SAN LUIS - Martes 14 de Mayo de 2024

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El sueño de Clara se hizo realidad junto a las sierras

Produce aceites esenciales de lavanda y romero que cultiva en su campo de Nogolí para cosmética. Además atiende junto con su marido Eduardo una casa de té encantadora.

Por Marcelo Dettoni
| 08 de noviembre de 2020
En familia. Eduardo y Clara posan con las lavandas y el magnífico marco serrano. Fotos: Silvia Kalczynski.

Los sueños están para cumplirlos y María Clara López persiguió el suyo durante mucho tiempo, hasta que finalmente se dio el gusto y hoy, a los 58 años, disfruta de un presente esforzado, pero a la vez placentero. Ya desde sus días en su Pergamino natal que le gustaba cocinar. Delicias dulces sobre todo, pero no le esquivaba el bulto a nada. Si eran comidas de olla, también desarrollaba sus talentos con presteza, lo importante era servir de la manera adecuada las grandes mesas familiares, siempre numerosas, siempre ávidas de probar esas exquisiteces cuyas recetas ella había heredado de su tía y de su abuela.

 

“Mi tía era cocinera en una estancia, en las afueras de Pergamino. Yo tenía 15 años y la ayudaba. De allí me quedó la costumbre sagrada del té de las cinco…”, recuerda con los ojos dirigidos a la lejanía, sumergida en los recuerdos pintados en sepia de su juventud. Clara es una mujer seria, amable, de hablar bajito y pausado, a la que cuesta arrancarle una sonrisa aunque su gesto sea siempre suave, acogedor.

 

Aquello del té de las cinco es una de las claves que sirven para entrometerse en su presente, que la encuentra cumpliendo el sueño de trabajar la tierra con aromáticas y vivir de sus talentos para la cocina. Clara es la dueña y el alma máter de la finca Aguas Claras, un establecimiento ubicado en un bucólico rincón de Nogolí (que en voz huarpe significa justamente eso, “aguas claras”), al que se accede luego de hacer 2.700 metros por un camino de tierra recientemente arreglado por la Municipalidad que parte desde la esquina de la plaza del pueblo.

 

“Nos vinimos de Pergamino a San Luis hace 35 años, hace 15 que compramos este campo y siete que vivimos aquí, después de construirnos la casa a nuestro gusto. Comencé primero plantando aromáticas, algo que siempre me gustó; lo del emprendimiento gastronómico es mucho más nuevo, hace apenas un año que abrimos y si descontás el tiempo en el que no pudimos hacerlo por la pandemia de coronavirus, queda mucho menos”, arranca la dueña de la finca, que comparte con su marido Eduardo, quien prefiere “abrirse’”para que sea ella la protagonista de esta historia.

 

“Yo apenas soy el mozo de la casa de té, el que habla con los clientes y hace las relaciones públicas, pero todo el mérito es de ella. Es su proyecto, su sueño hecho realidad, y lo está llevando adelante con mucha pasión”, justifica su prescindencia Eduardo, quien permanentemente la mira con un amor infinito y mucha admiración.

 

Por eso la charla es solo con Clara en una de las mesas ratonas que ya quedaron libres de clientes en un atardecer hermoso, con el sol resistiéndose a caer por el oeste, mientras sigue proyectando su brillo sobre el imponente cordón central de San Luis. Eduardo, mientras tanto, levanta el resto de las mesas y ordena la cocina con velocidad y precisión, apenas si tira algún chiste al pasar, pero evita entrometerse a pesar de que conoce la historia al dedillo, porque todo el camino que une Pergamino con San Luis y la construcción de la familia lo recorrieron juntos.

 

“Vinimos a San Luis en 1985, en plena época de la promoción industrial. Yo trabajaba en la fábrica de pantalones Wrangler que estaba en Pergamino, pero estábamos con problemas para cobrar los sueldos y se comentaba que iba a cerrar. Como ya se estaban instalando acá por este tema de la promoción, pedí que me trasladaran y lo hicieron. Eduardo, que era visitador médico, ingresó a otra empresa del mismo rubro, Lewis, que tenía una filial en San Luis. Así que los dos estuvimos un tiempo en el rubro textil”, cuenta Clara.

 

Perseverancia. La primera vez plantaron 2.000 esquejes de lavanda y salieron solo dos, pero no se rindieron y ahora lucen bien.

 

Para entonces ya tenían a Álvaro, que hoy tiene 37 años, y venía en camino Aldana (34). Son genuinamente puntanos Sofía (27) y Constanza (24), que están radicadas en Córdoba. La felicidad se hizo completa con la llegada de las nietas, Amparo y Emilia. “El terreno era de 6 hectáreas, vendimos una para comenzar a construir y otra se la dejamos a nuestros hijos. Aldana tiene una casa de fin de semana acá al lado, pero vive en la ciudad”, agrega haciendo referencia a la hija, que es la mamá de Amparo, quien recién se acababa de ir luego de compartir una merienda con amigos.

 

Con el tiempo, Wrangler desapareció y Eduardo tuvo otros trabajos, hasta desembarcar en SanCor Salud, su ocupación actual, que lo obligaba a viajar diariamente hasta San Luis, algo que se interrumpió por la pandemia. Hoy, como tantos otros, hace home working y ayuda a Clara con las tareas del campo, sobre todo lunes y martes, ya que a partir del miércoles ella debe dedicarse a la cocina para el fin de semana (la casa de té abre sábados y domingos a partir de las 16) y a la fabricación de aceites y esencias con sus dos cultivos principales: lavandas y romeros.

