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San Luis estrena la cárcel más moderna de Argentina

Por redacción
| 14 de julio de 2014
Máxima seguridad. Es el sector más grande, con capacidad para 192 internos, dividido en 4 pabellones. Mirá las imágenes. | Foto: Nicolás Varvara

El silencio en Pampa de las Salinas es sobrecogedor. No alcanzan las bandadas de aves a quebrar ese ambiente pleno de breas, chañares y arena. El viento, que arrastra a su antojo a los cardos rusos hasta estrellarlos contra las alambradas que cercan enormes extensiones de nada, es el amo y señor de un sitio que, de a poco, irá perdiendo esa paz poblada de ausencias y de olvidos en un punto geográfico en el que el paraje La Botija parece ser el único contacto con la vida humana.

 

El predio tiene 42 hectáreas y la cárcel, una capacidad para albergar 236 internos.


Allí, a sólo 30 kilómetros del límite con La Rioja, en el Departamento Ayacucho, está listo para entrar en acción el nuevo Complejo Penitenciario de San Luis, el más moderno y seguro del país, pensado para la reinserción de los reclusos a partir del trabajo, la capacitación y las comodidades necesarias para alojar seres humanos; en el otro extremo del hacinamiento que es moneda corriente en las cárceles argentinas.

 


El viernes, a partir de las 17, el gobernador Claudio Poggi dejará inauguradas las instalaciones de una obra que costó casi $175 millones de pesos. Después, de manera paulatina y una vez que el personal penitenciario haya completado distintos cursos de capacitación para poder manejar una tecnología tan moderna, comenzará el traslado de reclusos con un detalle: sólo alojarán allí a los que tienen condena firme, los procesados seguirán en el presidio actual que funciona en la capital puntana, a la vera de la ruta 146.

 


Si la tendencia es alejar las cárceles de las grandes ciudades, ésta fue ubicada en el lugar ideal. Hay un comentario que se hizo moda en el ambiente penitenciario: “Nadie se va a escapar de allí, porque no podrán y mucho más porque no van a querer. Se está mejor adentro que afuera…”. Y el cronista no tiene mucho para discutir luego del viaje que realizó en una moderna camioneta del organismo, acompañado por un fotógrafo de El Diario. Adentro hay un universo pensado para el alojamiento carcelario, afuera poco menos que la nada en muchos kilómetros a la redonda.

 


Desde San Luis, tomamos la ruta 146 hasta cercanías de la localidad de Luján. Allí, sale la ruta nacional 20, que conecta con la 147 en el extremo oeste. Unos kilómetros antes, tras una extensa bajada, hay que tomar a la derecha por la ruta 46, que tiene un asfalto flamante hecho por el Gobierno para hacer más amigable el trayecto hasta el complejo. Finalmente, un giro a la izquierda y 9 kilómetros de tierra nos depositan en el moderno edificio.

 


Aunque es cómoda para tratarse de una cárcel, no hay que pensar en un hotel. La Botija, como se lo conoce al complejo, es una cárcel de mediana y máxima seguridad, un ambiente austero, de encierro, con amplias medidas  para evitar fuga de presos. Nadie en su sano juicio preferiría estar allí, siempre será mejor la libertad. Aclarado el punto, es notable la evolución edilicia y tecnológica respecto de las prisiones tradicionales. El monitoreo visual es constante, hay una separación adecuada entre pabellones y también de los sectores según su seguridad, sensores de movimiento para detectar cualquier anomalía, cerraduras electromecánicas a distancia y el tradicional sistema de esclusas en todas las puertas (no se abre una hasta que se cierra la anterior), para impedir que cualquier negligencia o error provoque un problema inesperado.

 


El nuevo complejo, establecido en un predio de 42 hectáreas que es propiedad de la provincia, tiene capacidad para albergar a 236 internos. “Es más grande que la cárcel actual, pero caben menos porque no habrá hacinamiento”, dijo el oficial principal Milton Venezia, quien está acostumbrado a hacer el trayecto hasta Pampa de las Salinas desde que comenzó la construcción, a fines de 2009. Junto con él, nos acompaña el alcaide Juan Carlos Domínguez, un hombre con 24 años de experiencia en el Servicio Penitenciario, eximio cebador de mate amargo y muy servicial para contestar cualquier duda o inquietud.

 


Venezia conoce los detalles de funcionamiento y es un guía perfecto para la visita porque vio crecer la obra desde sus cimientos. En algunos sectores todavía se observa a obreros de la UTE (Rovella Carranza, Green, Alquimaq y San Luis Sapem) terminando los últimos detalles, que son los más complicados. Las oficinas tienen todavía su equipamiento embalado y no hay nada en los espacios donde estarán los talleres de trabajo de los reclusos y la parte de la escuela. Se nota que hay preocupación por avanzar en la forestación, aunque el piso arenoso juegue en contra de los regadores automáticos que giran durante horas tratando de insuflarle ánimo a los pobres arbolitos que no pueden despegar de sus tutores, afectados por un clima cruel, que presenta mucha amplitud térmica. A la mayoría de las puertas de hierro reforzado con vidrios dobles antibala les faltan las cerraduras, que no pesan menos de 10 kilos. Algunas esperan en un rincón, otras están llegando esta semana de Buenos Aires.

