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"La Puki", la adolescente que abrió la puerta a un asesinato

Por redacción
| 11 de enero de 2016
Implicada. Un mes antes de enredarse en el asalto, "la Puki" habría dejado la escuela. Foto: Facebook.

La Puki” pasó el domingo 4 de octubre encerrada en una dependencia policial. La madrugada anterior había estado en el pub “Y qué…”, en la avenida Illia de San Luis Capital, y había conocido a un chico, “el Panadero”. A la salida, según le contaría después a una amiga, “el Panadero” le robó la billetera y el cinto a un muchacho, y ella, como estaba con él, terminó en la Comisaría del Menor. Tiene 15 años. Aquella no sería la única vez que se enredarían en un delito.

 


Un mes y medio después, “el Panadero” y la adolescente volvieron a cruzarse, en el centro. “Tengo un laburito”, le ofertó él. “La Puki” lo tomó: simuló ser una clienta y llamó a la puerta de la despensa de Edelia Bianny Ortiz de Balbo, una comerciante de 79 años que vivía sola,  para que “el Panadero” y su amigo, Miguel Fernando Castro, entraran a robar. La anciana moriría atada, amordazada y golpeada durante el asalto.

 


El jueves 19 de noviembre del año pasado cerca de las 20, unas horas después del asesinato de Edelia, “la Puki” fue a lo de Brenda, una amiga que vive en la zona noroeste de la ciudad. Brenda les contó a los investigadores que su amiga cargaba en su mochila, una suerte de segunda piel, tres paquetes grandes de Marlboro y siete “morados”, es decir, siete billetes de cien pesos. Era toda una rareza: lo usual era que nunca tuviera plata, ni para puchos ni para nada. Repartió ese lujo. Le dio un paquete de cigarrillos a Brenda, otro al hermano de ella y se quedó con el restante. Horas después –NdP: posiblemente haya sido la madrugada del sábado– Brenda, que no había olvidado esos detalles, volvió a verla y le preguntó de dónde había sacado tanta plata y las cajetillas.

 


Le reveló que se había reencontrado al chico que había conocido en ese pub céntrico, donde jóvenes de la periferia se aglutinan y transpiran cada fin de semana al calor de cumbias y cuartetos. Es “un ‘chori’ –un ladrón– que les robaba a los que tenían”: así se lo definió "la Puki" a su amiga. Al parecer, le gustaba.

 


"El Panadero" le dijo que tenía algo fichado, que le habían dado “la data” de una viejita que tenía plata guardada en su propiedad, en el barrio San Cayetano. Era una cifra con cuatro ceros. Quizás por atracción y por la promesa de una ganancia, aceptó acompañarlo. Consumaron el golpe aquel jueves 19 de noviembre a la mañana.

 


Según la testigo, “la Puki” le narró que con ellos entró “el Miguelón” Castro, un amigo de “el Panadero”. Dijo que la dueña de casa estaba sola, que los varones entraron con armas "que servían" y que apuraron a la doña para que les dijera dónde estaba el dinero. A ella, la mandaron a revisar toda la casa.

 


Mientras hurgaba en un sillón, “el Panadero” le ordenó a la menor que se quedara con la anciana, que ellos revolverían. Después, según la declarante, los jóvenes la mandaron a buscar un taxi, para transportar el botín. La Policía indicó que escaparon con algo de plata, un celular, un chip, un tensiómetro, un arma de fuego y joyas de oro. Pero lo más difícil de cargar, por su peso y porque no iba a pasar desapercibido, era el televisor led.

 


“Me cansé de buscar taxista, hasta que encontré uno –asegura la testigo que le contó “la Puki”–. Cuando les iba a avisar a los chicos (…) entré y vi a la viejita, que no estaba bien. Creo que la viejita se murió”. La violencia y el estrés mellaron el corazón de Edelia. Sufrió un infarto, concluyó el forense al hacer la autopsia.

 


El taxi los esperaba en la esquina. Cuando vio que los pasajeros llevaban un televisor, el chofer les dijo que el auto no le andaba, “que tenía una fichita rota”, contó la declarante. El conductor posiblemente intuyó que andaban en algo ilegal: desistió del viaje y les puso una excusa. “La Puki” le comentó a Brenda que se bajó y que mientras sus amigos aún estaban en el vehículo, buscó rápidamente otro taxi, que consiguió.

 


En la misma resolución en la que dispuso el procesamiento de Castro, el juez Penal Nº 2 de San Luis, Jorge Sabaini Zapata, solicitó hacer averiguaciones sobre la titularidad de una licencia de taxi que la Policía identificó.

 



"Necesitaba la plata"

 


Brenda dijo que mientras su amiga le hacía esta confesión, “la vio mal”. Dijo también que le preguntó si estaba drogada o borracha cuando entró a lo de Edelia. “No, yo estaba bien. Lo que pasa es que necesitaba la plata”, se habría justificado.

 


De vez en cuando, ella solía juntar unos pesos planchando o limpiando en casas ajenas, declaró su mamá en la División Homicidios. Otro testigo contó que la había conocido repartiendo folletos en el centro.

