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Que es un soplo la vida

El festival rockero más grande del país cumplió dos décadas de acción. Una de las claves para su persistencia fue su permanente renovación y la escucha de sus organizadores a los reclamos. Este año hubo mucha presencia del trap y de músicas mujeres. Ocho bandas de San Luis fueron parte de esa historia.

Por Miguel Garro
| 23 de febrero de 2020
Fotos: Télam

La poesía y la historia tanguera enseñan que 20 años no son nada. Pero para un género como el rock que por propia definición acostumbra a vivir vertiginosamente, dos décadas pueden ser más de la mitad de la vida. Para un festival de ese estilo, en una provincia argentina, con los vaivenes que desfilaron desde el año 2000 por la pasarela económica del país, 20 años pueden ser mucho más.

 

El Cosquín rock acaba de terminar su edición vigésima y volvió a encender la llama festivalera en una multitud de amantes del rock que, especialmente del interior del país, llegan al centro geográfico para encontrarse con todas las bandas que escuchan en Spotify. El regreso de “Divididos” después de 15 años, la presencia de dos bandas puntanas en el escenario Córdoba X y el espacio ganado por el trap y por las artistas femeninas fueron los hitos del show de mitad de febrero en Santa María de Punilla.

 

Sin embargo, el recuerdo mayor quedará por una ausencia. El show de Charly García había recolectado enorme expectativa cuando fue anunciado pero la imposibilidad del cantante de presentarse por una lesión en la cadera puso algunas luces amarillas entre el público. La organización lo resolvió con imaginación: mantuvo la banda y los temas del autor e invitó a distintos cantantes (Andrés Ciro, Louta, Nathy Pelusso, Celeste Carballo, Fernando Ruiz Díaz, León Gieco, Nito Mestre, entre otros) para la interpretación de los clásicos. El resultado fue uno de los recitales más emotivos en los 20 años de historia.

 

Posiblemente la edición de este año haya sido la más austera de la última década. No hubo tantas acciones extramusicales, a la par de que los sponsors tuvieron mucha presencia y ganaron más espacio. En paralelo, la oferta artística fue irreprochable, con la oportunidad de ver en simultáneo a “Babasónicos” y “Ciro y los persas”; a “Divididos” y Mon Laferte y a Wos y Celeste Carballo, por dar algunos ejemplos.

 

 

 

De todos modos, lo más atractivo siguen siendo algunas joyas escondidas que regala la programación, como Hernán Casciari y su show literario musical con Cucuza Castiello, imperdible; “Conociendo a Rusia” en una carpa para 600 personas, intrigante; y “Horcas” y “Riff” confinados al mismo escenario donde apenas unos minutos después tocaron los puntanos de “Vorsoto”.

 

Para celebrar las dos décadas, la organización montó una muestra recopilatoria con memorabilia, fotos y un anecdotario que fue más bien ignorada por la gente. En el otro extremo de la convocatoria, “Molotov” hizo un acústico por noche en una carpa que le quedó chica por todos los extremos.

 

Ciento veinte mil personas en las dos jornadas acompañadas por las nubes, la lluvia intermitente y el barro consecuente corroboraron el poder de convocatoria del festival y del rock y repitieron la postal de un pequeño pueblo tomado por personas de todas las edades que pasan horas y horas frente al escenario.

 

 

Por primera y única vez, Cosquín rock tendrá una edición en Buenos Aires. Será el 11 y 12 de octubre.

 

 

Una de las razones por las que José Palazzo, el organizador, consiguió la permanencia de su creación es porque supo reformularse a tiempo. El año pasado fue muy cuestionado por un sector del feminismo porque no cumplió con el cupo solicitado (la ley no había sido todavía promulgada) y por una declaraciones posteriores en donde puso en duda la calidad de las mujeres músicas. Este año, Palazzo programó a casi todas las mujeres que hay en el mercado nacional, aunque solo ubicó a Hilda Lizarazu y Daniela Dofo en el escenario principal. A las 15:30 la primera y a las 14:20 la segunda.

 

La misma recapitulación hizo cuando hace unos años las críticas llegaron por la falta de renovación de las bandas que contrataba. A partir de entonces el Cosquín rock le dio lugar al trap (este año fue récord de bandas de ese estilo), abrió nuevos escenarios para grupos con pocos años de carrera y le dio la posibilidad a algunos estilos no del todo difundidos. De todos modos, los viejos siguen estando. Las Pelotas tiene asistencia perfecta, Ciro ha faltado poco con “Los Piojos” o con “Los Persas”; Skay en su plan solista cada vez que pudo, fue; y “La vela puerca”, “Las pastillas del abuelo”, “Los Gardelitos”, “Jóvenes Pordioseros” y “Babasónicos” siguen abonados. De aquella camada, los que no van es porque están muertos o presos.

