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“Vivimos en el fondo de un océano de aire”

Hace más de una década, Tomás Saraceno (nacido en Tucumán, exiliado en Italia, de adolescencia en San Luis, estudiante de arquitectura en Buenos Aires y radicado en Berlín) desarrolla una serie de proyectos artísticos y científicos que invitan a ampliar la percepción del universo. ¿La más novedosa? Una ciudad en el cielo con casas forjadas con energía solar.

Por Miguel Garro
| 30 de abril de 2018
Foto: Martín Gómez

Una buena forma de presentar a Tomás Saraceno es simple y directa: posiblemente sea en la actualidad uno de los diez artistas más importantes e influyentes del mundo. En el entretejido imaginario que engloba el arte, la ciencia y el medioambiente, el arquitecto se siente en una comodidad desde la que puede o al menos intenta, literalmente y sin ánimos de alimentar utopías, cambiar el mundo. La relación de Tomás con San Luis también es directa.

 

Aunque nació en Tucumán, cuando sus padres regresaron del exilio italiano se instalaron en la provincia, donde el ahora artista pasó su adolescencia, con estudios en la Escuela Normal y el Colegio Nacional y la formación de un grupo de amigos que visita cada tanto. “Yo me crie acá, para mí es imposible olvidarme de San Luis”, dijo Tomás en una entrevista exclusiva con Cooltura.

 

De su casa del centro puntano, Saraceno armó sus valijas para irse a estudiar arquitectura a Buenos Aires al tiempo que sus padres se instalaron en El Durazno. El próximo paso del artista fue Alemania, donde vive hace 16 años y desde donde proyecta su obra al mundo. Hace seis años se instaló en Berlín.

 

La última vez que Tomás estuvo en San Luis fue en diciembre pasado para hacer escenario a la provincia de su proyecto “Arocene”, una ambiciosa idea multidisciplinaria que consiste en hacer volar globos llenos de energía solar como antesala de un plan aún más grande: instalar viviendas en el aire, las llamadas “clouds cities”. “Vivimos en la era del antropoceno, que es la era en la que los seres humanos vamos a dejar una huella geológica por la cantidad de plásticos que estamos generando. Lo que propongo es una nueva era en la que el ser humano aprenda a relacionarse con la atmósfera y el planeta de una manera amistosa”.

 

Tal vez lo haya aprendido más en la práctica que en las aulas universitarias, pero Tomás, de 45 años, tiene en claro que para emprender el camino del arte hacen falta objetivos destinados a la revolución. Para vivir del modo en que lo propone el artista criado en San Luis, “hay que cambiar mucho la forma de pensar”.

 

¿Cuánto falta para que aprendamos a vivir en relación con la atmósfera? es una de las preguntas que surgen de escuchar el discurso de Saraceno. La respuesta del propio artista es menos pesimista de lo que se prevé: “Yo diría que ya estamos en una comunidad que crece, ya tenemos otra conciencia”.

 

El proyecto “Arocene” se desarrolla bajo el paraguas de una fundación que se llama “Aerocience” y que está en Berlín, con sedes en otras grandes ciudades del mundo donde tiende a replicarse de manera comunitaria. Justamente, la compañía de la que se nutre el autor funciona como un plano fundamental en la realización de sus ideas.

 

Uno de los colaboradores más cercanos de Saraceno es Joaquín Ezcurra, también arquitecto y conocedor en detalle de las ideas de su amigo. “Tomás tiene muy en claro –dijo el profesional- que la primera forma de pensar una nueva relación con la atmósfera es a través de las sensaciones, por eso consiguió que cuando uno toca el globo perciba los movimientos de la atmósfera”. Agregó además que trabajar con el puntano es un aprendizaje constante que lo hace crecer en todos los aspectos.

 

Puesto a hablar sobre las “clouds cities” –cuya traducción sería “ciudades en las nubes”-, Saraceno se despoja del lenguaje artístico y emprende hacia el científico. Su idea es crear viviendas que puedan, gracias a la energía solar, flotar por los cielos. Obviamente no son de ladrillos ni cemento, sino de tela, lonas y otros productos menos pesados y, por ende, sin tanta nocividad para la atmósfera.

 

 La forma de esas casas son globos “que pueden alcanzar 16 kilómetros de altura y trasladarse por unos 800 kilómetros. Una vez tiramos uno en Berlín y lo fuimos a buscar a Polonia”, contó Saraceno como quien cuenta una cena familiar. Los globos que volaron por San Luis a finales del año pasado son bastante más chicos y recorrieron unos 15 kilómetros, pero tuvieron la intervención del agua como un elemento más. La experimentación tuvo lugar en el dique La Florida, donde Tomás se bañaba los fines de semana cuando era un estudiante de la secundaria.

 

“Hay una hipótesis que indica que los globos podrían dar varias vueltas al mundo usando sólo la energía del sol. La pregunta, entonces, es ¿qué pasa cuando cae el sol? ¿cómo se mantiene a la noche? Ya hubo pruebas con un fenómeno que se llama radiación infrarroja, que produce la Tierra y hace que el globo se vuelva a elevar en el caso de que caiga en el agua”, explicó el propio Tomás.

