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Una puntana quedó varada en Islandia y tuvo que trabajar en una granja

La mujer tiene 61 años y el 4 de marzo viajó a Europa de vacaciones, cuando se desató la pandemia de coronavirus. Este miércoles será repatriada.

Por redacción
| 06 de mayo de 2020
María Celia Presello se animó a trabajar en una granja para sobrevivir en Islandia. Foto: Gentileza.

  

María Celia Presello, de 61 años, nació en Santa Rosa (La Pampa), pero a los 12 se vino a vivir junto a su familia a San Luis. Con espíritu aventurero, el 4 de marzo armó su valija y partió a Europa. Lo que nunca se imaginó es que la pandemia la encontraría en Islandia y tendría que trabajar en una granja para tener hospedaje y comida. Este miércoles será repatriada.

 

La primera parada de María fue en Barcelona, pero también quería visitar el noroeste europeo. Fue así que mediante el grupo de Facebook “Mujeres que viajan solas por el mundo” se contactó con Sandra Domínguez, de 51 años, que al igual que ella buscaba quien la acompañara en esta odisea. El 10 de marzo se encontraron y embarcaron juntas a Reikiavik, la capital de Islandia.

 

Llegaron al aeropuerto al anochecer y alquilaron un auto para trasladarse en la ciudad. Ahora les restaba encontrar un lugar para dormir, pero no tuvieron suerte, ya que antes tendrían que haber reservado un lugar mediante la web. “Nos atendieron en dos lugares y pedían más de 100 euros por noche, unos 7.300 pesos argentinos. Imposible pagar, por eso decidimos dormir en el auto”, contó la puntana, quien recordó que hacía mucho frío y nevaba.

 

 Se despertaron con los primeros rayos del sol y para entrar en calor desayunaron una buena taza de café. Más tarde consiguieron una habitación en una casa de hospedaje a pocas cuadras del mar. “Nos instalamos y recorrimos la ciudad. El paisaje estaba teñido de blanco y el viento era helado. Me quería morir porque amo el clima cálido. Me pregunté cómo se me ocurrió estar ahí”, dijo María.

 

Recordó que estuvieron tres días en la ciudad y luego se fueron a la zona sur.

 

 

La granja donde pudo quedarse María Celia en Islandia.  Foto: Gentileza

 

Después de unas horas llegaron a un pueblo de nombre Kiev, el cual tiene playas de arenas negras por la actividad volcánica. Para disfrutar del viaje pararon en varias granjas, en las cuales alquilan habitaciones para los turistas. Antes de regresar a Reikiavik se quedaron en Hrútafel. “Ahí nos enteramos que se cancelaron los vuelos. No sabíamos hasta cuándo, el 24 de marzo teníamos fecha de regreso”, comentó la puntana.

 

Manifestó que en Islandia la estadía y los alimentos son muy caros, por lo que se les ocurrió explicarle al dueño de la granja lo que les pasaba. “Sandra se animó y nos tomó como voluntarias. Al otro día nos trajo botas de goma, nos presentó a sus hijos y nos invitó a comer papas con carne, después nos enteramos que era caballo. Así que ese día nomás la probamos”, dijo.

 

Al día siguiente, a las nueve de la mañana, fueron al granero. Ya en el lugar les mostraron a sus inseparables amigas, las vacas. También una hoja donde figuraban los números y medidas de cada una de ellas. “En sus orejas tenían una especie de aro y un plástico para identificarlas. De esta manera sabíamos cuánto era lo que comían y otras cosas más. El primer día terminamos fundidas”, dijo alegre María Celia. Contó que se encargó de darles el biberón a seis terneros recién nacidos.

 

“No paran de comer. No hay sábados, domingos ni feriados. Una vez llevé el teléfono al galpón y medí lo que caminaba, en dos o tres horas hacía unos 2.800 metros”, dijo la puntana.  

 

Detalló que la casa en la que viven tiene hasta calefacción en el piso y anda siempre descalza.  Además, resaltó que en Islandia los zapatos se dejan en el hall de la entrada. “No puedo pedir nada más. A la mañana vemos patos salvajes, gaviotas, gansos blancos en los charcos y atrás, el mar. Es un verdadero sueño”, expresó.

 

Recordó que disfrutó mucho la estadía, pero que quería regresar a la provincia para reencontrarse con sus cuatro hijos. Hoy inicia el viaje de regreso.

 

 

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