SAN LUIS - Sabado 28 de Junio de 2025

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Raúl Barboza: la austera vida y la magnífica música de un embajador

El notable acordeonista repasó con Cooltura su días en París, donde se instaló con el único objetivo de difundir la música de su pueblo. A los 87 años, dice que no tiene auto ni casa, pero que no hace nada que entorpezca su espiritualidad. 

Por Miguel Garro
| 12 de marzo de 2025

 

El nombre de Raúl Barboza está indefectible unido al chamamé, como el de Atahualpa Yupanqui al folclore y el de Astor Piazzolla al tango. En esas comparaciones se mueve el acordeonista mayor de la música nacional, un hombre que a los 87 años sigue con el que parece ser su objetivo en la vida: difundir la música de su pueblo.

 

 

Nacido en La Boca, hijo de correntinos, el notable compositor es ahora un músico de mundo que vive la mitad del año calurosa en París y la otra mitad del año calurosa en la Argentina. Donde esté, es invitado a festivales de todo el mundo en una cruzada que lleva con orgullo y con la firme sensación de ser quien hizo conocida a la música litoraleña argentina en el mundo entero. 

 

 

“Decidí irme a Europa con el único objetivo de que allá conocieran la música de mi pueblo, no fue fácil pero mi intención era que en todos lados se enteren de lo que se hace en esa parte de Argentina. Porque se empieza por la música, pero luego se va a la comida, al lenguaje, a la cultura…y la van incorporando a la suya”, dijo Raúl en una entrevista con Cooltura.

 

 

Barboza tiene una relación muy estrecha con San Luis, especialmente con Villa Mercedes, donde cada vez que puede llega a tocar, como sucedió en enero pasado en el Boliche Don Miranda. Su esposa hace más de 50 años es Olga Bustamante, una villamercedina surgida de una familia de músicos que acompaña a Raúl a todos lados. De hecho, cuando el músico tiene que hablar de su periplo personal, a menudo usa el plural.

 

 

“Villa Mercedes es una ciudad muy particular, la hemos visitado varias veces y nos encontramos con muchos músicos, muchos artistas, muchos poetas con los que compartimos mi arte. Fui un privilegiado haber tocado, por ejemplo, con Los Quilla Huasi”, reflexionó el músico, quien tiene algunos parámetros reconocibles en eso de ser embajador musical no solo en París, sino también en otros países europeos, en Japón o en Canadá.

 

 

“No se puede hacer conocer una música a la distancia, por lo menos no se podía a finales de los 80, cuando me fui de Argentina, posiblemente ahora sea más fácil, pero siempre es mejor estar en el lugar”, agregó Barboza, quien tuvo que aprender el idioma de cada país donde se instaló.

 

 

Cuando Raúl recaló en París sin más que su acordeón y Olga, ambos inseparables en su vida, la capital francesa relacionaba todavía la música argentina con Carlos Gardel y las orquestas típicas, un tango para bailar que empezó a revertir su visión con las primeras miradas hacia Piazzolla. 

 

 

La tarea de Barboza en París no tuvo antecedentes. “El chamamé era totalmente desconocido y no se conoce en ninguna parte porque no hay partituras escritas; el correntino no escribe música, es muy flojo para eso”, agregó en tono de broma el maestro, quien con sus primeros escritos sobre el pentagrama pudo dejar alguna referencia para las generaciones que vienen. 

 

 

La música correntina, enseña el acordeonista, tiene las mismas variantes sonoras que las que tienen todas las músicas del mundo. “Tiene su parte alegre -enumera-, que habla del encuentro, el amor; y tiene una parte más oscura que habla de las tristezas y de las vivencias de sus abuelos, por ejemplo”. Como sea, Barboza y muchos músicos dedicados al chamamé de su generación tuvieron que tocar de oído. 

 

 

El primer gran paso europeo de Raúl en cuanto a la música fue la grabación de un disco financiado por un amigo que tenía una pequeña empresa discográfica y le ofreció el espacio para hacer un disco que llevaría su nombre. Lo editó en 1993 y para registrarlo tuvo el músico que contratar un contrabajista italo-francés, a un guitarrista paraguayo, a un tecladista francés y a un percusionista argentino. Como había pocos músicos que tuvieran el sentir de su tierra, hizo llamar a un correntino para que ponga su impronta. 

