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Que el granizo no empañe la producción

Juan Vélez es un mendocino que eligió vivir en la tierra de su madre. Este agricultor de baja escala que participa de la Feria de Pequeños y Medianos Productores con muy buenos resultados. Ahora quiere conseguir una tela antigranizo para cosechar el ciento por ciento de lo que siembra cada año.

Por Magdalena Strongoli
| 02 de diciembre de 2018

Con una sonrisa. Así vive Juan Vélez en su humilde casa ubicada en el Suyuque, a pocos kilómetros de la réplica del Cabildo Histórico de 1810 que tiene la joven ciudad de La Punta. Allí, desde hace casi una década produce alimentos con una incansable predisposición para aprender de los que más saben. Además crea sus propios plantines para llevar a la tierra. Este año lo atacó el granizo, por lo que ahora va en busca de conseguir una malla resistente que le permita proteger su huerta.

 

El predio cuenta con agua y electricidad, lo que le permite innovar con diferentes técnicas. Unas diez hileras de alrededor de unos cien metros de largo están provistas de cintas que permiten el riego por goteo. Además planta tomates con el sistema "mulching", mediante el cual recubre la tierra con un nylon que mantiene la humedad y evita la proliferación de malezas. “Para la tierra que tenemos descubierta usamos los desechos de las podas. Basta solo con apoyarlos sobre la tierra para que retengan el agua. De esa manera es más eficiente el uso del fluido”, explicó a la revista El Campo, a la que esperaba con muchas ansias, muy parecido a las ganas que le pone a su vida en general.

 

Los imprevistos climáticos no son una particularidad, ni de su zona ni de su campo. La piedra cayó de día. Cuenta que apenas comenzó a ver el tamaño de las bolas de hielo, solo atinó a encomendarse a Dios como ya la había hecho en otras temporadas. “No es la primera vez  que me pasa. El granizo es moneda corriente por estas latitudes”, dijo con resignación.

 

Vélez explica que “con las habas probé podarlas y brotaron”. Lo dice con la  positividad de siempre y con la certeza de que aunque sea lo único a rescatar, salvará el alimento que está en unas hileras apartadas del resto de la verdura.

 

Vélez está rodeado por vecinos. Todos hacen verduras, por lo que comparten mercadería y también las penurias. Reciben la asistencia de los técnicos de los diferentes organismos que trabajan para mejorar la calidad de esas pequeñas producciones. Así es que Juan pudo mejorar lo que había aprendido de chico en su Mendoza natal, donde recuerda que su padre tenía una finca de por lo menos 13 hectáreas en las que él tenía responsabilidades en la producción.

 

Produce verduras, frutas, huevos caseros y cría conejos. Cada día aprende más sobre las nuevas técnicas que aprovechan eficientemente los recursos.

 

Sus tres hijos no lo siguieron en el camino de la agricultura. Cada uno se dedicó a lo que más le gustaba. Uno de ellos, Matías, es músico. Contó Juan que es quien más lo visita y el que lo ayuda en las tareas de trabajar la tierra. Ese hijo es con el que comparte el amor por las guitarreadas, así que cada vez que llega al Suyuque se toman un momento para compartir algo de folclore cuyano.

 

Hacía alrededor de dos meses que había plantado tomates, berenjenas y pimientos. Estaba dando frutos cuando el granizo le rompió su producción. “Al invernadero pude ponerle el nylon hace pocos meses. Durante muchos años tuve solo la estructura, hasta que finalmente lo terminé gracias a la ayuda de la ingeniera María Elena, de Agricultura Familiar”, dijo, y agregó que este año fue distinto a los anteriores. “Tengo todo resembrado gracias a la producción de plantines que conservo bajo techo”, explicó el productor, quien además, con el optimismo que lo caracteriza, contó que las nuevas plantas crecen a buen ritmo.

 

El hombre confesó que si pudiera controlar los avatares del clima, otra sería la historia. “Si todos los años cosechara el total de lo que siembro, podría vivir muy bien. Por suerte ahora participo de las ferias que organiza el gobierno provincial en el Parque de las Naciones, en la ciudad de San Luis, que son muy útiles para hacer transacciones y que nos conozcan”, dijo Vélez.

 

El hombre ha estado en todos los encuentros y que a pesar de que es muy reconocido y los clientes van hasta su casa para compararle verduras, reconoce que allí pudo mejorar sus ganancias, lo que hace que se sienta muy agradecido por la posibilidad.

 

Caminar por el predio de Vélez es un tránsito asegurado hacia alguna historia. En medio de la huerta hay durazneros de un metro de altura que además de dar frutos, están ahí de manera estratégica. “Los árboles cubren a los cultivos del suelo del intenso sol de verano”, explicó sobre uno de los secretos que tiene para cuidar sus plantas, que por el momento no le permite controlar la piedra.

 

Él siempre es materia dispuesta para ayudar y más para aquellos que le brindan sus conocimientos y herramientas para realizar una mejor tarea. Por eso muchos de los organismos de asistencia agrícola usan su predio para realizar encuentros informativos con otros productores. “Ahora lo que necesito es conseguir alguna forma de financiación para comprar una tela antigranizo y de esa manera poder sobrellevar las inclemencias que cada año trae la época de lluvias”, explicó el hombre, y contó que lo que sí consiguió “fue la tela para cubrir el invernáculo, que la piedra golpeó  levemente en el último temporal”.

