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Luis Alberto Páez: un mecánico de primera clase

Fue uno de los últimos en retirarse de la agencia Ford de San Luis. Un repaso por las changas en la General Paz, el primer taller, la amistad y la sociedad con Hugo Camargo.

Por Johnny Díaz
| 25 de abril de 2021
Recuerdos del taller. "Trabajé en la Ford hasta que la concesionaria se vendió a la firma Polenta de Mendoza". Fotos: Nicolás Varvara/Marianela Sánchez.

Dicen que la pasión no tiene límites y que muchas veces hasta se convierte en una obsesión. Y es muy probable que para Luis Alberto Páez, hoy de 75 años, haya sido el puntapié inicial de su vida como mecánico de autos.

 

Su hija Andrea, docente y periodista, dice que en la temporada de vacaciones su abuelo Juan Luis Páez lo llevó al taller de la IKA (Industrias Káiser Argentina) en la calle San Martín y le dijo a Rubén Anzulovich, uno de los representantes de la firma y de quien era amigo, que le llevaba al muchacho —quien tenía unos 14 años— para que aprendiera el oficio.

 

 

 

En realidad, don Páez quería que su hijo desistiera de su empeño en ser mecánico. Nada de eso ocurrió; Luis Alberto regresaba a su casa "engrasado hasta los ojos" y más entusiasmado que nunca.

 

Era alumno de la escuela Normal "Juan Pascual Pringles" y le había dicho a su padre que no estudiaría, que quería ser mecánico. Y así fue. Dejó los estudios en sexto grado.

 

En 1961, Jacobo Estrugo lo hizo ingresar en la agencia Ford. Su concesionario en San Luis era Paulino Sáez, que también fue presidente del Automóvil Club San Luis. Allí empezó como ayudante de taller, su responsabilidad era limpiar y lavar piezas, barrer, colgar las herramientas en el tablero, ordenar y ayudar a los mecánicos, entre otras tareas. "Tuve un tiempo pagando el derecho de piso", recordó.

 

 

 

Don Páez, quien es uno de los más antiguos mecánicos de motores a explosión en San Luis, dice que un día, cuando Rubén "Pichilo" Vega era el jefe de taller, le preguntó cuáles eran sus tareas y le respondió que era ayudante, "el lavapiezas". "Ahí el nuevo jefe me dio la posibilidad de progresar, me enseñó muchos de los secretos de la mecánica, armar y de-sarmar una caja o un diferencial, algo muy difícil y complejo para lo que se necesita mucha precisión. Hasta me enseñó a manejar. Vega era una excelente persona, muy bondadosa, justa y responsable", dice el mecánico.

 

En una oportunidad, llegó a la Ford un bodeguero mendocino con un auto con serios problemas, pero no tenía cómo pagar la reparación. "Pichilo" le dijo que no se hiciera problema, que igual lo atendería y, como jefe de taller, se hacía responsable ante sus jefes de la deuda que generaría la reparación del automóvil del bodeguero mendocino. "Nadie entendía nada y creíamos que el bodeguero nunca volvería, pero al tiempo el hombre volvió, pagó su deuda y le trajo un sinfín de regalos y unos buenos vinos en damajuanas. Estaba más que agradecido ante la actitud del mecánico de San Luis. Vega era una persona justa, responsable y muy buena", dice Páez.

 

 

 

En la Ford tenían prioridad los autos de la marca, era una clientela muy fiel. A veces pedían por tal o cual mecánico: "Yo me fui perfeccionando en afinación del automotor, incluso era quien probaba los autos en la calle. Recuerdo que los Ford Fairlane eran autos de los que hoy se denominan de alta gama, parecían una nave espacial, su andar era espectacular, hasta las carrozas de la firma Guevara y Tula eran atendidas ahí", cuenta Luis.

 

Páez recuerda a muchos de sus compañeros de trabajos: el "Negro" Díaz, Tobares, Barroso, Hernández, Lucero y Sposetti (chapista); y como jefes, además de a Jacobo Estrugo, a don Leda, quien había trabajado en la CITA (después TAC); Lucero y Rubén "Pichilo" Vega, quien además había sido acompañante de Rosendo Hernández cuando en 1952 "El Gallego" ganó el memorable Gran Premio de Turismo Carretera por solo 31’’ sobre Juan Gálvez.

 

Don Páez dice que su padre era el dueño de una carpintería en la calle General Paz entre Pedernera y Junín. Ahí, junto a su gran amigo Hugo Camargo, hacía changas reparando autos en la calle.

