El Cholo Escudero es uno de los personajes más queridos de la esquina de Rivadavia y Pringles, del moderno centro puntano. Es un personaje simple, humilde y de sonrisa fácil.
Quien no lo conoce, nunca tomó un café en Aranjuez o nunca se hizo lustrar sus zapatos en la tradicional esquina de la plaza Pringles donde comenzó el noble trabajo hace 70 años.
“Tenía once años cuando comencé a lustrar en la otra punta de la plaza -dice mientras señala la esquina de Junín y Rivadavia-. Un amigo del barrio de apellido Vargas, me había regalado el cajón porque se fue a vivir a Buenos Aires y nunca más volvió”.
“Y lo hice por una urgente necesidad, mi madre trabajaba en quehaceres domésticos y la situación no era lo que ella pretendía, en mi casa faltaban muchas cosas y yo no quería eso para ella", manifiesta con los ojos llenos de lágrimas al recordar a su madre fallecida y esos años de penurias.
Según Don Cholo, por la década del '40 pasaban muchas necesidades y en la despensa de la esquina de Junín y Rivadavia, le daban la oportunidad de ganarse otras monedas.
“A veces y cuando no había clientela para lustrar, Don Reyes García, me permitía poner mercadería en los estantes o a veces cargar las heladeras. Era una persona muy buena, me daba lindas propinas, a veces me llenaba una bolsa con comestibles y yo le retribuía
q uedándome hasta tarde, a veces dormía en ese lugar. Me cuidaba mucho porque yo era menor de edad”, agrega. Explica que en 1946 ingresó a trabajar en la Municipalidad cuando tenía 12 años, algo inusual por su edad y para la época. Fue barrendero y después recolector de residuos y se jubiló en 1995 con casi 50 años de servicios.
Dos años antes, en 1993, el Concejo Deliberante lo destacó “por su trayectoria laboral”.
Mientras prepara su cajón ante la inminente llegada de un cliente, cuenta: “Mi padre conocía a Don Juan Saá quien siempre le daba trabajos para hacer. Un día yendo por la calle Colón se encontró con Don Juan y le preguntó: '¿quién es ese niño?'. Y mi padre le respondió: 'mi hijo, Don Juan'. '¿Y… trabaja?'. 'No', fue la respuesta. Bueno entonces traelo a la Municipalidad que algo le vamos a conseguir, expresó ante la sorpresa paterna.
“Tenía que tener un tutor, un responsable y ese fue Don Fermín Crespo que vivía en Caseros y Belgrano. Cuando cumplí los 20 años, le fui a agradecer el gesto”, relata y añade: “Me dieron una linda zona para limpiar, la calle Colón que estaba asfaltada de 25 de Mayo a la avenida España. Lo hacía cuatro horas a la mañana y cuatro a la tarde, de lunes viernes. Para trabajar me dieron un carrito con ruedas de madera y un cepillo inmenso y pesado, había mucha suciedad, eran años donde circulaban verduleros, carros, lecheros y panaderos, todos a tracción a sangre. Era muy distinto”.
Don Cholo precisa la ceremonia de una buena lustrada de zapatos. “Mientras el cliente se toma la botamanga del pantalón le calzo las orejeras para no ensuciar sus medias. Le paso un cepillo blando para sacar el polvo o la suciedad del zapato, a medida que sacudo el frasco de la tinta. Espero que se seque y le aplico un poco de cera y le vuelvo a pasar el cepillo, distinto al primero. Después en dos dedos de mi mano derecha pongo un pequeño lienzo y en la palma de la izquierda, la lata de betún o pomada. Allí comienza la ceremonia de esparcir bien el material. Repito todo en el otro zapato. Después le saco brillo y hago crujir el paño para que el cliente vea que sus zapatos están impecables y brillantes”.
Asegura que el trabajo ha mermado pero que conserva una buena clientela. “Yo tuve la suerte de lustrarle los zapatos a ministros, jueces, abogados y concejales, hasta a Don Juan Carnevale que era intendente".
En 1946, una lustrada costaba 10 centavos y los borceguíes de los soldados, 30. "Hacía unos 5 pesos por día. Hoy en día puedo ganar hasta 200 pesos”, admite y revela que una sola vez un cliente se fue sin pagar. “Me quiso pagar y al no tener cambio me dijo 'ya vuelvo' y no lo vi más”. También cuenta que recibe buenas propinas, uno de esos clientes es un escribano de Villa Mercedes y el otro es el hijo del 'Bomba' Saá. "Son muy generosos”, puntualiza. Entre risas y miradas llenas de amor, acepta que conoció a su esposa “un día negro” y Doña Rosa suelta una cómplice sonrisa.
“Ella tenía 14 y yo 18, nuestras familias eran vecinas. De la amistad, pasó al noviazgo y después al casamiento. Cuando nos casamos alquilamos una pieza en lo del 'Turco Hilacha', sobre la calle 25 de Mayo. Después le compré un terreno a mi padre, tiene 84 metros de fondo, comenzamos a edificar en los ratos libres, yo levantaba paredes, mi señora hacía la mezcla y me la alcanzaba, hicimos una piecita que aún hoy es nuestro dormitorio, cocina y un pequeño baño”, describe con autoridad.
Don Cholo recuerda que practicó deporte e hizo boxeo en el club Belgrano. "Allí Félix Vega me decía: ‘Vos sos el segundo Pascualito Pérez’, pero nunca debuté porque tenía vergüenza de ponerme pantalones cortos”, lanza la sonrisa cómplice.
"También corrí una carrera en bicicleta, de El Volcán a La Petra, llegué en el puesto catorce. Estaba afiliado al club Peñarol de Chacabuco y Balcarce, su presidente era un policía y más tarde me afilió Palacios al Estrellas del Sur de la Buenos Aires y Colón". Después de la sesión de fotos con El Diario y de intercambiar recuerdos con su familia, subraya: “Para mí no hay nada como lustrar, siento un placer enorme, es como se me despejara la mente”, transmite la receta para mantenerse vigente.


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