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Declaró un testigo clave por el asesinato de Fabio Fernández

Es un suboficial de la Policía, padrastro de uno de los acusados. No logró desvirtuar las sospechas sobre él.

Por redacción
| 20 de septiembre de 2018
Calderón. Acompañó a uno de los acusados, Agüero Lucero, a ponerse a disposición del juez. Foto: Martín Gómez.

El suboficial de la Policía Julio Arcelio Calderón ya había avanzado en su declaración cuando el presidente de la Cámara del Crimen 2, Gustavo Miranda Folch, pasó en limpio aquellas manifestaciones que había hecho instantes antes. “En su calidad de policía, con 28 años de antigüedad en la fuerza, usted lo llevó en su auto a su hijastro –es Augusto Caín Agüero Lucero, uno de los dos juzgados por el asesinato del estudiante Fabio Ezequiel Fernández– para que se presentara ante el juez. Siendo usted un extraño al proceso (…) procuró hacerlo, para ver si él había tenido alguna participación en el hecho. Pero después, usted cambió”, repasó el camarista. Se refería a que Calderón se desdijo después de acercar al joven a los investigadores e inclusive después de haber firmado una declaración en la que expresaba que su hijastro había admitido su participación en el asesinato cometido entre el 3 y el 4 de noviembre de 2014, en un descampado próximo al supermercado Aiello El Lince.

 

El camarista hizo la introducción para saber, en definitiva, por qué el policía, que actualmente está jubilado, se echó para atrás. Quiso saber si, a pesar de sus años en la fuerza y estando casi en lo más alto del escalafón de suboficiales, se había visto presionado de alguna forma por la subcomisario Lorena Martínez, de la División Homicidios, quien fue la instructora del sumario policial.

 

Es que, cuando tuvo la sospecha de que Augusto podía estar implicado en el hecho, Calderón pidió hablar con Martínez, ya que la conocía porque habían compartido destino en la Policía, él le había ofrecido a ella algunos adicionales y luego, además, forjaron una amistad. Había un lazo de confianza.

 

El testigo no dijo que fue forzado. Sí que los efectivos tenían apuro por concluir las actuaciones, que debían entregarle al juez apenas Augusto se presentara en tribunales, tal como el joven había asegurado que haría. También refirió que él firmó la declaración que Martínez confeccionó sin haberla leído con atención.

 

Ante una pregunta del camarista Fernando De Viana, indicó que después detectó inexactitudes en el escrito que había rubricado, pero cuando le preguntaron cuáles eran esas imprecisiones, no lo especificó.

 

Miranda Folch también le preguntó si, entonces, ese cambio en sus dichos tuvo que ver, quizá, con algo que le manifestó o le pidió su entonces pareja, es decir, la madre de Augusto. Pero tampoco quedó en claro si la motivación vino por ahí.

 

En cambio sí confirmó que se encontró y dialogó en su barrio con el inspector Franco Rosales, jefe de la brigada de calle de la entonces División Homicidios (actualmente es Departamento Homicidios).

 

Semanas después del asesinato, a través de un llamado al Centro de Operaciones Policiales, la Policía recibió el dato de que un tal Augusto y un tal Tula tenían vinculación con el homicidio del chico hallado en el baldío. Por ello, el inspector estaba abocado a recolectar información para establecer quiénes podían ser esas personas.

 

Un sábado cerca del mediodía, Rosales estaba en la zona sur cuando se le rompió la moto en la que andaba. Fue a treinta metros de la casa de Calderón. El suboficial “realizaba un arreglo en un portón, trabajaba con mezcla”, recordó ayer el inspector, durante su declaración.

 

“A Calderón lo conocía porque era de la fuerza, ha sabido trabajar en Investigaciones”, explicó Rosales. Como lo ubicaba, se acercó, le comentó que la moto había sufrido una avería y le contó que andaba por allí recolectando información por el caso de Fabio Fernández, para intentar saber quiénes podían ser esos jóvenes mencionados en la llamada al 911. Cuando comenzó a explicarle, Calderón conectó lo ocurrido con el hijo de su pareja y vecina, ya que vivía cada uno en su casa.

 

“Me dijo ‘la verdad, es mi hijastro. Hace días que lo veo raro, que está encerrado, no sale a ningún lado. Tuvo una lastimadura (en la mano) un tiempo’. Me preguntó con quiénes trabajaba yo en Homicidios, y le nombré a aquellos que podía conocer. Me dijo ‘dejame que vea qué puedo hacer’ y me pidió los números de esos compañeros y le di el mío también. Y me dijo que iba a llamar”, aseguró Rosales. Ese mismo día, a la siesta, Calderón fue a la división con su pareja y con Augusto.

 

El joven sospechoso no quiso decir nada allí, ante los efectivos. Pero la subcomisario Martínez sí le tomó la declaración al suboficial. Después, él llevó en su auto a Augusto hasta el juzgado Penal 1, para ponerse a disposición del juez Sebastián Cadelago Filippi, que ordenó que quedara detenido.

 

“Sí, hablé con Augusto de este tema. No me contestó nada. Me miraba, nada más. Yo le dije ‘vamos a hablar con Martínez”, respondió el suboficial retirado cuando el fiscal de Cámara 2, Fernando Rodríguez, le preguntó si, tras el encuentro con Rosales, había dialogado con el chico para saber, de su boca, si algo tenía que ver con el crimen.

 

Ante una consulta del camarista De Viana, Calderón confirmó que el encuentro con Rosales fue circunstancial, fortuito. También, que su decisión de hablar con el muchacho y de luego trasladarlo a la sede de Homicidios –en ese momento estaba en el pasaje Santiago del Estero, entre Las Heras y Tomás Jofré– fue espontánea, es decir, que lo hizo por propia voluntad, sin recibir presiones.

 

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