 


Hay computadoras que están instaladas, pero aún quedan escritorios vacíos en las salas de monitoreo desde las que se dominan todos los pabellones. Ningún detalle escapará a la vista de los guardias, que tendrán a mano todas las herramientas para evitar desmanes, peleas o discusiones porque el software es de última generación. Cuentan en total con 116 cámaras de vigilancia más siete domos que giran 360 grados. Hay tableros enormes en los que se observa todo el plano de la cárcel y se encienden luces de colores que marcan la presencia humana y los desplazamientos. Y de última, también están las siete torres de vigilancia establecidas en el perímetro desde las que se observa todo el complejo y, hacia afuera, la inmensidad de la salina que se pierde en territorio sanjuanino.

 


Luego de atravesar el portón principal, el primer edificio que aparece es el de Servicios Generales. Un largo chorizo de oficinas y salas en las que hay locutorio (el sector donde los internos pueden hablar, vidrio de por medio, con sus abogados), capilla, salones de visita, escuela, talleres, cocina, lavadero y un centro de salud con enfermería, sala de rayos X, de curación, consultorio, odontología e internación, más un espacio para aislamiento en caso de presentarse alguna enfermedad contagiosa.

 


Luego de recorrer dos esclusas con el sistema "aguas abajo", que significa que la apertura de puertas es siempre hacia adelante y a la vista del operador que queda detrás, llegamos a los pabellones de máxima seguridad. Son dos módulos de cuatro, con 24 celdas cada uno, lo que permite albergar a 192 reclusos. La primera de cada sector está equipada para recibir a discapacitados. Son espacios de nueve metros cuadrados que tienen una cama metálica, dos estantes para ropa y un baño con equipamiento antivandálico, de acero macizo tanto el inodoro como la pileta, que se acciona con un botón. En el fondo cuelga un espejo. Cada celda tiene un número con el que se identificará al preso durante toda su estadía.

 


En el espacio común hay mesas con taburetes amarrados para compartir las comidas y espacio para colgar un televisor. Frente a las celdas están las duchas y más piletas. Y un poco más allá un patio interno, de altas paredes pintadas de colores flúo (dos pabellones verdes y dos anaranjados), pero sin techo. Es el único espacio para ver y recibir un poco de sol. Todos los sectores están calefaccionados con losa radiante y no tienen aire acondicionado para el verano porque la construcción con doble muro hace que el ambiente esté siempre fresco.

 


El complejo está certificado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) porque cumple con su protocolo, que entre otras cosas establece que debe haber un preso por celda y éstas deben tener al menos ocho metros cuadrados.

 


El sector de máxima seguridad, que como todo el resto no posee barrotes de ninguna especie, está rodeado por una doble hilera de alambrado perimetral con sensores de contacto al más mínimo apoyo. La que da al exterior tiene además alambre tipo concertina, con unas cuchillas de doble filo que desgarran hasta desangrar si se lo intenta atravesar. Está enrollado sin tensionar, para que no lo afecte cualquier intento de corte. La misma disposición y calidad de construcción tienen los pabellones de menores (18 a 21 años según la ley), en los que caben 24 internos, y el de mujeres, preparado para una docena de personas, que asoma más que suficiente teniendo en cuenta que la provincia tiene actualmente sólo 15 reclusas femeninas en el penal actual.

 


Al salir del sector de máxima seguridad uno no puede frenar el instinto de respirar profundamente el aire puro y mirar el sol que calienta la tarde fría. Habremos estado una media hora dentro de los pabellones, pero es suficiente como para valorar la libertad de movimientos y la posibilidad de irnos de allí dentro de un rato.

 


Tras recorrer un pasillo enrejado y hacer el camino inverso al de ida, pasamos por el sector de logística, que contiene dos enormes cisternas de agua de color azul, las cámaras frigoríficas para guardar los alimentos, el taller de mantenimiento, las cocheras y el depósito.

 


Nuestro destino son los ocho departamentos de máxima amplitud, una novedad en materia carcelaria, que cuentan hasta con aire acondicionado. Son verdaderas viviendas con cocina comedor, dormitorio y baño en las que pasarán los últimos días de encierro aquellos internos que hayan demostrado buena conducta y no hayan sido condenados por delitos graves. Allí comenzarán la readaptación a la vida en sociedad.

 


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