El carnaval se despidió hasta el año que viene

Desde muy temprano flotaba en el aire del sambódromo un clima especial, en el que se mezclaban sentimientos. Había aroma a despedida después de tres días de samba, intercambio y amistad. Pero también se palpaba la emoción y, sobre todo, el agradecimiento. De los organizadores para quienes habían estado codo a codo con ellos planeando y ejecutando una fiesta que otra vez había sido un éxito, más allá de lo que pasara un rato después con la última pasada de las escolas. Y de la gente para todos los que hicieron posible que el Carnaval de Río en San Luis tuviera el sello distintivo de los grandes proyectos que es capaz de llevar adelante la provincia. Orgullo puntano que le dicen. Se notaba en el palco de autoridades y en el rincón más lejano de la popular, porque entre tantos turistas los locales también se hicieron sentir.

La sexta edición será del 13 al 15 de marzo, otra vez tres días porque la experiencia fue exitosa.

Las tribunas estuvieron llenas como el viernes y el sábado, pero lo que transmitían era distinto. Había más calor, más ganas de pararse, bailar, cantar y gritarles a los protagonistas que se acercaran a sacarse una foto, a dejar una mirada, a extender una mano amiga. Quizás haya sido porque el frío no apretó tanto, pero uno intuye que tuvo más influencia el hecho de que era la última, que ahora hay que esperar casi un año para ver de nuevo esos cuerpos torneados, esas plumas, esos colores. Porque, como dice Joaquín Sabina, "...el verano acabó, el otoñó duró lo que tarda en llegar el invierno...". Y por acá los fríos son intensos y habrá que juntar ganas hasta el cierre del verano que viene para volver a vivir semejante fiesta.
Si bien cada jornada es parecida, nunca es igual a la anterior. Hay que poner los sentidos al servicio de la observación para darse cuenta de que cada noche tiene su carga especial. La del domingo no fue la excepción, sobre todo porque las "saudades", o nostalgias, quedaron en evidencia temprano.
Para las murgas y comparsas la tercera pasada representó mucho más que la última. Marcó el tiempo de volver a casa, guardar los trajes y someterse a la cotidianeidad que marcan trabajos y escuelas luego de la oportunidad única de mostrar sus habilidades ante más de 20 mil personas. Esos vecinos anónimos se entregaron en la pista, dejaron el alma en cada voltereta. Si hasta los tragafuegos parecían llegar más lejos con sus bocanadas al ritmo ensordecedor de las baterías. Para los que son de la capital puntana fue un fin de semana reparador, ya que por decisión de la Municipalidad no habían tenido corsos donde mostrarse. Entonces el Carnaval de Río, cumpliendo con su premisa de inclusión, les ofreció la pista al igual que a los de Villa Mercedes, Quines, Concarán y Juana Koslay, que parecían caminar como cangrejos para que la noche no se terminara nunca.
Esta vez hubo cambio de orden en las carrozas principales. Pasó primero la de los Pueblos Originarios, con el imperturbable indígena de brazos contenedores más dominador que nunca. Aunque tanto carnaval puede sumergir al espectador en la rutina, siempre algo rompe el molde. Como hizo el morocho de la pandereta que se desprendió de la masa y fue hasta el palco para hacer bailar al gobernador, Claudio Poggi. No duró mucho allí, enseguida lo corrieron las chicas emplumadas que se amontonaron para tocar, abrazar o sacarse una foto con Jorgito, el galán de Avenida Brasil. Fue tal el revuelo que hubo que meterle freno de mano a la carroza y al camión de sonido, mientras los directores y sus asistentes hacían sonar los silbatos cual Pablos Lunatis exasperados. Y ni hablar de ministras y jefas de programa, quienes aprovecharon su ubicación de privilegio para llevarse un recuerdo con el actor.Otro detalle que dejó la noche fue el fortalecimiento de la amistad entre puntanos y brasileños. Está la identificación de los bailarines con la tribuna, que se viene dando desde la primera edición, porque ellos son muy simpáticos y la gente adora ese amor que demuestran por el Carnaval. Pero también se notó una fuerte simbiosis entre los organizadores locales y visitantes, coronada con ese paso final, detrás de la tercera carroza, de Juan Civalero (director de la Escuela "Sierras del Carnaval") y su gente, del brazo con Celia Domingues (directora general del Carnaval de Río en San Luis) y los suyos. Y por ahí andaba repartiendo abrazos Wallace Souza, uno de los coordinadores artísticos, que lució un traje de granadero porque quizás cubrió algún hueco en una escola puntana que siente como propia. Y más allá Mariana Jofré, la reina local, charla animadamente con Viviane Araujo, la diosa que tiene muchos carnavales sobre un cuerpo que cada día luce mejor y que seguramente tiene varios consejos para darle. Algunas bahianas sanluiseñas preguntan dónde están sus pares de Brasil porque quieren perfeccionar ese movimiento único que hacen con las polleras. Nacho Bizotto, representante criollo en el camión de sonido, dice que aprende cada noche de esos cantantes que no paran de vociferar. El Carnaval deja su huella en los nuestros. Pero también ellos se llevan una mochila de vivencias, al punto que Milton Cunha, un diseñador top, jura que no habrá otro carnaval igual a éste fuera de Río.
La noche termina, las luces se apagan para que el show de Rodrigo Otazú deje lugar a la pachanga de Los Auténticos Decadentes. El sambódromo en silencio parece un escenario lejano, a pesar de que las carrozas estacionadas debajo del puente peatonal dan fe de que ahí hubo una fiesta inolvidable. Si hasta los dragones parecen guiñarle un ojo al indígena que, por primera vez en tres días, se anima a regalar una sonrisa.