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Luis Alberto Pérez: 50 años haciendo buena letra

Aprendió el arte callejero de filetear en un taller de San Rafael. Hizo cartelería y letreros. Cincuenta años después sigue trabajando. También fue viajante. Un agradecido de San Luis.

Por Johnny Díaz
| 28 de junio de 2019
"Nací en Rivadavia, Mendoza, pero San Luis me dio todo, soy un agradecido a esta provincia". Fotos: Martín Gómez.

Luis Alberto Pérez llegó a San Luis en 1981, venía de  San Rafael, Mendoza. Arribó con las credenciales de  fileteador, experto en cartelería y representante de una conocida empresa de alimentos. 

 

Al poco tiempo vino su esposa Gladys Miriam Fernández (62) y dos de sus hijos: Lorena Vanina y Mauro Luis. El tercero de ellos, Gabriel Alberto, nacería en la capital puntana un par de años después.

 

Desde niño, Luis Alberto fue descubriendo una pasión que lo llevaría a convertirse en uno de los pocos en San Luis: fileteador, dibujante y dueño de un muy buen gusto para hacer desfilar los pinceles por líneas imaginarias con colores fuertes y simétricos. 

 

Otra de sus pasiones y tal vez por la necesidad de tener un buen trabajo fue la de viajante. Pero antes, siempre estuvo su amor por las letras, los colores fuertes y la pintura.

 

 

Fileteador. El letrista se identifica mucho con el fileteado. Un arte nacido en la Argentina a fines de siglo XIX  en carros que transportaban alimentos.

 

 

"Nací en San Rafael, un 5 de enero de 1955, tuve tres hermanos: Dolores, José y María Delia. De chico tuve la curiosidad por los dibujos y las pinturas, nunca fui un alumno brillante, iba porque había que hacerlo, pero me gustaba más ser libre, no tener ataduras. Mis estudios primarios los hice en la escuela Manuel Antonio Sáez y los secundarios en el colegio República del Perú, ambos en el pueblo que me vio nacer". 

 

Luis Pérez es hijo de María del Carmen Sánchez Rodríguez y de José Pérez García, oriundos de Almería, en Andalucía, España.  Sus padres llegaron a la Argentina en 1950 en busca de una mejor calidad de vida después de la guerra civil española. Por eso desde chico lo llaman "el gallego". 

 

Desde hace más de 50 años que hace cartelería y es letrista. Comenzó en 1969, a los 14 años por imposición de su padre que lo mandó al taller de Marcos Ruiz para que se ganara el sustento. 

 

Había salido mal en el colegio y su padre, al ver la libreta de calificaciones escolares, le dijo: "Mañana te vas a trabajar a lo de Don Ruiz". El hombre le anticipó que era un buen oficio al igual que el del peluquero donde solo se usan las manos y el ingenio, y "si algún día estás en sillas de ruedas tendrías tus manos para ganarte el pan". "Y tenía razón", dice hoy el fileteador que en su infancia tomaba los jabones para hacer estatuas, figuras religiosas, animales o cuanta belleza le aparecía en los libros, revistas o en algún folleto ilustrativo, de la época,  todo muy artesanal. Como queriendo demostrar sus muchas cualidades pictóricas. 

 

Luis Alberto comenzó ayudando en lo de don Ruiz. "Todavía hoy en el acceso a San Rafael viniendo de Mendoza, hay una gigantografía de Ford al cual yo le puse el antióxido que se preparaba en el taller. Recuerdo que había un tacho de unos 200 litros, se echaban los requechos de pintura, después querosene y se hervía. Una vez revueltos se transformaba en un color gris pastoso, nunca supe por qué. Así arranqué esta hermosa profesión". 

 

El fileteado es un estilo artístico de pintar y dibujar típicamente porteño, que se caracteriza por líneas que se convierten en espirales. Su repertorio decorativo incluye principalmente estilizaciones de hojas, animales, cornucopias, flores, banderines, y piedras preciosas.  En diciembre del año 2015 fue declarado patrimonio cultural por la Unesco.

