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Lechuga hidropónica para consumidores exigentes

Lucas Gutiérrez y Carolina Lacerda son propietarios de Aqua Sativa, un emprendimiento ya estabilizado, que aumenta día a día la base de clientes.

Por María José Rodríguez
| 30 de agosto de 2020
Gran dupla. Lucas está enamorado de la hidroponia y le contagió su amor a Carolina. Solo ellos trabajan en el invernadero. Fotos: Revista El Campo.

Cultivar en el agua es un gran desafío para quienes disfrutan de observar el proceso de crecimiento de los vegetales. Los expertos aseguran que todo lo que nace bajo la tierra también es susceptible de crecer a través de la técnica de hidroponia. En El Trapiche, Carolina Lacerda y Lucas Gutiérrez crearon Aqua Sativa y hace poco más de dos años se dedican a producir hortalizas bajo este sistema que prescinde de la tierra. Los cultivos crecen en el agua.

 

"Este emprendimiento surgió como una posibilidad de producción propia, pero con el tiempo lo empezamos a ver como un negocio sin saber si iba funcionar o no. Este último tiempo comenzó a caminar bien. Invertir en un proyecto como este es caro, ahora estamos construyendo otro invernadero al lado, basándonos en la experiencia obtenida en estos dos años y en nuestra necesidad", explica Lucas, mientras se disculpa por el desorden, en verdad imperceptible, de algunos elementos.

 

El frío hace que los cultivos crezcan más lento que cuando hace calor. Actualmente están enfocados en producir lechuga crespa porque es lo que más piden sus compradores. "Vendemos fundamentalmente en San Luis y en El Trapiche. Elaboramos lechuga todo el año, pero el mes que viene agregaremos albahaca", dice este doctor en Química que además es profesor en la Universidad Nacional de San Luis.

 

 

 

Carolina, maestra de nivel inicial en la escuela de Río Grande, agregó que cuando sus clientes les piden algo específico, lo producen. "Por ahora tenemos poco espacio, este invernadero mide 35 metros de largo por 10 de ancho. Entran 600 plantas en cada uno y las camas tienen una capacidad de dos mil litros de agua. Actualmente trabajamos para abastecer la demanda, pero además hacemos espinaca, acelga, berro, rúcula y perejil, pero para consumo propio".

 

"Todas las semanas cosechamos para aprovechar la producción, hay que hacerlo cada siete días. En nuestro invernadero el cultivo de la lechuga tiene distintas etapas. Es muy sencillo trabajar con hidroponia", afirma y repite de memoria cada paso que dan para producir la planta: "Colocamos las semillas en bandejas de poliuretano que tienen un colchón de gomaespuma y agregamos agua. Una vez que emergen los cotiledones, les ponemos solución nutritiva".

 

 

Gutiérrez afirma que al hablar con sus clientes, estos aseguraron que la lechuga elaborada bajo este sistema no les cae pesada.

 

 

Apenas aumentan un poquito su tamaño, los productores arman los plantines, que colocan en una plancha de telgopor con agua. Entre ellos hay un espacio de aproximadamente 15 centímetros, ponen distancia entre planta y planta porque cuando crecen compiten por la luz. "Una vez que las ponemos en los almácigos, pasan a una fase intermedia que son camas más pequeñas. Lo hacemos así por el espacio. Dependiendo de la época, luego de quince días las pasamos a las camas grandes en las que transcurre la fase final hasta que cosechamos", asegura Lucas, quien con movimientos de mano y muy didáctico explica: "Agarrás la lechuga por el tallo y la sacás de plancha".

 

En cada período de crecimiento de la planta agregan dosis de la solución que contiene los nutrientes específicos para lechuga y de ahí la cosechan con raíz. La demora siempre depende de la época. "Para producir usamos solamente agua y fertilizantes. Todos los nutrientes que están bajo la tierra los tienen disueltos ahí. Este sistema es mucho más fácil de controlar y de corregir, porque es inmediato. Si empiezan a aparecer manchas en las hojas es porque hay una deficiencia, si no le das importancia, en dos días perdés un montón de hojas o toda la planta", asegura Lucas y hace hincapié en que siempre hay que controlar los cultivos, "sobre todo en verano, que es cuando tenemos más producción pero también más problemas".

 

 

 

Durante el proceso de embalaje los productores limpian la lechuga. "Recomendamos que en el momento de comerla, la laven bien. Porque si bien no están bajo tierra y las hojas están limpias, hay que sanitizarla. La vendemos con la raíz porque dura más, eso es lo que nos convierte en ganadores cuando competimos con los demás productores", asegura Carolina.

 

"La 'tierra' es mala palabra para nosotros. El suelo tiene muchos microorganismos. Primero lo fumigan todo, después siembran y ese tipo de cosas acá no las hacemos. Nosotros limpiamos todo con lavandina y usamos agua potable. El método depende de cada uno, vamos cambiando el agua por período de cosecha", indica Lucas, y reconoce que ingresar al mercado les costó mucho.

 

"Era un producto nuevo, poco conocido. Con el tiempo y la experiencia decidimos hacer lechuga porque fue la que más se adecuó al mercado. En invierno hacemos la mitad que en verano. En junio, julio y agosto sacamos alrededor de 1.500 plantas por mes. A medida que comienzan los días más lindos, salen más. En verano solemos sacar más de tres mil", explica Lucas, quien asegura que para poder vender sin tener pérdidas económicas tienen que producir a gran escala.

