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Diolindo Secton: "Yo fui un alcohólico"

Se crió en las hachadas de la estancia "La Flor del Pago", de Varela. Fue un boxeador de mucha pegada. Hizo 26 peleas y ganó 20 por nocaut, 2 por puntos y empató 4. La bebida fue su perdición. Se recuperó en Alcohólicos Anónimos y hoy es otra persona.

Por redacción
| 10 de septiembre de 2018
Confesiones crudas. "De chico mi padre me llevó a las hachadas en el sur de San Luis, cerca de Varela, ayudaba en lo que podía casi no había tiempo para jugar, no conocía los juguetes ni las fiestas". Fotos: Alejandro Lorda/Gentileza.

Muchas veces en la vida se conjugan estados y situaciones que cuesta mucho sobrellevar. Muchas veces por culpa de una adicción se han perdido notables figuras en general y del deporte en particular. Uno de los grandes causales de estas situaciones es el alcoholismo. Una enfermedad que por siglos ha sido y será un arma silenciosa que termina con sueños y voluntades.

 

San Luis no es la excepción a estos casos, han ocurrido y seguirán ocurriendo como en el resto del mundo. Diolindo Secton o Tissera, un destacado boxeador y jugador de fútbol de antaño, lo tuvo todo y se quedo sin nada. Hoy con el incondicional apoyo de su familia y las terapias del grupo GIA de Alcohólicos Anónimos, es una persona recuperada.

 

Diolindo tiene 72 años y vivió una dura infancia. La humildad de su hogar hizo que de muy chico conociera del rigor del frío y la soledad en medio de las hachadas en el sur provincial.

 

Pasó por situaciones muy particulares, como la de ser un buen boxeador amateur, un respetado jugador de fútbol y excelente  padre y marido, a perderse en la nebulosa del alcohol, que lo hizo perder su familia, su trabajo y los amigos, esos que vieron que al "pobre Diolo" ya no le podían sacar una moneda más.

 

Después de una pelea en Huinca Renanco, su vida sufrió un vuelco importante y comenzó a transitar por el camino del sube y baja. Acrecentó su gusto por las bebidas alcohólicas, las malas juntas y los amigos del campeón, que lo llevaron a ser asiduo concurrente a los bailes y a los largos e interminables asados regados con abundante vino. Allí dejó todo. La debacle comenzó con situaciones de depresión y angustia, los tristes recuerdos de su infancia comenzaron a aflorar cuando tenía 30 años. Hoy dice: "Mi infancia fue muy dura, en los primeros años de mi vida vi pocas veces a mi mamá, aunque mis padres no estaban separados, nosotros estábamos en el campo y ella en la ciudad. No sabía lo que era un cumpleaños, una fiesta de Nochebuena o Año Nuevo, para mí todos los días eran iguales menos el Viernes Santo, que mi padre nos hacia respetar".

 

Esa desenfrenada vorágine alcohólica fue mellando su salud, perdió el trabajo en una empresa privada y otro en el Estado provincial hasta que finalmente se benefició con el Plan de Inclusión Social. El alcohol era su compañero. Su esposa, molesta por la situación, se fue a vivir con uno de sus hijos, que no entendía el rumbo que llevaba la vida de su padre.

 

"Hasta que un día pasé por la escuela de Salud Mental, ahí había un lugar donde los alcohólicos podían recuperarse, el grupo GIA de Alcohólicos Anónimos. Me sumé a ellos porque me sentía muy mal, triste y abandonado. Ya no era vida. En eso le tengo que agradecer infinitamente a los profesionales Silvia Galván, Montoni, Jorge Pellegrini, Nury Quintero, Fister y Paula Malia, ellos fueron los artífices de mi recuperación".

 

"Ponía voluntad y quería curarme, recién ahí comencé mi recuperación. Un día fue a visitarme mi esposa, a quien yo amaba profundamente, eso fue un buen síntoma. Al poco tiempo vinieron mis hijos, entendieron que no estaba loco, estaba enfermo. Hoy soy otra persona, siempre con el cuidado de no caer en las tentaciones y las malas juntas. Mi esposa tenía 69 años cuando murió, me acompañó hasta el final, fue una gran mujer y mejor madre. Hoy vivo con una nieta y su hija. El alcoholismo es una dura enfermedad, se cura con terapias, constancia y dedicación", asegura.

 

"Hace más de 20 años que voy al grupo GIA, en donde soy muy bien recibido, me tratan como a un señor. Nunca voy a terminar de agradecer, estuve más de 20 años en recuperación y sigo cuidándome, nunca volví a tomar un trago de alcohol", dice con orgullo.

 

Diolindo carga una pesada mochila por su apellido. Muchos lo conocen como Secton y otros como Tissera. Y vale hacer una aclaración para que no queden dudas sobre este tema: "Nosotros somos ocho hermanos Rubén, Amado y Omar son hijos de María Hermelinda Quiroga y de José Tissera. Mi madre quedó viuda muy joven y se casó con Juan Pedro Secton, un hombre de Victoria, Entre Ríos. De esa unión nací yo y luego Ramón, Pedro, Aníbal y Celina. De allí que unos me llaman Diolo Tissera y otros Diolo Secton. Para mí es lo mismo, en mi corazón llevo con orgullo los dos apellidos".