 

 

En familia. Luis junto a su esposa Gladys Miriam y uno de sus hijos, Gabriel.

 

 

Si bien es cierto que trabajó en otras actividades, nunca dejó su pasión por el pintado y ornamentación. Al contrario, volvía con asidua frecuencia. 

 

Cuenta que las ganas y la curiosidad por explorar y aprender oficios lo llevó a trabajar al taller mecánico y tornería de los hermanos Revelioso, lugar donde alguna vez, prepararon los motores de competición de Gabriel "La Chancha" Raéis, y donde conoció a Toto Anzulovich, "El Turco" Maluff o "El Choco" Di Genaro, que corrían en la categoría 1093 en el autódromo de San Rafael. 

 

"Todo terminó cuando tuve un accidente que me costó el dedo meñique de la mano izquierda. Me dijeron que limpiara el torno con un paño, puse el automático para que girara y me descuidé, me succionó la mano, fue el 15 de marzo de 1970", recuerda como si fuera ayer.

 

Uno de sus hermanos que trabajaba en las Grandes Tiendas Galver de San Rafael, lo ayudó para que se sumara a la popular tienda aprovechando sus condiciones de letrista. Estuvo varios años en ese lugar y los fines de semana o feriados, se dedicaba de lleno a las letras, creando o inventando. 

 

Cuenta que de allí pasó a trabajar en una sastrería o casa de ropa masculina donde se ganaba mucho dinero. "Imagínese -dice- en un mes se podían vender unos 35 trajes, hoy eso es imposible". 

 

Y debe ser cierto porque ya no quedan muchas sastrerías en los centros comerciales.
A los 22 años,  el 5 de febrero de 1977, contrajo matrimonio mientras su vida pasaba por la cartelería y las ventas en la calle porque le gustaba mucho andar en auto. Un año después nació su  hija (Lorena Vanina) al tiempo que tuvo la posibilidad de incorporarse a la firma Magdaleno y compañía de Mendoza, representantes de  yerbas Taragüi pero sin descuidar su pasión. 

 

"Tenía un Citroën 2CV, estaba recién casado y muchas ganas de progresar, pase a ser viajante de la Swift y aceites La Patrona", aclara. Su hermano se fue a San Juan a trabajar en la organización San José de los hermanos Angulo, por entonces, los dueños de Vea supermercados y le dieron la posibilidad de venir a San Luis en enero de 1981.

 

 

En acción. Luis trabaja en espacios cerrados y abiertos con gran maestría creando, escribiendo y fileteando letras sobre relieve con distintas tonalidades. 

 

"Viví un tiempo en el hotel San Luis y mi primer cliente fue Amadeo Rinaudo, de la calle Constitución, donde antes funcionaba un negocio de un señor de apellido Bustos", añade sobre su desembarco en tierra puntana. 
En 1983 trajo a su señora y a sus dos hijos, ya había nacido Mauro Luis y fueron a vivir a un departamento en calle Pringles al 1200. Después le alquiló una casa a don Justo Calvo en Ituzaingó al 1500.

 

"Trabajaba muy bien. Incluso llegamos a vender nuestros productos hasta en Mina Clavero. Del 2CV pasé a un Fiat 128, era un placer trabajar de esa manera", se ufana orgulloso. 

 

"El Gallego" dice que su vida cambió radicalmente y que aquí encontró su lugar en el mundo. Rápidamente se hizo de amigos y formaron una peña automovilística (producto de su amor por el Citroën) con los hermanos Rosso, "Tico" Andrada y otros amigos. "Fue para correr en la 850cc, disfrutábamos del momento y nuestras charlas giraban en torno al automovilismo. Fue una linda época", sostiene.   

 

Pérez detalla que en 1987 le entregaron una casa social en el barrio ATE I (hoy Urbano J. Núñez) y un año después tuvo la posibilidad de radicarse nuevamente en Mendoza por razones laborales. 

 

La aceitera Patito le ofrecía un buen trabajo donde estuvo hasta 1992 para volver a San Luis y seguir con sus trabajos de cartelería y pintura. La venta de la empresa que lo había contratado derrumbó sus objetivos.

