Una profunda angustia. Ése es el común denominador de los testigos que han declarado en el juicio por la muerte de Nazarena Molina, la beba asesinada a golpes por sus padres en una casa del barrio San Martín norte. Ayer, una pediatra del Hospital San Luis volvió a estremecerse al recordar el estado en que estaba la pequeña cuando intentó reanimarla la mañana del 28 de noviembre de 2014. Sus palabras se quebraron como las de muchos otros que pasaron por el estrado, incluidos familiares y vecinos de los acusados.
Virginia Reyes trabajaba en la guardia del área pediátrica cuando una ambulancia del Sempro llegó con el cuerpo de la pequeña. Nazarena no tenía signos vitales, y si bien ya le habían practicado maniobras de reanimación en el traslado, durante otros 45 minutos la médica trató de salvarle la vida.
“Me acuerdo del hecho y me angustio”, le respondió entre sollozos a uno de los camaristas, que había notado su malestar. Tal vez por ello el tribunal no la hizo ahondar en detalles y los abogados tampoco. Pero sí contó que según su impresión la beba estaba desnutrida y describió las lesiones que tenía.
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