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Dos peritos ratificaron que una joven tiene signos de abuso

Son la forense y la psicóloga del Poder Judicial que vieron a la víctima después de la denuncia. Sigue el juicio al abogado acusado de atacar a su hija adolescente entre 2012 y 2013, en San Luis. 

Por redacción
| 05 de abril de 2018
El Tribunal. El miércoles, los magistrados y las partes vieron el video de la Cámara Gesell de la menor.

La ex pareja del abogado que es juzgado por abusar de su hija adolescente entre 2012 y 2013 afirmó el martes, ante la Cámara del Crimen 1, que el acusado le había pedido, con presiones y manipulaciones, que no llevara a su hija a declarar en la Cámara Gesell del Poder Judicial, para contarle a una psicóloga lo que había vivido. Pero la chica fue y habló, como pudo, de lo que su padre le hacía. Esa prueba, que es considerada vital por los investigadores judiciales, fue filmada. Ayer, el tribunal y las partes vieron el video. Y el sospechoso, que había mostrado una fachada de serenidad durante las audiencias, lloró, según comentaron dos fuentes.

 

La víctima no es la única menor que ha declarado bajo ese sistema en esta causa. Dos de sus amigas también lo hicieron, y esas filmaciones también fueron proyectadas ayer, pero sin público y periodistas presentes. Fue por un pedido de la fiscal de Cámara 1, Carolina Monte Riso, al que adhirieron los representantes de la víctima, Hugo Scarso y Esteban Sala, y el trío defensor.

 

Lo que las amigas de la chica expresaron “es coincidente con todo lo declarado por los demás testigos –comentó una fuente, tras la audiencia–. Además, hicieron referencia a una llamada que el acusado le hizo a su hija, en la que le pedía que dijera que había mentido en la Cámara Gesell”. Las jóvenes pudieron dar fe de eso ya que cuando se dio esa comunicación, el teléfono estaba en alta voz, detalló.

 

Al finalizar las proyecciones, Marisa Samper, la psicóloga del Poder Judicial que hizo esa pericia, declaró ante el tribunal y abundó en algunos conceptos, ante preguntas de los jueces y de las partes.

 

Quizás uno de los aspectos más destacados es que la profesional, que ayer precisó que hace 12 años que trabaja en tribunales, confirmó que del relato de la adolescente se desprenden indicadores de que ha sido abusada, y ratificó que su narración es creíble, que no fabula.

 

Samper dijo que a la joven le costó hablar de los hechos en sí. Fue así “no porque le faltara el recurso lingüístico, sino porque no quería hacerlo, no quería nombrarlo”, consideró. Pero, por lo que han reconstruido los investigadores, el padre la manoseaba y se masturbaba y eyaculaba sobre ella.

 

A la psicóloga le dijo que cuando ocurrían los abusos, ella solía “hacerse la dormida”. La profesional citó a una autora para explicar que este tipo de conducta es habitual en los menores que son víctima de abuso. “Se hacen los dormidos, se tapan o cambian de posición en la cama porque necesitan creer que la propia percepción es errada”, en referencia a la traición encarnada en la figura paterna, que, en teoría, debería protegerlos, y, en lugar de hacerlo, los ataca, los somete, se aprovecha.

 

Contó también que al momento de su intervención, la chica manifestaba enojo y mucha angustia, producto de la fuerte contradicción que experimentaba, ya que amaba a su padre profundamente, pero tuvo que hablar sobre lo que él le hacía. Y algunas personas cercanas –su propio hermano, por ejemplo– la responsabilizaron por el hecho de que él haya terminado preso.

 

“En su fantasía adolescente ella creía que hablando de esto quizás podía salvarlo, que su papá iba a dejar de actuar así”, refirió.

 

La muchacha le dijo a la profesional que se autoflagelaba, y ella indicó que éste es un mecanismo para hacer frente a la angustia, “a ese dolor mayor, producto del trauma, del que era imposible liberarse”.

 

Los abusos, en verdad, se inscribieron en un complejo cuadro familiar, marcado por los conflictos de la pareja –que llevaron, finalmente, a la separación–, las adicciones del acusado y la temprana muerte del hijo más pequeño del matrimonio.