 

 

La lechuga se vende en verdulerías de Juana Koslay y de El Trapiche. Pero también a través de las redes sociales, en Instagram se los puede encontrar como Aqua sativa.

 

 

Carolina contó que cuando recién iniciaban el proyecto, visitaban cada verdulería para ofrecer la lechuga, pero siempre recibían un no como respuesta. "Hasta que nos hicimos conocidos y la gente empezó a pedir por nuestra producción. También vendemos a través de las redes sociales. Cada vez que publicamos algo, es mucha la gente que nos quiere comprar", cuenta.

 

Otro método de ventas en el que les va muy bien es cuando el Ministerio de Producción organiza la Feria de Pequeños y Medianos Productores, porque allí hicieron clientes que luego quedaron como fieles exponentes de su crecimiento. "Esperamos que pronto terminen los problemas con el coronavirus y se vuelvan a hacer, nos iba muy bien, ya que cerca del mediodía nos dejaban sin lechuga para vender", reconocen.

 

 

 

Trabajo constante

 

Los docentes, productores y amantes de la naturaleza dieron sus primeros pasos hace alrededor de tres años, cuando crearon una huerta en su casa de El Trapiche, ubicada en un entorno natural envidiable. "Nos dimos cuenta que producir en la tierra no era muy buena idea. Entonces Lucas empezó a investigar sobre las ventajas de la hidroponia, hicimos un invernadero chiquito en el que fuimos experimentando.  Con el tiempo construimos otro mediano, después otro más grande", cuenta Carolina, y asegura que cuando notaron que había una pequeña posibilidad de comercializar, empezaron a repartir la producción que obtenían entre sus parientes y amigos: "Les encantó", asegura.

 

Entonces decidieron ahorrar y se animaron a invertir en uno grande, y ahora están construyendo el segundo. "Realmente nos va muy bien. Edificamos un nuevo invernadero porque nos falta producción. Nos piden diferentes productos y no los podemos abastecer porque no tenemos espacio. Todavía estamos analizando qué vamos a producir en el otro módulo, porque este año no tuvimos suficiente stock para cumplir con los pedidos. Entonces cuando tengamos stock suficiente vamos a agregar otra variedad. Sí o sí todos los años incluimos la albahaca, que tiene buena salida. Hacemos poco, pero ya vamos a ampliar", asegura Lucas.

 

 

 

La estructura se adapta al cultivo

 

"Por ejemplo, la espinaca en verano es más cara porque no se produce en Mendoza, solo vende el que tiene invernadero. El cajón cuesta alrededor de 700 pesos. En invierno todos hacen espinaca porque no da problemas y baja a 100 pesos. A nosotros la planta nos cuesta lo mismo en invierno y en verano, si el dólar está quieto. Es complejo adaptar la estructura. Por eso tratamos de mantener una producción estándar", explica el doctor en química.

 

Agrega que "las condiciones de luminosidad son diferentes para cada producto. La rúcula necesita menos luz que la lechuga, y no podría poner la mediasombra para salvar la rúcula y demorar la lechuga. Uno tiene que elegir lo que más le conviene. Cuando se mezclan cultivos que necesitan diferentes cosas es más difícil", explica.

 

La estructura en la que trabajan solamente los dos, les costó alrededor de seis mil dólares. A esa cantidad de dinero hay que sumarle la nivelación del suelo, los plásticos, las ventanas, las mallas y los cajones. Aunque hay proyectos que se realizan al aire libre, decidieron cerrarla porque así está al resguardo de plagas e insectos. "Para ingresar al invernadero es necesario tomar medidas de desinfección de la ropa y del calzado, ya que cualquier contaminante podría afectar los cultivos", dijo.

 

 

"Esto funciona gracias a Lucas, que está enamorado de la producción bajo el agua, yo solamente acompaño”, Carolina Lacerda.
 

"En el segundo invernáculo el suelo será de concreto, porque es mucho más higiénico. Decidimos armar esta estructura basados en la experiencia,  tendrá las paredes rectas y medirán tres metros de alto y la cumbrera será de cinco. Tendremos una ventana más grande, eso nos va a permitir que en verano esté mucho más ventilado que el actual", especificó Gutiérrez, y continuó: "Tenemos una malla que lo único que hace es dar sombra. La innovación para la otra será una pantalla térmica que va a filtrar la radiación infrarroja y disminuir mucho la temperatura. También será útil contra la luz ultravioleta, hay muchos insectos que se guían por ella. Entonces al no poder seguir esa luz no van a encontrar el cultivo".

Además, en el nuevo invernadero las camas estarán sobre el suelo, pero utilizarán el mismo sistema: de raíz flotante.  "Todo es a precio dólar, y es un gran problema, porque uno pelea un valor y al otro día aumenta, y aunque sea un peso cambia todo por una cuestión de volumen. Además compramos la geomembrana que permite almacenar el agua en las camas, la malla para la ventana está más cara que el plástico que recubre el techo. No podemos viajar a Mendoza y tenemos que comprar los fertilizantes por flete y es diferente, por suerte el último viaje que hicimos fue en febrero y tenemos, estamos tirando con eso", especifica Lucas, que sufre la pandemia por Covid-19 como todos los productores.

 

Con la hidroponia es posible producir de todo. Pero para la pareja que se conoció andando en bicicleta, lo que mejor valor de reventa tiene es la lechuga.

 

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