 


El mes previo al asesinato, la chica habría dejado la escuela. Según testimonió su madre, de lunes a viernes estaba con su papá en la Villa de la Quebrada, donde cursaba la secundaria. Y los fines de semana, “La Puki” y su hermana menor, de 11 años, se venían a la Capital y se quedaban con ella en su casa, en el barrio Eva Perón. La madre afirmó que la jovencita siempre volvía a su casa a descansar. Las amigas de la chica dijeron, en cambio, que a veces dormía allí donde la noche la encontrara.

 


La mujer recordó que el mismo mes que habría abandonado los estudios, es decir, unas semanas antes del hecho, descubrió que su hija “se había comprado un Poxiran para aspirar”. Así se enteró de que se drogaba, aseguró. “Nunca antes la vi con pastillas ni que consumiera otra cosa, por eso digo que sólo con eso se droga. La vez que aspiraba eso se ponía agresiva. La veía que andaba perdida, en otro mundo”, describió. De todos modos, según su amiga confidente, aquel jueves, “la Puki” habría entrado lúcida a lo de Edelia.

 



A otra provincia, solo

 


Luego del robo, el destino del taxi que abordaron fue la casa de “el Panadero”. Por lo que la chica le contó  a su amiga, pasó la noche siguiente al asalto en la casa de él. Posiblemente el sábado a la mañana, tal como le había anticipado a Brenda en esa madrugada de revelaciones, “la Puki” regresó a lo de “el Panadero”, a buscarlo.

 


Ese mismo día, a la tarde, la adolescente volvió a lo de Brenda. Le contó que la madre del chico la había atendido y le había dicho que él había agarrado su ropa y se habría ido temprano. "El Panadero" ya no estaba en San Luis.

 


El lunes 4 de enero, el juez Penal Nº 2 Jorge Sabaini Zapata ordenó su detención y la de “Miguelón” Castro. Sólo este último, un chico de 19 años que no terminó el secundario y que hacía changas, está a disposición de la Justicia. Ese mismo lunes, los agentes de Homicidios lo detuvieron en su domicilio, en el barrio Maximiliano Toro, y el magistrado lo procesó y envió al Penal.

 


“El Panadero” aún está prófugo. Se habría ocultado primero en lo de un amigo, en una provincia vecina, y después se habría ido a otra.

 



Otro color de pelo y un destino

 


Según Brenda, días después del crimen, su amiga la llamó al celular de su mamá, a la siesta. Le preguntó si podían encontrarse en el centro, y Brenda fue. “La Puki” tenía en la cabeza otro color y un lugar. Había cambiado el ya desteñido rojizo que matizaba su pelo por una tintura negra. Y quería irse a Formosa.

 


El caso de Edelia estaba en el diario, en las radios, en boca de la gente. Ella lo sabía. Atemorizada por la posibilidad de que la Policía fuera a buscarla, había resuelto irse a la provincia del litoral, donde vive un tío materno, narró su amiga.

 


Para hacerlo necesitaba dinero. Quizás por eso le urgía vender un celular. El aparato que ofrecía era similar al que le habían robado a la anciana. Según un investigador, lo ubicaron en un comercio del centro de San Luis. Quien lo había comprado lo entregó de modo voluntario. Al parecer, no tenía idea de que era prenda de un hecho tan grave.

 


La madre de “la Puki” recién supo que su hija estaba en el norte del país cuando su hermano se comunicó por teléfono y le dijo que estaba allí, bien. Este pariente le contó que la chica no podía dormir. “Mi hermano por ahí la encontraba llorando. Me dijo que la iba a llevar al psicólogo, para ver qué tenía”, declaró.

 


No mantuvo mayor contacto con ellos hasta hace unos días, cuando los policías de Homicidios la citaron a la división. Tal vez ya vislumbraba que su hija había sido salpicada por un hecho de sangre. Llamó a su hermano y le pidió que le pasara con su hija. La menor no quería hablarle, pero le exigió a su pariente que la comunicara sí o sí con ella.

 


Nerviosa, la menor le admitió a su mamá que en noviembre, antes de viajar a Formosa, dos chicos con los que andaba le habían pedido que los acompañara al negocio de una viejita, para entrar a robar, y que "se habían mandado una macana".

 


Su función, según le narró, era golpear la puerta, para que los otros ingresaran detrás de ella. Aseveró que sus amigos le pegaron a la anciana, que había muerto del susto. Su hija, aseguró la mujer, le reiteró que no golpeó a la dueña de casa y que sólo la habían usado para entrar. En una omisión que quizás no fue ingenua, nada le dijo sobre si se había quedado con algo de lo que sustrajeron.

 


En el mismo fallo en el que procesó a Castro, el juez ordenó que, de modo urgente, el Centro de Cámara Gesell del Poder Judicial de San Luis fije fecha para que dos menores declaren a través de ese procedimiento. Una es  “la Puki”. La otra, una amiga de ella.  

 


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