 

En ese marco, la adolescente tenía un conflicto con la norma, y con sus conductas tendía a infringirlas. Samper dijo que ella veía a su papá como un par, y que con su mamá el vínculo no era bueno. En ninguno de los padres, al parecer, encontró la figura del adulto que pone límites, que dice qué está bien y qué está mal, y la protección.

 

Posiblemente la única persona que ella sentía que la cuidaba era su abuela materna, quien falleció hace dos años. “No hay adultos que sean referentes (…) Se sentía muy sola. Puede tener conductas autodestructivas aun mayores”, expresó la psicóloga.

 

“Es muy vulnerable. Tiene pocos recursos emocionales (para hacer frente a lo vivido). Es una chica que está en riesgo”, acotó. Y consideró que mientras no haya cerca de ella mayores que le brinden la contención necesaria, será muy dificultoso que tramite lo vivido, y halle motivación y geste proyectos para su vida.

 

Ayer también dio testimonio otra perito del Poder Judicial que intervino en el caso, la forense Marcela Gómez. Ella repasó y dio detalles del examen que le hizo a la víctima el 24 de setiembre de 2013, es decir, poco después de que la ex del acusado hiciera la denuncia en el Juzgado Penal 3.

 

Halló signos de abuso en el plano físico: detectó una fisura de vieja data en el himen, con signos de cicatrización que, según explicó ayer, puede haber sido producida por la introducción de algo, por ejemplo, un dedo.

 

Al ser interrogada también precisó que ese tipo de lesión no puede producirse por una masturbación, ya que con ésta se estimula el clítoris, el órgano sexual femenino ubicado en el exterior, y la fisura detectada es el himen, es decir, es más interna.

 

En su oportunidad, la defensa–que integran Federico Putelli, Santiago Salomón Calderón y la hija mayor del acusado, que es abogada– cuestionó el informe de la forense, dado que en una parte consignó el número diez, cifra que, según se presumió, podía ser una referencia de la antigüedad de la lesión genital.

 

Los abogados se valieron de ese elemento para poner en duda el informe, dado que no estaba especificado a qué lapso hacía referencia, es decir, si eran diez días, diez semanas o diez meses, por ejemplo. Pero Gómez ayer aclaró que ese número correspondía a un error de tipeo.

 

La profesional indicó que en un momento del examen la joven le contó que días antes, el 6 de setiembre, producto de un manoseo del padre, “había sentido mucho dolor, y que su ropa se había manchado con semen”.

 

“No recordaba haber tenido sangrado en esa oportunidad (el 6 de setiembre) –contestó la forense, ante una pregunta–. No hubo penetración”, entendida ésta como el acceso con el miembro viril masculino.

 

Otra testigo escuchada ayer, la médica generalista especializada en medicina legal, Ana Carolina Moreno firmó, como perito de parte, un informe que había pedido el anterior defensor del sospechoso, el extinto Carlos Salomón.

 

Ella explicó ayer que su trabajo consistió en revisar el informe de Gómez, y en base a ése,  hacer el suyo. En él asentó las presuntas falencias o aspectos ausentes en la pericia hecha por la perito de tribunales.

 

Refirió, entre otros puntos, que la forense no había consignado las características del himen, que no había descripto los estadios del desarrollo madurativo de la menor, los caracteres sexuales secundarios, y que la lesión no estaba correcta y completamente descripta.

 

Para ella, la fisura “es una lesión superficial, que puede tener distinto origen: el roce de una tela, andar en bicicleta”, manifestó. Es decir, según ella, no es producto o indicador exclusivo de abuso.

 

Pero la médica resultó acorralada por las preguntas de los camaristas cuando la interrogaron acerca del protocolo o las pautas que ella había seguido, aquel que había tomado como parámetro para detectar los supuestos errores de su colega. “No existen protocolos, son cuestiones de sentido común”, dijo inicialmente Moreno, para luego expresar que ella se basaba en los libros de medicina legal.

 

Gómez, por su parte, especificó que ella y sus colegas del Poder Judicial trabajan en base a protocolos de la Organización Mundial de la Salud (OMS)y de Unicef,  usados en la mayoría de los países para abordar estos casos.

 

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