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De La Calera al infierno de la dictadura y de allí a los altares del cielo

Un peón de campo asesinado ferozmente durante la dictadura se convertirá en el primer beato nacido en la Provincia de San Luis. ¿Quién es el hombre que dedicó su vida al prójimo y terminó acribillado por error y por confiado?

Por Juan Luna
| 22 de abril de 2019

Las balas que lanzan los tres encapuchados, en la madrugada del 25 de julio de 1976, atraviesan el cuerpo de Wenceslao Pedernera y se esparcen por el resto de la cocina. Su esposa corre a la habitación, llora e intenta proteger a sus tres hijas a las que les acaban de arrebatar el sueño. Unos segundos antes, el hombre no puede hacer caso omiso a los estruendosos golpes que suenan sobre la puerta, aunque “Coca”, su mujer, le había advertido que estaba asustada por los constantes movimientos de autos que habían rondado por su casa de Sañogasta, La Rioja, durante todo el día. “Puede ser alguien que necesite un favor”, se dice a sí mismo y abre. Eran las 2:45 de la mañana. Unas horas antes, Pedernera apoya la cabeza sobre la almohada sin saber que esa noche sería acribillado en su propio comedor y que, más tarde, moriría en el hospital de Chilecito con el cuerpo hecho pedazos y el alma intacta.

 

Casi cuarenta años antes, en La Calera, un pequeño paraje de la provincia de San Luis, nace el segundo de los que serían cuatro hijos de una humilde familia dedicada a la vida de campo.

 

Unos 82 años después, a mediados del 2018, el Papa Francisco estampa su firma sobre el decreto definitivo que asegura la beatificación de quien no había sido más que un peón rural, de los sacerdotes riojanos Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville, y del ex obispo Enrique Angelelli, todos brutalmente asesinados en los albores de la última dictadura militar. Pedernera termina por consagrarse, así, en el primer puntano en alcanzar ese estatuto en los altares de toda la historia de la Iglesia Católica.

 

Una de cal

 

Cuando el 28 de setiembre de 1936, Benjamín Pedernera y Fernanda Mattus dieron a luz a su segundo hijo, probablemente no imaginaban que ese nombre quedaría inmortalizado en la lista de venerables que promulga El Vaticano, y que en Argentina tiene muy pocos ítems (el de Ceferino Namuncurá es uno de ellos, por ejemplo).

 

Como la mayoría de los pueblos de la provincia, La Calera ha experimentado fuertes crecimientos en las últimas décadas. Pero aun así no deja de ser un poblado pequeño, muy atado a las canteras como principal recurso y fuente laboral de sus habitantes. Según los registros del último censo nacional del Indec, en el 2010 vivían sólo 598 personas en este punto del Departamento Belgrano, en el noroeste de la geografía puntana.

 

En los tiempos en que Wenceslao llegó al mundo, el lugar no era más que un puñado de campos áridos, con casitas hechas de adobe y familias que subsistían con la producción casera, el reparto de leña y el duro trabajo en los hornos de cal.

 

“Nuestra infancia fue esa: ayudarle al padre en el campo. Hachábamos, andábamos a caballo y en burro. Teníamos animalitos, cuidábamos las majadas. Éramos muy pobres”, describió Mariano Pedernera, el tercero de los hermanos, quien aún vive en la ciudad de San Luis y está a punto de cumplir sus 80 años.

 

 


El futuro beato con su esposa Coca y sus tres hijas en una foto familiar.

 

 

Probablemente de ese estilo de vida de sus primeros años, Wenceslao haya sacado los valores que lo acompañaron siempre y que terminarían por transformarlo en un hombre solidario y líder de movimientos rurales cristianos: la cultura del trabajo y el sacrificio como motor cotidiano.

 

Es que los días no eran fáciles en La Calera. “Había que andar mucho detrás de los animales para atarlos y llevar los carros con leña. Había que madrugar y muchas veces helaba. Nosotros éramos muy chiquitos”, rememoró Mariano.

 

La fe no era, sin embargo, un componente primordial en ese hogar. Mariano recuerda que sabían rezar y que recibieron los sacramentos, pero no era frecuente que tuvieran misas en el pueblo.

 

A su hermano fallecido sólo alcanza a definirlo como “un muchacho muy bueno” que “no tenía vicios ni nada”. Porque fueron pocos los años que compartieron techo en la provincia de San Luis. Cuando tenía 17, Wenceslao emigró hacia Mendoza para trabajar como obrero en los viñedos y se quedó allí para cumplir con el Servicio Militar Obligatorio cuando tenía 20 años. Desde entonces sólo volvió a pisar suelo puntano en algunas visitas ocasionales y, sin la bendición de la tecnología actual, las comunicaciones eran a través de cartas y telegramas, y no siempre eran muy frecuentes. Mariano todavía conserva como un tesoro una foto que su hermano le envió a su madre, en donde se lo ve vestido con el uniforme de colimba, el rostro serio y la piel joven y una dedicatoria a mano.