 

Pérez entendía la situación del país y le preocupaba mucho su futuro y el de la familia, cada día se complicaba más hasta que decidió seguir con su pasión heredada en el taller de Don Ruiz en San Rafael y echar raíces definitivamente en San Luis, una provincia que no le había sido esquiva para nada.

 

"Volví de Mendoza, sin una moneda, seco, menos diez pero con muchas esperanzas. Con el tiempo abrí la Vinoteca San Luis, la tuve que cerrar y tuve que volver a empezar. Me asocié con 'El Pato' Marcuchi en el taller Multicartel de la calle Chacabuco. Trabajábamos mucho, pero lamentablemente se disolvió la sociedad. Siempre aposté a esta provincia y no me equivoqué,  me dio todo y soy una persona agradecida por ello". 

 

En sus inicios se utilizaba aceite de lino, cola y colores naturales. Luego esmalte sintético. El efecto de volumen también se obtiene resaltando las luces y sombras con brillos y esfumados. 

 

Manifiesta que su primer trabajo fue para Forrajera Boldrini, y que le costó mucho -tal vez- por su falta de experiencia o por lo difícil del lugar donde lo querían: estampado en una persiana comercial. Fue el inicio de más de 8 mil carteles de todo tipo y estilo que lleva realizados.  

 

 

En la escalera. "El Gallego" no escatima esfuerzo a la hora de pintar y filetear.

 

 

"Para pintar los filetes rectos se usa un pincel de pelos largos y mango corto o sin mango denominado 'bandita'. Para las letras y ornatos se utilizan los llamados pinceles de letras con pelos", señala.

 

Agrega que su profesión no es nada fácil y que muchas veces deben lidiar con las inclemencias del tiempo y hacer acrobacias arriba de una escalera, un andamio o en las alturas de un edificio. No deja pasar el recuerdo de un trago amargo que le sucedió hace un par de años cuando regresaba de Villa Dolores. En las cercanías de El Volcán fue asaltado por tres hombres y una mujer. El rápido accionar de la Policía hizo que recuperaran el dinero y los valores. Los ladrones fueron apresados en Santa Rosa del Conlara. 

 

Pérez dice haber pintado espacios publicitarios en autos de carrera y cuenta una anécdota que vivió con Carlos Marincovich. "Parecía que el auto no andaba para nada, para colmo en la trompa tenía la publicidad de Plavinil, su principal sponsor y él en su afán de hacer buenos tiempos lo había dañado en un despiste. Y ahí estaban los colaboradores tratando de solucionar ese problema, querían pintar el capot como fuera hasta que me ofrecí a ayudar. Quedó muy lindo y al otro día Marincovich giró una vuelta y abandonó. Pero el objetivo de que se viera el auto con esa publicidad estaba cumplido. En agradecimiento por mucho tiempo recibí invitaciones y material de Plavinil, hasta un auto me ofrecieron". 

 

Es consciente de que el trabajo del letrista profesional está dejando de ser rentable. "Es una gran pena, pero es un oficio hermoso", agrega resignado.

 

"EL Gallego" recuerda a grandes fileteadores sanluiseños como Raúl Velazco, "El Colchón" Godoy y Emilio Bertín. "Hoy quedamos pocos: Córdoba, en el barrio Amppya; "El Chelo" Lucero, un zurdo que pinta una maravilla; y el mendocino Pitto, tal vez haya otros y no quiero quedar mal, pero es una profesión que está quedando en el olvido y es una gran pena".  

 

"Filetear es un arte callejero argentino, que  nació en Buenos Aires, a fines del siglo XIX como un sencillo ornamento para embellecer los carros de tracción animal que transportaban alimentos del puerto al centro o los puntos de concentración. Con el tiempo se transformó en un arte  propio de esa gran ciudad, y pasó a convertirse en el emblema iconográfico que mejor la representa, puntualizó finalmente "El Gallego" de Rivadavia, Luis Alberto Pérez.

 

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