”, resumió Viñals.

 

 

El músico puntano se refiere a la Segunda Guerra Mundial, a la que el disco hace alusión directa. Cuatro años después de la edición de “The wall”, Margaret Thatcher ordenó la invasión inglesa a las Islas Malvinas y cada vez que pudo Waters se encargó de repudiar esa acción. Aunque la referencia política y social más obvia ocurrió diez años después de la salida del álbum, cuando el muro de Berlín comenzó a demolerse, como el grupo imaginó la demolición de los traumas que fueron los ladrillos.

 

 

A 45 años exactos de su edición, el onceavo disco de “Pink Floyd” suma reproducciones en Spotify, como antes lo hizo en vinilo, en cassette y en cd. Y parece que los años no pasan. Cada escucha nueva tiene un descubrimiento o un detalle olvidado, la reminicencia a un momento vital en donde el mundo estaba, como Pink, el personaje central de la opera, confortablemente adormecido. “Cuando vuelvo a escuchar el disco –concluye Alcaraz- , lo escucho de otra manera, le encuentro otros matices, otras cosas. Me parece que ha envejecido y ha envejecido bastante bien. Hay canciones que parecen eternas”.

 

 

 

 

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