 

Entre el campo y la fe

 

Cuando finalizó el servicio militar, el puntano decidió permanecer en Mendoza, una provincia donde veía un mejor futuro como obrero rural. Consiguió empleo en diferentes fincas y en una de ellas conoció a Martha Ramona Cornejo, la hija del encargado de una viña de 21 hectáreas que pertenecía a Bodegas Gargantini, una importante firma de la zona.

 

Se casaron por civil en la ciudad de Rivadavia el 22 de marzo de 1962, y dos días después “dieron el sí” en la iglesia de San Isidro Labrador. Vivieron varios años del trabajo con las uvas y tuvieron tres hijas: María Rosa, Susana Beatriz y Estela Marta.

 

Fue "Coca", quien logró inculcarle los valores de la fe cristiana, pese a que al principio Pedernera era apático con la gente de iglesia. “Yo a los curas no los quiero”, solía repetir. De a poco, empezaron a concurrir a las misas que hacían en un templo que había en el viñedo.

 

 


La Calera, el pueblo donde nació Wenceslao. Una localidad en crecimiento.

 

 

 

Fue en 1968, en una novena a la Virgen de la Carrodilla, en donde el hombre se ablandó y se dejó conquistar por una devoción que lo transformaría completamente. Desde ahí, se convirtió en líder de diferentes movimientos que pregonaban por los derechos laborales de los peones ante las patronales de los campos. Integró, entre otros, el Movimiento Rural de Acción Católica.

 

Tras la gran labor pastoral y el respeto que se ganó la pareja entre las bodegas de la zona, fueron convocados en 1973 para colaborar con la Iglesia de La Rioja, donde se estaba gestando una cooperativa que pretendía incentivar la fe católica entre los pobladores rurales. Se mudaron con sus tres hijas a Sañogasta, en el departamento de Chilecito, y comenzaron a colaborar con diferentes sacerdotes de la diócesis comandados por Angelelli.

 

“Leíamos el Evangelio los fines de semana y después nos reuníamos a comentar y opinar sobre lo que habíamos leído, por eso nos tomaron por comunistas y extremistas porque no habían visto nunca que se hiciera eso”, recordó Coca en diferentes entrevistas.

 

El comienzo del terror

 

La tranquilidad con la que Wenceslao y su familia llevaban sus días en La Rioja cambió desde que las Fuerzas Armadas tomaron el poder el 24 de marzo de 1976 y dieron comienzo al llamado “Proceso de Reorganización Nacional”, una de las épocas más oscuras de la historia argentina. Durante los meses que transcurrieron desde el golpe al gobierno de Isabel Martínez hasta la noche de la muerte de Pedernera, las amenazas empezaron a ser una moneda corriente en la vida de los que militaban en este tipo de movimientos eclesiales.

 

Los sacerdotes Murias y Longueville habían sido designados a la parroquia de Chamical y habían recibido diferentes advertencias: “La tuya no es la Iglesia en la que creemos”, les habían dicho. “Podrán callar la voz de este sacerdote. Podrán callar la voz del obispo, pero nunca callar la voz del Evangelio", respondían en sus misas. Ambos fueron asesinados el 18 de julio de ese mismo año.

 

El terror que sembraban los militares no los frenó y continuaron con las reuniones para aprender sobre la Biblia y recaudar fondos para hacer gestos solidarios entre las familias más pobres. Wenceslao, en particular, era conocido por transportar a quien lo necesitara desde los campos hasta el hospital más cercano, en Chilecito, sin pedir nada a cambio y a cualquier hora.

 

Ese tal vez fue el motivo que lo llevó a abrir la puerta en la madrugada del 25 de julio. La mujer y sus hijas tuvieron que ver al hombre con un pijama blanco lleno de sangre, tumbado sobre el suelo del comedor, y en la agonía alcanzaba a repetir algo: “En su dolor, nos decía que perdonemos, no tengamos rencor, no odien”, contó Susana, que por entonces no tenía más que tres años.

 

El calvario no culminó en ese instante para "Coca", quien con ayuda de vecinos pudo llevar a su esposo al hospital en busca de un milagro que nunca llegaría. Esa misma noche, los militares la separaron de sus niñas, la trasladaron a un pequeño cuarto y la interrogaron. Finalmente le admitieron: “Qué lamentable lo que pasó. Nosotros buscábamos a otra persona”.

 

El 27 de abril, después de un proceso canónico que comenzó en el 2011, Wenceslao será beatificado junto a los tres sacerdotes en la ciudad de La Rioja, en una misa que contará con la presencia del cardenal Angelo Becciu como representante del Papa Francisco, quien alguna vez los definió como “testigos de la fe que predicaban y que dieron su sangre por la Iglesia”. Los cuatro son conocidos como los mártires riojanos, pero entre ellos hay un puntano que vivió el infierno de la dictadura y se ganó un lugar en los altares del cielo.

 

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