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Rosa Woronko, una mujer todo terreno en Villa de la Quebrada

Por redacción
| 03 de diciembre de 2016
1985. La comisionada municipal junto al gobernador Adolfo Rodríguez Saá.

Quiero mi voz en alto/ como estandarte al viento,/ para cantarle a mi tierra/ en los cuatro espacios del tiempo…/ Y así, poder difundir el amor/ que por ella siento”./

 


“Quiero aire manso y suave/ cuando a inspirar me disponga./ Y que esta inspiración se transforme/ en alas de ágil ave, para elevarme/ a los cielos y de lo alto/ copiar el esplendor de mi pueblo”./

 


Dice doña Rosa Nelva Fernández de Woronko en el poema “De un épico canto quiero” en el libro Cantares del Alma. Un libro que nunca salió a la venta, pero que cuenta de su pasión por la literatura y de su amor por Villa de la Quebrada.

 


Hoy una de las mujeres más autóctonas de San  Luis. Vive en la capital provincial de la fe, pueblo que adoptó como propio después de vivir en San Luis, Donovan, El Volcán y Potrero de los Funes.

 


Nació el 7 de noviembre de 1925 en San Luis y se casó a los 15 años con José Woronko, un panadero polaco, que había llegado a estas tierras un par de años atrás con sus padres Francisca Wierciñeba y Juan Woronko.

 


Rosa que era pupila del asilo Buen Pastor (Ayacucho e Ituzaingo) y junto a su esposo abrieron una panadería en la calle Colón al lado del ex hotel Royal, casi frente al Paseo del Padre. Tuvieron cinco hijos: Enrique José, Ana del Carmen, María Rosa, Miguel Ángel y Juan Carlos.

 


Con el tiempo, el matrimonio adquirió un pequeño campo a la vera de la ruta nacional 7, en las cercanías de Donovan, al que bautizaron como Villa Dora. Allí  instalaron una pequeña estación de servicios y además explotaron la agricultura y la ganadería.

 


Don José y doña Rosa componían un matrimonio de gente trabajadora y de negocios. En 1950 expandieron su actividad a El Volcán, donde abrieron un parador de colectivos interurbanos y una casa de artículos regionales. En esa localidad también veían crecer sus hijos.

 


Diez años, después, en 1960, la familia Woronko compra un terreno en Potrero de los Funes donde abrieron las puertas de otro parador de colectivos e instalaron un comercio de comidas y un camping junto a la costanera, un lugar de singular belleza.

 


Muchos recuerdan que los pastelitos de hojaldre y los alfajores de maicena eran verdaderos manjares, sin olvidarse de los tallarines de los domingos y las empanadas que cocinaba doña Rosa. “Eran un clásico”, aseguran.

 


En 1967 el matrimonio Woronko-Fernández compró un terreno en Villa de la Quebrada, frente a la plaza Lucía Soler y edificaron junto a sus hijos varios locales comerciales que hoy están en plena actividad.

 


Por años, dedicaron todo su esfuerzo a crecer comercial y espiritualmente. Doña Rosa, dueña de una formación religiosa muy arraigada en la provincia, también destinó mucho esfuerzo a la  Acción Católica, adoctrinó en la fe a varias generaciones de jóvenes de la villa y de su zona de influencia con gran paciencia y vocación. Tampoco faltaron en su pasión católica las representaciones vivientes del pesebre de Belén.

 


“La vieja era un todo terreno”, dice uno de sus hijos. A la familia y los negocios le agregó un tiempo para la cultura, la religión, la música y la política, otra de sus pasiones de una madre, abuela y bisabuela, intrépida y llena de empuje, fuerza y coraje.

 


Su obra poética y musical recuerda a aquellos compositores como al poeta Antonio Esteban Agüero o la descripción que Joaquín V. González hace del paisaje de su tierra y el misterio que entraña la historia de la colonización española. También escribió algunas zambas y carnavalitos dedicado al humilde crucifijo protector del pueblo puntano.

 


En 1976, doña Rosa, recibe el primer cachetazo que le da la vida, pierde a quien la acompañó por casi cuarenta años. Don José no resistió un infarto, su marido había estado íntimamente ligado a la Iglesia Católica, fundamentalmente a los salesianos.