 

Cerca de 50 gallinas son las que Vélez tiene en un pequeño corral al costado de su casa. “Las crío de manera casera, es decir que comen de todo: maíz molido, avena, verduras o yuyos. Cada tanto les doy alimento balanceado, pero para que sean de campo la condición es que coman de todo”, aleccionó el productor que creció en una chacra mendocina.

 

La producción que tiene en el Suyuque no solo le sirve para venderla, sino que también la usa, como en otras épocas, como canje para adquirir herramientas y otros insumos necesarios para las tareas que realiza a diario.

 

Al lado de las habas se podían ver los zapallitos italianos y calabazas que Juan tuvo que replantar. “El Ministerio del Campo nos facilitó un tanque de alrededor de 1.000 litros, que a través de cañerías transporta agua a las cintas de riego puestas a lo largo de toda la huerta”.

 

Como un gran empresario, él tiene toda la cadena de producción bien estudiada. “Nunca tengo problemas con las semillas. Siempre las conseguimos pero últimamente con las ventas, pude comprar semillas certificadas en Mendoza”, dijo Juan, que gracias a los espacios de comercialización que creó el Gobierno de la Provincia pudo crecer y superar los obstáculos. Sabe que de todo lo sembrado solo podrá recuperar el 30 por ciento, pero también conoce a la perfección cómo levantarse cada vez que surgen los imprevistos.

 

Lo que se produce en la quinta de Vélez solo usa agua. Es decir, no lleva ningún químico para el tratamiento de enfermedades y los fertilizantes son naturales. Por eso al final del predio, que es un perfecto rectángulo, había cinco caballos que son de diferentes dueños que no tienen lugar donde tenerlos. “Los cuido yo con la finalidad de poder usar el guano del animal como abono para la huerta”, explicó Juan, que utiliza la materia orgánica para preparar la tierra y fortificarla en el proceso de desarrollo de los cultivos.

 

Aunque de forma desordenada, Vélez tiene una lista interminable de productos que si uno quisiera podría comerlos desde la misma planta. La mayoría son durazneros, pero hay perales, membrillos, manzanos, alcayotas y, como no podía ser de otra manera, algunas variedades de uvas que usa para vender como fruta fresca y que cada tanto fermenta para hacer vinos caseros.

 

Como en la vida misma

 

Juan Vélez tiene 66 años. Nació y creció en Barrancas, Departamento Maipú, en Mendoza. Como muchos habitantes de la vecina provincia, era hijo del dueño de una finca de varias hectáreas en las que tenían viñedos y otros tantos frutales. Es el tercer hijo de seis hermanos. Todos trabajaban la tierra y además daban valor agregado a todo lo que se podía aprovechar de esa explotación, bendecida por un clima benigno. “Siempre era mercadería que no se vendía, ya sea porque estaba pasada o tenía feo aspecto a la vista. A veces simplemente no habíamos logrado venderla. Cualquiera sea la razón, era motivo suficiente para hacer conservas”, recordó el productor, que deja que su piel delate los años que ha pasado a la intemperie en largas jornadas de sol.

 

Su madre era puntana. Había nacido en Arroyito, uno de los parajes que limita con el arco de Desaguadero, al oeste de San Luis, tierra árida y escasa de lluvias. “Era un niño. Tenía no más de quince años cuando con la familia viajábamos en el tren 'El Cuyanito' a visitar a mi abuelo. La parada la teníamos en Alto Pencoso. Siempre íbamos cargados. Cuando veníamos de Mendoza porque traíamos duraznos, salsas, entre otros y a nuestro regreso algún chivo nos llevábamos”, recuerda con alegría, aunque también con cierta nostalgia por tiempos que no volverán.

 

La familia, la prosperidad o los recuerdos trajeron a Juan, ya hecho todo un hombre, a las tierras de donde su madre había migrado para ir detrás de su familia. Al llegar trabajó unos cuantos meses en una empresa que estaba sobre la calle Justo Daract, en la ciudad capital. Rápidamente entendió que no iba a poder pasar sus días encerrado en un taller. Fue en ese momento que conoció al ingeniero Ponce, que lo llevó a trabajar a un predio lleno de frutales en las cercanías de donde finalmente se asentaría de manera permanente. “Ya no queda nada de ese campo. Allí hicimos de todo un poco, aunque lo que predominaba eran los más de 150 árboles frutales que cosechábamos una vez por año”, agregó el productor.  

 

El predio en el que hoy vive tiene dos algarrobales. El productor mostró su lado más sensible y contó que “uno de ellos me cobijó en los primeros tiempos, cuando aún no estaba construida mi casa. Era el único por la zona. De hecho fui el primero en llegar”. Antes de tener techo, Juan desmontó todo el predio y comenzó hace 11 años a sembrar todos sus anhelos que de a poco y uno a uno, cumple sin claudicar.  

 

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