El acto en la entrada de la granja La Amalia, en el que Agustín Rossi iba a entregar copias de las actas secretas de la dictadura, estaba previsto para las 17:30. A partir de las 17:45, el locutor comenzó a anunciar la "pronta llegada de las autoridades". Claro, había que calmar a los empleados municipales, quienes indudablemente fueron obligados a concurrir para engrosar el número de asistentes, representado por unas docenas de militantes. Eran las 18 y Rossi y los suyos no venían, 18:15 tampoco, mientras el locutor seguía jurando que estaban "en camino". Cuando comenzó el acto a las 18:45, en una evidente falta de respeto para quienes habían sido puntuales, muchos hombres y mujeres de chalecos y camperas verdes ya habían sigilosamente iniciado la retirada. Uno detrás de otro, para no llamar la atención, controlaron que nadie los viera para no ser castigados en sus trabajos y comenzaron a enfilar por Europa, bien lejos del escenario. Una cosa es ser empleado fiel y otra rehén de quienes juegan con el tiempo ajeno.
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