La muerte de Napoleón: una duda de 200 años
Fue la figura más importante del período inicial de la historia contemporánea. Su fallecimiento aún despierta un sinnúmero de controversias y debates entre médicos e historiadores.
Napoleón Bonaparte nació en Ajaccio, en la isla mediterránea de Córcega, en 1769, y murió el 5 de mayo de 1821, en la retirada isla de Santa Elena, ubicada en la mitad del Océano Atlántico, entre África y América. Este insólito lugar de residencia y muerte solo puede explicarse por la derrota y forzado exilio de Napoleón después de perder su última acción bélica, la batalla de Waterloo, ocurrida en Bélgica el 18 de junio de 1815. Tras su derrota, y para evitar una posible fuga (como había ocurrido en febrero de ese año), cuando Napoleón escapó de la isla de Elba, los británicos lo desterraron a una isla alejada de Europa y aislada de todo contacto exterior.
Tras abdicar a todos sus poderes como emperador de Francia, los británicos embarcaron a Napoleón al que sería su último destino en el Northumberland, un navío de guerra de la Royal Navy. El 17 de octubre de 1815 desembarcó en la isla Santa Elena, por entonces propiedad de la Compañía de las Indias Orientales, custodiado por un numeroso destacamento armado. Durante las primeras semanas de su forzosa residencia, se alojó en una casa de campo llamada Briars, al cuidado de la familia de William Balcombe, un comerciante local. Esta familia le hizo más pasable su adaptación, pues Napoleón entabló amistad con una niña de la casa, Betsy, de 13 años de edad, que era el único miembro de los Balcombe que sabía hablar francés.
Poco después, sus apresadores lo trasladaron a la Longwood House, una residencia aislada en medio de la isla, alejada del pequeño poblado de Jamestown.
La amplia vivienda estaba ubicada en un peñasco azotado por vientos impetuosos y expuesto a lluvias copiosas y a un sol pleno. La isla volcánica Santa Elena era inapropiada para la salud de Napoleón, que a sus 47 años ya estaba aquejado de varias dolencias, entre ellas una persistente úlcera de estómago.
En Longwood House, Napoleón estuvo acompañado por un pequeño séquito de servidores y asistentes, entre los que se destacaba Barry Edward O'Meara, un doctor, con quien se inició la controversia médica e histórica sobre la muerte de Bonaparte.
O'Meara era un médico cirujano irlandés que trataba a Napoleón desde poco antes de su exilio a Santa Elena. Siendo su médico personal y amigo pudo dar a conocer el progresivo deterioro de la salud del exemperador. Este médico denunció el maltrato al que era sometido el conquistador en una obra que escribió en 1822: “Napoleón en el Exilio”, también conocida como “Una voz desde Santa Elena”. En este libro acusó a Sir Hudson Lowe, gobernador de Santa Elena, de descuidar el estado de salud de Napoleón y favorecer su muerte. A causa de varios desencuentros y denuncias con Lowe, O'Meara fue separado de su función y debió regresar a Europa en 1818.
Recientemente se descubrió una carta secreta del propio O'Meara que pudo enviar clandestinamente desde Santa Elena a un empleado del Almirantazgo de Londres. En esta carta, escrita en 1818, poco antes de ser alejado de Napoleón, O'Meara describe su mala salud y graves sufrimientos corporales del estadista francés: dolor de cabeza, dolor en el costado derecho, fiebre considerable, pulso acelerado y "ansiedad y opresión general". Ante un dolor insoportable, debió extraerle una muela de juicio.
O'Meara observó que Napoleón tenía frecuentemente fiebre, signos de ansiedad y que evidentemente “estaba experimentando severos sufrimientos corporales". En 1818, según recoge la revista británica History Extra, O'Meara afirmó que el gobernador británico de Santa Elena le había ordenado "acortar la vida de Napoleón", y se lo señala como quien desató el rumor inicial de que el exemperador había muerto por envenenamiento con arsénico. Desde entonces, distintas versiones han pugnado por imponer una verdad histórica aceptada y firme.
Tras permanecer varios días en cama, Napoleón falleció el 5 de mayo de 1821, a las 15:25. Antes de morir, solicitó que se le hiciera una autopsia y que parte de su cabello fuera entregado a sus familiares. La autopsia la realizó su médico personal, Francesco Antommarchi, ante la presencia de otros cinco profesionales. Inicialmente se concluyó que Napoleón había muerto a causa de un cáncer de estómago.
Aun antes de 1840, cuando sus restos fueron trasladados a Francia, las sospechas de que Napoleón había sido envenenado con arsénico circulaban profusamente, pero no pudieron ser comprobadas. Se sospechaba del gobernador Lowe y del conde Charles de Montholon, su asistente de Cámara, quienes, en complicidad con la monarquía francesa, habrían envenenado lentamente al exemperador colocando pequeñas dosis de arsénico en sus alimentos.
Los avances de la ciencia en el siglo XX reabrieron el debate. Algunos médicos, como el sueco Sten Forshufvud en 1955, señalaron la existencia de un altísimo porcentaje de arsénico en los restos de cabello de Napoleón, lo que avalaba la idea del asesinato. La Sociedad Napoleónica Internacional poco después confirmó este dato. Forshufvud publicó sus conclusiones en un artículo científico en la revista Nature, en 1961.
Desde entonces se sucedieron arduos debates entre médicos e historiadores sobre la muerte del francés. Para alcanzar una verdad razonable, entre 1994 y 2007 se realizaron varias investigaciones forenses con expertos internacionales. En la actualidad se sostiene que, sin negar la presencia de arsénico en el cuerpo de Napoleón, su muerte se debió a un cáncer de estómago agravado por los tratamientos médicos a los que era sometido habitualmente.
El arsénico, junto con otras sustancias altamente tóxicas, se empleaba para tratar varias enfermedades en el siglo XIX. La combinación de algunas drogas para atenuar las dolencias estomacales de Napoleón habría acelerado la muerte. En 2007, un equipo internacional de investigadores concluyó que Napoleón murió de un caso muy avanzado de cáncer gástrico, originado en una antigua úlcera, causada por infección de Helicobacter pylori en su estómago. El sangrado gastrointestinal fue la causa inmediata más probable de la muerte.
Los resultados obtenidos contradicen la creencia de que Napoleón murió como resultado del envenenamiento con arsénico. Por el contrario, se afirma que la enfermedad que le afectó el estómago sería letal incluso hoy en día, y que los tratamientos inadecuados, pero comunes, a comienzos del siglo XIX, aceleraron su muerte


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