El llamado al servicio en Cristo

Para el lector desprevenido, esta columna de opinión está anclada estrictamente en mi cosmovisión espiritual. Puede tomarla o dejarla, coincidir o rechazar. Pero es clave que entienda que no se trata de una postura objetiva, al menos en los términos de lo relativo.

En los muchos estados de vida en los que se palpita la fe, el diaconado es un camino que resplandece un misterio divino de entrega. La magnificencia de Dios se manifiesta en la pequeñez y la humildad del espíritu de aquellos que aportan algo tan importante como la vocación, en pos de seguir a Cristo en el servicio. En este sentido, el reciente camino formativo en San Luis sigue dando pasos claves.

Ahora, convocan a una Jornada Diocesana de Discernimiento para el Diaconado Permanente. La cita es el sábado 25 de noviembre, en el Seminario San José y San Miguel Arcángel. Se tratará de una actividad que irá entre las 9:30 de la mañana y las 16; concluirá con una misa. La invitación es para hombres solteros, casados o viudos, de entre 35 y 60 años. En el caso de los que son casados es importante que concurran con sus esposas, pilares fundamentales.

Monseñor Gabriel Barba definió recientemente que se tomarán el tiempo necesario para explicar los alcances, el compromiso y todo lo que tiene que ver con el diaconado. Especialmente para aquellos que poseen alguna intuición, un llamado interno que golpea las puertas, que sienten que puede ser una opción y quieren profundizar.

Para comprender más en detalle, hay distintos estados de vida. Todos los bautizados forman parte de la familia católica. Dentro de los fieles, la mayoría son laicos. Pero también existe el orden sagrado, en el que están los clérigos. Incluso están otras personas que se consagran: son los consagrados.

Los clérigos son los que reciben la imposición de manos de los obispos y dentro de estos hay tres grados: el diaconado, el presbiterado y el episcopado (diáconos, sacerdotes y obispos). Desde el Concilio Vaticano II, se retomó una antigua tradición, la de los diáconos permanentes, que son hombres que pueden ser casados, solteros o viudos, que después de un proceso de discernimiento y formación, reciben el orden sagrado.

Pueden casar, bautizar, bendecir, predicar en la celebración de la misa. Tiene que ver con el servicio, porque siguen a Jesús servidor. Deben ser presentados por los párrocos y contar con cierta experiencia de asistencia en las parroquias, que de alguna manera figura la columna vertebral de lo que será su futuro sendero. Después de una formación de unos 5 años, pueden recibir y cumplir la vocación.

En lo personal, conozco el camino de algunos diáconos. Uno en especial es un amigo. Si bien su caso se trata de un paso que no es permanente, sino una transición a la vida sacerdotal (para que se entienda, la instancia previa), ver en primera persona su trabajo da la esperanza de la verdadera fuente.

Su alegría permanente, su abandono en la divina providencia, su vida de oración y contemplación y su acción en el barro son virtudes inspiradoras. En cada palabra, en cada vivencia, se advierte la prueba más segura de que vale la pena seguir a Cristo.

Si ese camino tan flagrás se vislumbra en el paso de una persona que no estará para siempre en el diaconado —sino que pasará a otro estado de vida en el sacerdocio— me imagino lo bello de aquellos que eligen en lo perpetuo el sendero diaconal. Da la sensación —metafóricamente— de una especie de kerigma.

Estas líneas no son publicidad. Los designios de Dios no necesitan difusión. Solo espero que este texto toque el corazón que deba tocar. En un mundo donde el egoísmo es la regla, que se trace una alternativa de despojo es una noticia que vale la pena destacar.