 

Aunque al creador se le haga difícil circunscribir su obra a un país en particular, reconoció alguna vez que Argentina tiene una habilidad especial para transformarse ante los problemas, una situación que adjudicó a la inestabilidad política y social que hace vivir en un alto nivel de incertidumbre, lo que podría ser un ámbito acorde para sus casas transparentes. “Lo que hay que hacer ante eso es reinventarse a través de la imaginación”, sostuvo.

 

La composición física de los globos arocenos hace que la ley que los regula sea similar a la que explica el fenómeno de la flotación. Tomás lo resume: “El globo flota en el aire y hay teóricos que hablan de un mar que se desarrolla hacia arriba, por lo que la atmósfera se puede ver de esa manera. Nosotros vivimos en el fondo de un océano de aire”.

 

Otro de los constantes acompañantes de Saraceno en su carrera es Maximiliano Laina, quien tiene un itinerario vital similar al de su amigo. Nacido en Buenos Aires el joven ahora cineasta (está encargado de hacer un documental sobre la vida del artista) pasó su adolescencia en San Luis. “Nos conocemos hace 30 años, hasta tuvimos una banda de rock juntos”, contó el director.

 

 La tarea de Laina consiste en seguir hace 15 años a su amigo en muchas de las exposiciones que hizo a lo largo del mundo. “El trabajo de Tomás es complejo, tiene algo de arte, algo de ciencia y se puede encarar desde un montón de aspectos. En el documental voy a tratar de reflejar su forma de trabajo, cómo se vincula con la gente, su humildad, que me parece lo más importante que tiene”.

 

En octubre, Saraceno expondrá por primera vez en el prestigioso Palais de Tokio, de París, uno de los museos de arte moderno más prestigiosos del mundo, ubicado a pocas cuadras de la torre Eiffel. Allí habrá una retrospectiva de su obra y algunas creaciones nuevas que lo tienen muy entusiasmado.

 

 Será un nuevo paso en la vida artística del puntano que se sumará a exposiciones notables y sorprendentes del año pasado como “Gravedad”, una muestra colectiva que se instaló en el Museo Nacional de las Artes del Siglo XXI en Roma. El proyecto fue una colaboración entre la Agencia Espacial Italiana, el Instituto Nacional de Física Nuclear y Tomás, quien colaboró en los aspectos artísticos con su video "163.000 años luz", consistente en “una imagen fija del cielo estrellado que invita a revelar el tejido invisible de las conexiones cósmicas subyacentes al universo”, explicó el arquitecto.

 

La muestra indagaba sobre las analogías del arte y la ciencia, un punto que obsesiona a Tomás, y homenajeaba a Albert Einstein con instalaciones artísticas y científicas, artefactos de la época y simulaciones de experimentos que acercaban al visitante al mundo del padre de la ciencia moderna.

 

Pero la muestra que más sensación causó en 2017 fue la que presentó en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Se llamó "Cómo atrapar el universo en una telaraña". “Fue mi exposición más grande hasta ahora en el país y fue realmente una locura”, dijo el artista sobre la muestra curada por Victoria Noorthoorn y que contó con la colaboración especial del Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia.

 

Saraceno aseguró que encontró en las arañas y sus telas una belleza sutil y escondida que lo empujó a descubrir ciertas similitudes con la vida humana. “Lo que sucede en las telarañas puede ser una analogía de nuestro propio comportamiento relacional, natural y mental”, dijo.

 

El mensaje que Tomás envió en “Cómo atrapar el universo en una telaraña” es que los seres humanos comparten el mundo con otras especies. “Hay un tipo de vibración imperceptible y lo que quiero hacer con eso es extender un tipo de comunicación para la que no estamos sensibilizados. El objetivo es el mismo: encontrar otras formas de percibir el mundo”.

 

Justamente, la percepción es otro de los temas que Tomás desarrolla constantemente en su obra, convencido de que la gente cambia su relación con el mundo de acuerdo a sus propias experiencias. Lo explicó con un ejemplo en primera persona: “Una vez me rompí el tobillo, estuve con muletas tres meses y a las dos semanas que me las dieran veía en todas las cuadras de Berlín personas en la misma situación”.

 

En una de las salas del museo porteño se veía una tela de araña gigante en la que unos siete mil arácnidos argentinos trabajaron durante seis meses. “Quise demostrar las dinámicas que se generaron por medio de las tramas que tejieron”, recordó Tomás, quien dijo además que en la segunda sala había una suerte de sinfonía de la que cada visitante era el director –o algo parecido- al marcar los sonidos con su propio movimiento coordinado con los ruidos amplificados que emitían las arañas al moverse. “Fue una experiencia sinestésica que iba más allá de los sentidos humanos”, sostuvo Saraceno, como si hiciera falta.

 

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