 

 

 

"A veces desarmábamos a la siesta y armábamos a la noche, era una manera de ayudar a nuestra economía. Los tiempos eran difíciles y queríamos progresar. Con Hugo siempre quisimos independizarnos y eso se produjo cuando en 1985 la firma Sáez le vendió la agencia a la firma Polenta de Mendoza, y todo cambió. Nos fuimos casi todos los que integrábamos el taller, unas 13 personas, y quedó como jefe mi ahijado, Luis Gómez, de la sección engrase", contó. "Nos indemnizaron con el 80% y pusimos un pequeño taller en avenida Lafinur, al lado de la casa de la familia Machuca, antes de la calle Belgrano. En realidad, era una pieza que servía para guardar herramientas y la fosa que cada vez que llovía se inundaba. Era muy precario. Con Hugo invertimos el dinero cobrado de la indemnización en comprar una propiedad en la calle Tacuarí al 681, antes de Pringles, donde fuimos montando lo que sería el taller que es hoy", dice con orgullo.

 

Una empresa de Río Cuarto les construía el galpón y, cuando estaba casi listo, lo alquilaron a una tornería, lo que alivió los bolsillos de los emprendedores. Les hicieron la oficina, otra para repuestos y algunas mejoras más como parte de pago. "Era un sacrificio enorme, aguantamos como pudimos, lo hicimos por tramos, especialmente el techo", dijo Páez.

 

 

 

El confeso hincha de River Plate, el Sporting Victoria y de las carreras de TC en las que hace fuerza por Ford, dice que la dueña les pidió el lugar de la avenida Lafinur y eso precipitó que abrieran en el nuevo local. Así comenzó otra historia, muchos de los clientes de la agencia concurrían al taller, incluso don Héctor Sáez (otro de los exdueños) para que le atendieran su auto. Había muchísimo trabajo, siempre estaba repleto y había que sacar turno.

 

Otro de los trabajos que marcaban la diferencia con otros talleres fue cuando la empresa Cogasco, que estaba haciendo los ramales del gas natural en San Luis, les confió la reparación de sus vehículos. "Siempre se trabajó mucho, nuestro lema era seriedad y responsabilidad, la gente nunca nos dejó de lado", entiende Páez.

 

Para con Hugo Camargo, socio, compadre y gran amigo, tiene un párrafo aparte: "Siempre estuvimos juntos, en las buenas y en las malas; hicimos nuestras vidas juntos. Hoy ha bajado mucho el trabajo, especialmente para nosotros, los viejos talleres que seguimos con la mecánica tradicional. No nos actualizamos, nos quedamos en el tiempo. Seguimos trabajando, pero cada vez son menos los autos a carburación, vienen a inyección y todo cambió, todo es computarizado".

 

 

 

"El taller de mi papá —dice su hija— parece la peluquería de don Mateo: los amigos o la gente del barrio vienen a saludar o charlar un rato, esa costumbre se mantiene intacta, pero lamentablemente la pandemia los alejó un poco, complicó todo".

 

Pese a esa realidad, su hijo y un yerno les dieron una gran mano, "Pero, para nuestra desgracia —sostiene—, hace un tiempo nos robaron la computadora de una manera insólita: entró el ladrón y huyó rumbo a la ex y desaparecida cerámica San José; no lo encontramos más. Fue un hecho muy lamentable".

 

"El taller siempre fue a puertas abiertas. Tenemos mucho cuidado con los autos de nuestros clientes pero, pese a eso, nos han robado. Se han perdido estéreos, antenas y parlantes. Hasta una vez nos hicieron un boquete para robarnos herramientas. Fueron hechos muy lamentables. A veces les pedimos a nuestros vecinos un lugar para guardar autos y evitar males mayores, lo digo con mucho dolor", reconoce Páez.

 

 

 

Páez y su socio han logrado que sus clientes y amigos nunca dejen de pasar por el taller, donde siempre hay mates con tortitas o medialunas. Y los fines de semana, el infaltable asado, acompañado de unas buenas guitarras, reúne a los más cercanos.

 

El experto mecánico se autodefine como un apasionado de la caza y la pesca, y señala que pasa largas horas esperando "el pique". Cuenta: "En su momento tuve una pequeña lancha. Con mi hijo Luis o con amigos recorríamos las lagunas del sur y los diques de San Luis, acampábamos en lugares muy lindos, son recuerdos imborrables".

 

Luis Páez fue uno de los últimos mecánicos en dejar de trabajar en la Ford y es uno de los mecánicos más antiguos de San Luis. Pasó más de 60 años entre motores, cajas y diferenciales. A los 75 años dice que su salud le jugó una mala pasada, pero no descarta volver con más ganas que antes, pero para hacer cosas livianas.

 

De todos modos, no deja de darse una "vueltita" para ver a su amigo, socio y compadre, y para ver qué hacen los muchachos: "Otra cosa no me queda por hacer". Una vida entera dedicada a "los fierros".

 

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