 

“Cuando dejé la fábrica, comencé a hacer servicio de catering para eventos desde mi casa, que por entonces estaba en San Luis. Fui además la primera en venderle tortas al bar El Paseo, que era muy tradicional en la ciudad, estaba donde hoy se levanta el Banco Patagonia, en el Paseo del Padre”, recuerda Clara, quien reconoce que “poner una casa de té siempre fue mi sueño, al mismo nivel que el cultivo de aromáticas, así que acá tengo todo lo que siempre quise”.

 

Cuando compraron el campo, era todo monte, así que la limpieza llevó tiempo, inversión y esfuerzo. Pero hoy luce como un vergel ordenado y bello, con su pasto cortado, sus hileras prolijas de lavandas y romeros y una cortina de álamos plantados hace nueve años que protegen del viento, una característica de la zona, que además es muy abierta porque está alejada del caserío de Nogolí.

 

“Son beneficiosos los vientos, porque aportan sanidad a las plantas y despiertan los éteres que contienen, por lo que se consiguen mejores esencias”, asegura la mujer, quien también viene intentando con la salvia, pero reconoce que es “más quisquillosa”, debido a que no aguanta mucho el frío.

 

La sequía es todo un tema, sobre todo porque hace dos años que viene pegando fuerte en todo el semiárido. Y si bien las aromáticas son resistentes, fue necesario instalar un sistema de riego por goteo que les brinda muchos beneficios para mantener la productividad. “La lavanda es del tipo Oficinali, da flores una sola vez al año, pero contiene un muy buen aceite esencial”, cuenta Clara, quien poda solo en cuarto menguante, siguiendo los dictados de la luna, que es la reina de las noches en estos cielos limpios y llenos de estrellas.

 

Invita a caminar por entre las plantaciones y explica que algunas plantas lucen secas porque reciben agua por acequias y a veces se estanca: “Es necesaria la cantidad justa, ni de menos, ni de más”, dice. Además influye la densidad, para hacer aceites debe estar una planta cada 80 centímetros. Son pautas que fue aprendiendo con los años y los cursos, como el que hizo en la sede de Merlo de la Universidad de San Luis, la meca de la carrera de aromáticas. “Para la fabricación de los aceites me ayuda una sobrina que tengo en Pergamino y que es química. Le mando las fórmulas, ella experimenta y después me da el visto bueno”, cuenta, sin dejar ningún detalle librado al azar.

 

Producción. Clara tiene un exhibidor con sus esencias, que tientan a los comensales.

 

En Finca Aguas Claras, además de disfrutar de una variada gama de tés florales, frutales y mundanos, se puede comprar jabones naturales y a base de glicerina, aceites, saumos, brumas, champús, jabones líquidos y relajantes a base de alcohol de cereal, todo de producción propia y con elementos extraídos del campo. “Hace años compré un alambique en Córdoba y me vino con el 'know how' para hacer los productos y la certificación de la Anmat, para tener todo en regla”, aclara la dueña del establecimiento, que tiene capacidad para hacer 50 jabones por mes con una destilación a base de vapor que "arrastra" el aceite de la planta, al que luego hay que separar del agua.

 

Los comienzos fueron más bien frustrantes: “Compramos 2.000 esquejes de lavanda y prendieron apenas dos. Nos queríamos morir, pero no bajamos los brazos”, dice convencida. Con los romeros también tuvo su lucha, pero hoy lucen frondosos, algunos de seis años, otros de cuatro y los más nuevos de tres, que ya están listos para la primera poda. Florecen en agosto, pero no los toca porque siempre aspira a que vengan las abejas a polinizarlos, “aunque las pobres están complicadas por la falta de agua”, lamenta.

 

Además de las aromáticas, tiene distribuidos por el campo algunos almendros y nogales de la variedad Chandler comprados en el vivero provincial Improfop, aunque su origen es mendocino, de Chilecito, en el departamento San Carlos, uno de los más productivos de la provincia vecina.

 

Para las esencias compré un alambique en Córdoba y conseguí todas las certificaciones que me pedía la Anmat (María Clara López)

Detrás de la casa está la huerta y al lado descansa un tractor junto a algunos cerezos que tienen una protección de alambre tejido en la base: “Es para que no los ataquen las liebres, que también hacen bastante daño entre las lavandas”, cuenta Clara, que tiene magnolias, rosales y algunos aguaribayes con sus pequeños pimientos.

 

En cuanto a producción frutihortícola, que es solo para consumo familiar, tiene cerezos, durazneros, higueras, ciruelos, perales, frambuesas, tunas y lechugas. En un costado de la huerta hay cajones con esquejes de lavanda, de los que saca los plantines que luego irán a la tierra. También juntó las hojas de un eucalipto medicinal que se secó y en invierno le dan un toque especial al espacio que cuida con esmero, ahora reverdecido por la primavera.

 

“Durante tres años plantamos ajo, pero terminamos desistiendo porque siempre teníamos problemas para conseguir gente idónea y con ganas de trabajar, y además es caro hacerlo por los insumos. Y sin volumen, no podés competir con Mendoza, así que volvimos a lo que hacemos mejor y más nos gusta”, cuenta en el final, cuando el sol ya se rindió más allá de la ruta 146 y comienza a ganar la noche. En la finca domina el silencio, mientras al este se recortan las sierras centrales, esas que custodian que el sueño de Clara se mantenga siempre vigente.

 

 

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