 

 

La historia puntana

 

La novena edición del festival cordobés, en 2009, que por entonces se hacía en San Roque, abrió una página para los rockeros de la provincia. En diciembre del año anterior se había realizado el primer PreCosquín en San Luis, un concurso que le daba la oportunidad al ganador de ser parte de la grilla, y las puertas del cielo dejaron de estar cerradas.

 

El certamen se realizó en el Parque de las Naciones, duró tres días y “Dixon”, una histórica banda heavy que todavía sigue en funcionamiento aunque con otra formación, se ganó el derecho de ser la primera banda puntana en el festival. “La experiencia fue bárbara”, dice el líder del grupo, Alejandro Gaido, con la perspectiva de los años. “Fuimos a ver todas las bandas que pudimos, pasamos hermosos días con amigos y arriba del escenario todo salió como lo teníamos previsto”.

 

El guitarrista tomó el aprendizaje de aquel momento para empezar a trabajar con su grupo del modo en que vio que lo hacían algunos músicos y técnicos en el festival. “Cada tanto veo los videos –rememora- y se me vuelven los gratos recuerdos”.

 

No obstante, el regreso de ese viaje no fue lo mejor para la banda. A los pocos meses, “Dixon” se separó en muy malos términos con heridas que, a once años, aún no cicatrizaron. Gaido prefiere decir que aquella media hora en Cosquín fue el final del camino y el inicio de la debacle para aquella formación. “Los otros integrantes de entonces no entendieron de qué se trataba. Pero todo salió mejor porque la nueva formación, con la que estoy tocando ahora, es, a mi entender, superior a la que fue al festival”.

 

 

 

 

El guitarrista prefiere quedarse con los buenos momentos, como el recuerdo de unos chicos de Santa Fe que cantaron las canciones del disco “No alcanza el tiempo”, el único de la discografía de “Dixon”, y se llevaron la remera de Gaido, quien emocionado, en el último tema se la sacó y terminó de tocar en cuero.

 

Al año siguiente la historia no fue mejor para la banda puntana que llegó al Cosquín. Los daractenses de “Chatumadre” ganaron el Pre en muy buena ley, se sacaron las ganas de tocar en el festival y al poco tiempo se disolvieron. Otros ganadores del certamen fueron los chicos de “La Piedra”, que tuvieron su experiencia coscoína y el año pasado lo intentaron nuevamente pero se quedaron en la puerta; “Passaje” fue un grupo, villamercedino, que también la rompió en las sierras cordobesas y “Mambosavia” se convirtió en la banda representante puntano en el edición número 20.

 

“Estar en ese escenario fue un gran logro para nosotros. Estuvo lindo, a la gente le gustó pese a que éramos unos desconocidos. El público necesitó escucharnos y hacer conexión con nuestro mensaje”, dijo apenas bajado del escenario Franco Alba, el cantante del grupo.

 

Las bandas puntanas que llegaron al Cosquín sin la necesidad de competir en el PreCosquín no fueron tantas y en su mayoría lo consiguieron gracias a vínculos aceitados con algún sector de la organización. Los desaparecidos “Kameleba”, por ejemplo, tuvieron su época de gloria y, amparados por un sello discográfico grande, llegaron dos veces al escenario serrano. Este año “Vorsoto” igualó esa marca y tiene la perspectiva de convertirse en el grupo sanluiseño con más presencia.

 

“Cosquín para nosotros es parte de un sueño, la oportunidad de cumplir objetivos”, dijo Martín Viñals, cantante y bajista del grupo que tocó el domingo 15 por segunda vez en el festival y sueña con una tercera el año que viene. Otro que llegó en dos ocasiones al festival, aunque a escenarios destinados a su estilo, fue Darío Alturria, quien fue cantante de “Kameleba” y, a la par de un conflicto legal muy grave en su contra, armó un proyecto solista como Blackdali que le permitió estar en el candelero. Con el paso del tiempo se fue diluyendo.

 

También por cuenta propia y también a un escenario temático, en este caso metalero, los villamercedinos de “Henkel” tienen su historia que contar. La siguen escribiendo, con su presencia en Cosquín como un grato recuerdo.

 

 

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