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Gabo, el periodista

El aniversario de su primera nota publicada en un diario es la excusa para repasar la faceta menos conocida del Nobel colombiano.

Por Pablo Petrolini
| 22 de mayo de 2018

E l 21 de mayo de 1948, en la página cuatro del periódico “El Universal de Cartagena”, apareció bajo el título “Punto y Aparte” el primer artículo periodístico de Gabriel García Márquez. Recordar casi como una efeméride los 70 años de aquel escrito puede parecer banal, de no ser porque aquellas primeras 660 palabras ya dejaban vislumbrar su forma particular de contar historias, esa donde se fusiona la técnica periodística con los pincelazos literarios.

 

Cuando García Márquez publicó aquella primera nota tenía apenas 21 años. Colombia buscaba algo de sosiego luego de que el 9 de abril el asesinato del líder liberal Jorge Eliecer Gaitán en Bogotá generara una revuelta popular que disparó caos y violencia por todo el país. En busca de revoltosos, el Ejército allanó y quemó la pensión donde se había instalado Gabo para estudiar Derecho. Las universidades cerraron y García Márquez ya no tenía más nada que hacer. Viajó hacia a la costa Caribe: primero a Barranquilla (donde se vivía un caos similar al de la capital colombiana) y luego llegó a Cartagena, casi como polizonte, bajo el tórrido clima del Caribe colombiano, montado en un camión de correos. Allí las universidades funcionaban, pero en sus planes siempre estuvo la idea de escribir. Para entonces había logrado que le publicaran tres cuentos en El Espectador de Bogotá (en setiembre y octubre del 47 y en enero del 48). En la ciudad amurallada conoció a Clemente Manuel Zabala, jefe de redacción de El Universal. No hubo presentaciones formales. Zabala ya había leído los cuentos de García Márquez y estuvo encantado de recibirlo como redactor. Como primera tarea le encargó que escribiera sobre el fin de toque de queda decretado en la ciudad a casi 45 días del “Bogotazo”.

 

En aquel primer texto no había nada de aburridos nombres de funcionarios o políticos. Tampoco números de leyes o decretos. Gabo sólo se limitó a describir de qué manera aquel sonido arbitrario y represor, que sonaba cada medianoche, había cambiado la vida de la ciudad. Fue el comienzo de todo. Porque si bien García Márquez alcanzaría popularidad a lo largo de su vida por sus novelas, su obra periodística estuvo omnipresente.

 

En los primeros años como periodista le tocó adaptarse a la censura permanente de los diferentes regímenes que gobernaron Colombia durante el fin de los años 40 y parte de los 50. Publicaba notas sobre temas menos “comprometidos” pero desarrollaba un ejercicio casi literario, en una especie de oasis donde nadie podía molestarle y escribía lo que se le daba la gana.

 

En Cartagena estuvo hasta diciembre de 1949. Fueron meses de mala paga, parrandas y de amor por el oficio. El siguiente destino fue “El Heraldo de Barranquilla”. Allí escribiría bajo el seudónimo “Septimus” (inspirado en el personaje de Mrs. Dalloway, de la novela de Virginia Wolf) unos 400 “martillos”.

 

 

 

Su paso posterior por “El Espectador” de Bogotá sería uno de los más importantes en su carrera. En el gigante de la capital colombiana fue su primer trabajo con sueldo fijo. Ingresó casi en el anonimato y primero consiguió un lugar como crítico de cine. Corría el año 1954 y una serie de derrumbes en la región de Antioquía se convirtió en la primera cobertura periodística de una serie de casi 80 escritos donde Gabo pasaría a ser el periodista estrella de Colombia.

 

Allí escribió “Relato de un náufrago”, publicado por entregas (y luego editado como libro en 1970) que disparó las ventas del diario. Es que Gabo transformó la historia casi romántica que todo un país conocía sobre Luis Alejandro Velasco, el marinero que vagó a la deriva durante 10 días en el mar Caribe y logró sobrevivir. Un mes después de conocida la noticia y de que Velazco recibiera condecoraciones, elogios y fuera tratado como héroe, sentó al náufrago en la redacción y en veinte sesiones de seis horas por día reconstruyó una realidad diferente: el barco de la armada colombiana del cual había caído Velazco había partido de EEUU y navegaba en pleno Caribe con una sobrecarga de electrodomésticos. Un bandazo del viento hizo que la carga que viajaba en cubierta y mal amarrada se soltara y arrastrara a ocho marinos. Velazco fue el único que se salvó. El relato develó el contrabando, dio por tierra con la versión oficial de una tormenta como causante del accidente, ocasionó la caída en desgracia del marino y el exilio de García Márquez en París. Más tarde, el gobierno del dictador Gustavo Rojas Pinilla decretó la clausura del periódico. Gabo quedó “boyando” por Europa. Para entonces ya era famoso por sus crónicas que reflejaban sus dotes de contador de historias y donde en medio de regímenes fuertes dejaba traslucir e impregnar su ideología personal, siempre inclinada hacia la izquierda.

 

En 1957 regresó al continente para recalar en Venezuela. Pero apenas surgida la Revolución cubana (principios de 1959) fue tentado por el argentino Jorge Masetti para sumarse a Prensa Latina, la agencia de noticias de la isla. Aceptó con ganas ya que por entonces lo perseguía una obsesión: en Europa había visto cómo los países poderosos manipulaban información en desmedro de los subdesarrollados. Y comulgó inmediatamente con la idea de romper la forma unidireccional en que circulaba la información. Salvada la Revolución, tras playa Giron Gabo dejó Prensa Latina por diferencias con los comunistas “duros”. Había trabajado en la redacción de La Habana y como corresponsal en EE. UU.

 

A falta de oportunidades periodísticas serias se estableció en la ciudad de México y aceptó dirigir dos revistas populares y sensacionalistas: La Familia y Sucesos para todos. Lo hizo sólo a cambio de no figurar en los créditos ni firmar artículos. Cuando pudo, escapó. Y encontró esa salida como guionista de cine. En 1961 un artículo sobre la muerte de Ernest Hemingway inició un extenso paréntesis: estuvo trece años sin publicar notas periodísticas. La historia debería estar agradecida porque dentro de ese lapso (desde 1961 a 1974) escribió Cien años de soledad.

 

Pese al éxito de su novela, Gabo retornó al periodismo a mediados de los 70. Fue el período más “militante”, reflejado en artículos donde dejaba expresar cierta simpatía sobre el régimen cubano, cuestionaba el golpe de Estado en Chile y la complicidad de EE. UU, lanzaba abiertas proclamas contra la dictadura argentina, en reclamo de la aparición con vida de alguno de sus colegas como Rodolfo Walsh o Haroldo Conti. En 1982 el Premio Nobel de Literatura lo encontró como columnista del diario “El País” de España. Tan presente estuvo el oficio de periodista en su vida que en la década de los 90 comenzó a darle forma a lo que soñaba que fuera su único legado: una escuela para periodistas. En 1994 creó la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, una especie de catedral del oficio que lleva casi 25 años dictando talleres y capacitando a periodistas de habla hispana.

 

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