 

Diolo es frontal, dice las cosas como son. No le molesta que hablen de su vida anterior ni de lo que fue, al contrario, levanta la frente, mira y deja su humilde mensaje.

 

Dice que nació en Falucho 1837, en San Luis, un 3 de julio de 1945 y que casi no tuvo infancia. De chico su papá lo llevó a trabajar cerca del cerro Varela, en los campos de la estancia "La Mejor del Pago" de los hermanos Chechi, de Mendoza. "Mi padre fue una bellísima persona, guapo como ninguno, con mis hermanos trabajaba de sol a sol, yo ayudaba en lo que podía, a veces preparando la comida y otras cuidando el fuego en la boca de las carboneras. A veces terminaba con los pies quemados por las chispas que saltaban y mis alpargatas no atajaban nada", recuerda como si fuera hoy.

 

Agrega que su padre venía una vez por mes a San Luis a descansar. "Mis hermanos dejaron de trabajar en las hachadas cuando cumplieron 18 años y tuvieron que cambiar el documento. Amado y Omar optaron por hacerse boxeadores, les gustaba mucho, a tal punto que Omar, que falleció en un accidente en Bahía Blanca, fue campeón argentino y sudamericano de los medio pesados".

 

"Yo me entrenaba sin que se enterara mi padre, porque seguramente se enojaría. Por eso Ricardo 'El Chiñe' Molina, 'Polo' Martínez, mis hermanos y Carlos Wanzo me hicieron debutar como Gregorio Tissera. Hice 26 peleas amateurs, gane 20 por nocaut, dos por puntos y tuve cuatro empates. No era estilista, era un peleador, un laburante del ring, así llegue a campeón cuyano de la categoría Mosca, le gané en Mendoza al local Víctor Allende", repasa. 

 

"Yo quería se profesional y tuve la oportunidad en el mítico Luna Park, frente a Carlos Cañete, que después fue campeón argentino y sudamericano de los plumas. Tenía siete peleas y estaba invicto. El problema fue que él pesaba 57 kilos, pedimos que bajara dos y yo subir dos para que hubiera equivalencia. No quiso y la pelea se cayó, fue una gran pena".

 

Secton había edificado su carrera con varios triunfos ante los mejores de la zona: Alfredo Felice, Nazario Sosa, Raúl Venerdini y el mendocino Ponce. En Villa Mercedes empató con Eugenio Lazari, le ganó por nocaut a Rojas y a Rodríguez, también combatió en Laboulaye venciendo por nocaut a Raúl Campos, que tenia 45 peleas y era su última como amateur.

 

"Reconozco que me ganó los dos primeros rounds, en el tercero fui fuerte con un gancho al hígado y una derecha al mentón. Se levantó, tenía mucha experiencia, miré al rincón y 'Polo' me grito, ¡liquidalo! !liquidalo! Le di la revancha en Villa Mercedes, pero no se hizo porque el día de la pelea tuve un accidente doméstico y se suspendió".

 

Su estilo gustaba mucho, era una época en la que subirse a un ring era sinónimo de duras batallas, poca técnica y mucha valentía. Las peleas eran durísimas, muchas veces sin técnica alguna. La escuela boxística estaba depositada en las manos de los hermanos Tissera, Omar y Amado. La preparación física era responsabilidad de Carlos Wanzo, Sibona, Martínez, y Salustiano Suárez, otra gloria del boxeo argentino.

 

"Recuerdo que me programaron en San Juan una revancha con Raúl "El Negro" Venerdini y empatamos, sentí que me robaron". (N de R: Raúl Celestino Venerdini fue campeón argentino luego de ganarle a Héctor Pace el 11 de noviembre de 1970; y campeón sudamericano un año después al vencer al mendocino Carlos Alberto Aro en San Juan). "Empecé a tener problemas en las manos, parecían de cristal, al menor descuido me fracturaba,  me infiltraba un enfermero de apellido Ferreira y el doctor Bona me aconsejó que no peleara más, que me dedicara a otra cosa.

 

Diolindo recuerda que viajó a combatir en Bahía Blanca. "Tenía 18 años y estaba recién casado. Humberto Barbato me llevo a su casa. Hizo todo lo posible para que me quedara, me puso a trabajar en Instalaciones Fijas, en la base naval Puerto Belgrano, pero me sentía mal y muy solo, me programaron en Comodoro Rivadavia, pero no quise subir al avión, me volví a San Luis", reconoce con resignación.

 

Para Secton o Tissera el fútbol no podía estar ausente en su vida, jugó en varios equipos con compañeros de renombre."No quiero olvidarme de ninguno, por eso no los nombro", dice y tiene razón.

 

San Luis tenia buenos boxeadores, como "El Abeja" Sosa, Jorge Navarro y "El Loco" Mora, en Guay-Curú peleábamos al aire libre, había boxeo en el verano, en el invierno nos teníamos que dedicar a otra cosa, una pena".

 

"Yo había decidido dejar la actividad, fui a pelear con Raúl Acosta en Huinca Renanco y gané por nocaut. Esa fue mi última pelea. Yo quería ser profesional, pero no pudo ser, el alcohol hizo el resto", remata con amargura, pero sin rencor.

 

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