 


Pero lejos de quedarse inmersa en el dolor, una vez más, sacó fuerzas de donde no tenía y le puso el pecho a la vida. Enfrentó con hidalguía y sabiduría la crianza de sus hijos y se puso al frente de sus negocios.

 


El 7 de noviembre, Rosa Woronko cumplió 91 años, y nadie puede olvidar lo mucho que hizo por Villa de la Quebrada, a la que dirigió como intendenta en tres períodos: 1983, 1985 y 1987, gobernó ese pequeño paraje serrano lleno de amor y fe hasta 1991.

 


Su primera incursión en la política provincial fue de la mano del doctor Alberto Domeniconi, en representación del Movimiento de Integración y Desarrollo (MID). Fue elegida por una amplia mayoría y gobernó durante dos años bajo ese signo político. En 1985, el MID formó una alianza con el Partido Justicialista y el gobernador Adolfo Rodríguez Saá quiso que fuera la representante de dicha alianza para regir los destinos de esa villa. Fue elegida nuevamente por una gran mayoría de votos, superando las expectativas.

 


En esos años gestionó y realizó importantes obras públicas con fondos genuinos y aportes del gobierno provincial. Entre ellas el moderno balneario municipal “Los Aromitos”, la biblioteca popular “Lucía Soler”, los cordones cunetas de las principales calles del pueblo: Sarmiento, Tomás Alcaraz, Belgrano, Monseñor Di Pascuo, 25 de Mayo y el viejo acceso al pueblo donde hoy pasa la autopista.

 


Doña Rosa –como la conocen todos quienes caminan por ese lugar religioso- no se olvidó nunca de su pueblo, que todos los años para los primeros días de mayo vive una de las fiestas populares más importantes del país.

 


Para hacer crecer la celebración, gestionó el asfaltado de las calles por donde se realiza la procesión del Santo Cristo de la Quebrada. También fue impulsora de la construcción de la hostería provincial, actualmente en desuso.

 


A lo largo de su rica historia de mujer pública y muy querida en su pueblo por adopción, hizo remodelar la plaza Lucía Soler y la gran cruz de ingreso al pueblo.

 


Entre sus gestiones se destaca la que hizo ante el Ministerio de Interior de la Nación, cuyo titular en ese momento era Julio Mera Figueroa, para la realización de la obra del azud y el acueducto Huascara, de más de siete kilómetros de extensión para mejorar la provisión de agua potable a la localidad.

 


En el 2000, la villa sufre dos aluviones, uno el 22 de enero y el restante en marzo, el Jueves Santo,  lo que le causó pérdidas muy importantes para la economía local. Doña Rosa colabora activamente con el pueblo para la reconstrucción de la parte afectada.

 


En 200,1 cuando ya había dejado la función pública, y a través de la Comisión de Desarrollo Integral de Villa de la Quebrada que había fundado su esposo don José, gestionó ante las autoridades provinciales la canalización del arrollo “El Tigre” y la construcción de puentes vehiculares y escolares.

 


Quiero de las quebradas/ sus cuencas iluminadas,/ y en sus reflejos encendidos/ nutrir de argén luz la mirada;/ tomar esos efluvios iridiscentes./Para hacer tea inextinguible… la palabra./ Quiero en sus serpenteados ríos/ abrevar mi sed; beber el elixir cristalino/ para templar mi garganta/ y vitalizar mi ser,/ para qué este canto, que hoy te canto,/ nunca… nunca …pueda envejecer./ Quiero así de una épica expresión/ para agradecerle a mi tierra/ la sustancia nutricia con que plasmó/ a sus hijos amados./ Para eso abriré el cofre de mi corazón/ dónde escondidas tengo,/ ¡mil encendidas perlas!; fragmentos,/ que evidenciarán clarines sonoros/ repitiendo eternamente:/ San Luis… ¡Heroico!/San Luis… ¡Bendito Pueblo!

 


Como en su poema “De un épico canto quiero”, hoy Rosa Nelva Fernández recuerda, con su voz en alto, que acaba de cumplir 91 años rodeada del amor de sus hijos, sus nietos y sus bisnietos. Lo hace junto a las decenas de anécdotas que pululan y son llevadas por el viento en la tranquilidad de su querida Villa de la Quebrada.

 


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