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El galán en la mesa

A diez años de la muerte de Roberto Fontanarrosa, “Cooltura” rescata “la mayor desgracia”, un cuento que tiene como protagonista a un boxeador puntano surgido de la inventiva del inolvidable autor rosarino. Recuerdos, risas y temas reiterados de un escritor que supo ingresar en el gusto popular.

Por redacción
| 17 de julio de 2017

De la inagotable imaginación de Roberto Fontanarrosa surgió alguna vez la descripción de Herbóreo Juanmiguel Estentóreo, un boxeador puntano más acostumbrado a recibir que a dar. El malogrado púgil es el protagonista central de “La mayor desgracia”, el quinto cuento de “Nada del otro mundo”, uno de los 14 libros de relatos que editó el rosarino.

 

El del boxeo es uno de los universos que el escritor describió con más frecuencia. De hecho, la historia de Estentóreo parece formar parte de una trilogía de peleadores cuyanos que tienen orígenes difíciles y destinos tristes.

 

El cuento anterior a “La mayor desgracia” en el mismo libro se llama “Edmundo ‘Cachín’ Miranda” y narra con la gracia habitual del autor el malogrado combate de un boxeador mendocino –el del título del cuento- que recibe tal paliza de parte de su rival que le arranca la cabeza de una trompada sin que nadie en el estadio se diera cuenta.

 

Años más tarde, el escritor editó un cuento llamado “Semblanzas deportivas” (no confundir con la serie de historietas que se conocieron bajo el mismo nombre, del mismo autor) en el que contó la carrera de Héctor Casiano Gómez, “El terremoto de Caucete”, otro aficionado del cuadrilátero que la pasa mal en una incursión internacional.

 

“La mayor desgracia” no fue el único relato en el que el padre de Inodoro Pereyra mencionó a la provincia. En otro, sobre las batallas intestinas de la época de la Independencia, Fontanarrosa ubicó al territorio puntano como escenario del paso de las carretas de alguno de los generales que inventó para sus cuentos.

 

La descripción de militares en decadencia en plena campaña libertadora fue otro de los temas que “El Negro” exploró con frecuencia en su veta cuentista. Como lo fueron las historias de bar y de romances instantáneos. O la profundización de matrimonios en crisis y otras pequeñas delicias de la vida familiar. O la sátira a personajes fácilmente reconocibles. Y ni hablar de sus exquisitos perfiles a ídolos deportivos en cualquiera de sus disciplinas, pero especialmente en el fútbol.

 

Justamente los temas escogidos por el rosarino para alimentar sus relatos fueron la razón de su innegable penetración popular. Un escritor que habla de fútbol, de mujeres, de tango; que hace insultar a sus personajes, que los describe graciosos, amenos y familiares; y que los ubica en escenarios fácilmente reconocibles no puede más que adentrarse en los corazones de sus lectores por la cercanía que impone.

 

Si a eso se suma una gracia excepcional, un poder imaginativo que abarca casi todos los aspectos de la humanidad y la manía de cuando dibujaba historietas imponerse la difícil tarea de contar un chiste por cuadro, otros motivos se agregan a la admiración que muchos argentinos tienen por el escritor, dibujante  e historietista fallecido hace una década.

 

Herbóreo Juanmiguel Estentóreo es (desde el nombre) una cabal muestra de todo eso. Apodado “El sarpullido del Camino Negro”, el personaje puntano es descripto como un férreo pegador pero también como un sufrido recibidor. De origen humilde, de estilo desprolijo y poco refinado y en preparativos para la pelea más importante de su carrera, el boxeador es narrado a través de sus padres.

 

En su infancia, Estentóreo acumuló un feroz odio a su padre por los malos tratos que le propinaban pero cuando su progenitor murió, comenzó a extrañar las palizas, pues eran la única forma de comunicación entre padre e hijo.

 

Pero fue con su madre, Catalina, con quien Herbóreo Juanmiguel concilió una relación más amorosa. Ella era la única que lo defendía de los castigos de don Estentóreo y a ella acudía el pequeño cada vez que los golpes de su padre acechaban. La consecuencia fue que la señora nunca asistió a una pelea de su hijo, por temor a que el pugilista acuda a sus polleras en medio del pugilato.

 

Por Miguel Garro
Ilustración Federico Nasute 

 

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