 


 

El acordeonista se sorprende por algo que nota cada vez con más frecuencia respecto a la divulgación de su arte. Dice que en ciudades tan disímiles y lejanas como Londres, Nueva York, Verna, Tokio, el chamamé tiene una recepción considerable incluso en festivales de jazz, pero que en Argentina todavía no tiene la difusión adecuada. Nota Barboza que en Argentina, la gente está más concentrada en su música regional que en mirar a quien está a su lado. “Hace unos meses -recordó- estuve en un lugar muy lindo de Buenos Aires tocando, en pleno centro. Cuando terminé se me acercaron una mujer francesa, su esposo inglés; un chico de Brasil y otro de Portugal. Con todos hablé en sus idiomas. No había ningún correntino”.

 

 

Lo ve, también, en el poco interés que concentran las nuevas figuras que surgen. “El chamamé es como una planta, como una flor, como la cosecha de choclo, que siempre aparece”, dijo el artista que comenzó a tocar a los 7 años y durante sus primeros cinco discos se presentó como “Raulito” Barboza. Recién para el sexto, “Bienvenido Raúl Barboza”, de 1968 se sacó el diminutivo.

 

 

“Que un chico empiece a tocar -enseña- depende de la familia, de aquellos que lo puedan ayudar si provienen de un lugar humilde, de alguien que le compre un instrumento”, dijo y recomendó que el mejor inicio para dar a conocer la música es en los bailes, “donde hay mucha gente dispuesta a divertirse”. 

 

 

En la visión del maestro, una de las razones del poco alcance de los nuevos valores esté relacionado -contra lo que se cree- en que los músicos jóvenes están sometidos a obedecer a algún productor que los guía en su carrera artística. “A mí, mi papá nunca me obligó a tocar lo que a él le gustaba. Ni mi papá ni nadie”. 

 

 

Sin dudarlo, el autor de más de 60 discos asegura que la primera manera de mostrar la música litoraleña es dejar de ser una isla, “una característica en la que el correntino se siente muy cómodo”.

 

 

A los 87 años, Raúl dice que se siente muy bien física y espiritualmente, algo que se explica en el trabajo honesto. “Yo trabajo desde que soy muy niño y no tengo autos, no tengo casas, no tengo terrenos, no tengo departamentos; viajo en colectivo, me subo al bus, de tanto en tanto me tomo un taxi, porque el instrumento me pesa; pero quiero decir que mi situación económica es la misma que tenía cuando vivía con mi padres. Me refiero a que las posibilidades de progreso que ofrece la Argentina son las misma que ofrecía cuando tenía 10 años, 20 años o 40 años”., 

 

 

En parte, el músico explica que su situación se debe también al rechazo consistente de cualquier ofrecimiento “que pueda entorpecer mi espiritualidad”. Agrega que su pretensión nunca fue ganar fortuna, pues su fortuna “es estar sano o compartir un vino y una empanada con mis amigos”.

 

 

La ausencia de Barboza en los grandes festivales folclóricos del verano argentino fue tomada “con mucha elegancia” por el autor, quien se consideró “fuera de época” para esos eventos, que alguna vez supo compartir con Teresa Galarza, Ariel Ramírez, Jaime Torres, Los chalchaleros y Jorge Cafrune. “Entonces quiere decir que hay un cambio de mentalidad”.

 

 

Algunos folcloristas mayores ayudaron a Raúl de joven a mostrarse. Uno de ellos fue Ramírez, quien lo convocó para ser parte de una película. Pero el reconocimiento mayor, otra vez, vino de afuera cuando el entonces presidente francés Francois Mitterrand condecoró al argentino como “Caballero de las artes” en un acto en el que también homenajeó a Jairo y Atahualpa Yupanqui.

 

 

“Yo voy al festival de Corrientes, que tiene un alto nivel musical, y veo que está todo mezclado. La última vez que toqué, llevé una violinista y eso que el chamamé no usa el violín. Me sirvió para tocar dos o tres músicas tradicionales y después otras cosas más experimentales, para que la gente sepa que estoy en esa”, dijo Barboza, quien se definió como un “defensor del chamamé”, pero no un defensor con los ojos cerrados, sino con “los ojos, la cabeza y las orejas bien abiertas”.

 

 

Tras más de 70 años de carrera, si Raúl tuviera que definirse diría (dice) que es “un obrero de la música”, alguien que ama lo que hace y que se subiría al escenario cada vez que se lo pidan en cualquiera de sus modos posible: “Sea con zapatos de charol o con zapatillas, no me importa”. 

 

 

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