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El amor no sabe de edad

Mirta y José María se conocieron hace más de 60 años en la cantera Las Peñas de La Totora. Tienen tres hijos, doce nietos y once bisnietos. Ella fue enfermera del hospital y él tuvo muchos oficios.

Por Johnny Díaz
| 13 de febrero de 2023
González-Escudero. Más de 60 años juntos viviendo una vida plena junto a sus 3 hijos, 12 nietos y 11 bisnietos. Fotos: Lisardo Martínez/Gentileza.

Ella tiene 78 años, él 90. Se conocieron en una cantera de piedras propiedad de la firma Gobelli-Biscay en las cercanías de La Totora, a unos 60 kilómetros de la ciudad de San Luis sobre ruta provincial 20 de San Luis.

 

Mirta Gladi González y José María Escudero con el tiempo se pusieron de novios y se casaron. Hoy, 60 años después, siguen más juntos y unidos que nunca, rodeados del cariño de sus hijos José María, Jorge Mario y Javier Marcelo, sus doce nietos, María José, Cecilia Marcela, Damián, Joaquín, Franco, Jonás, Lucrecia, Guadalupe, José, Nico, Morena y Gastón y sus once bisnietos, Evangelina, Paula, Valentina, Pedrito, Margarita, Bautista, Martina, Julieta, Malena, Ian y Dilan.

 

La historia del matrimonio de Mirta y José María comenzó a escribirse en Las Peñas, cantera propiedad de la firma Bizcay-Gobelli ubicada a unos dos kilómetros al norte de localidad de La Totora. Ella tenía 13 años cuando lo vio por primera vez, él 23 y era el capataz de la cantera.

 

“Primero, llegó a mi padre, Manuel González, a quien le decían ‘Carancho’. El cura de Las Peñas lo invitaba siempre a cantar el Ave María. Después, viajamos con mi madre, Clementina Alfonso, que era enfermera. Apenas llegamos, comencé a ir a la escuela hasta que la empresa donó terrenos en La Totora y se hizo la Escuela Hogar N° 11 'Granadero José Manuel Aguirre'. Terminé sexto grado a los 11 años. Unos años después nos pusimos de novios, muy jóvenes”, dice Mirta.

 

 

(Video) En la casa. José María y Mirta Gladi recuerdan cómo se conocieron y cuando se casaron.

 

 

José María Escudero trabajaba en la mina Los Cóndores y llegó a la cantera con un minero de nacionalidad chileno cuando tendría unos 20 años.

 

“En Los Cóndores manejaba una máquina a unos 170 metros de profundidad, cargaba los vagones con mineral y estos eran llevados al nivel denominado ‘cero’. De ahí, con guinches, los elevaban a la punta del cerro. Todavía están esas estructuras, era un trabajo muy rudo, duro y difícil. Recuerdo que un día se me acercó un ingeniero, me preguntó: ‘¿Sabés dónde estamos?', no, le dije, y él me respondió: ‘Pasamos 500 metros al este de Concarán´. “El hombre quería decir que los túneles de Los Cóndores pasaban por debajo del pueblo, esa mina era muy grande, ahí éramos miles de personas de distintas nacionalidades”, evoca.

 

“Llegué a La Totora y como tenía experiencia, me nombraron capataz. Había entre 270 y 300 operarios divididos en turnos. Había que hacer muchas cosas, no era fácil, pero las tareas más difíciles eran la colocación de los cartuchos para los tiros y tirar abajo el granito en piezas de unos cuatro metros de frente de alto por unos 20 de largo”.

 

 

Cumpleaños. El matrimonio con sus hijos, en el festejo de 8 años de José María, en Tilisarao.

 

 

Al respecto agrega y grafica con sus manos: “A los tiros había que colocarlos de manera horizontal, cada uno tenía 30 a 40 cartuchos cada cinco a seis metros entre uno y otro para el ´levante´ del material dependiendo de la categoría que se le diera. Una vez que en tierra comenzaba la tarea de picar, hacer los adoquines -para enviarlos a Buenos Aires-, los trozos más chicos eran clasificados, se colocaban  las vías del ferrocarril entre los durmientes. Era un trabajo durísimo que no sabía del frío, del calor, del viento ni de la lluvia”, acota.

 

Mirta, atenta al relato dice: “Yo siempre que pasaba por la cantera lo miraba y él a mí, creo que ahí me enamoré hasta que un día me hablo y nos pusimos de novios cuando tenía 14 años y él 24. Nos casamos el 12 de enero de 1963 en la iglesia de la Sagrada Familia de Juan Llerena, el sacerdote era alemán, el cura Ernesto".

 


Felices. El matrimonio Escudero con sus hijos Javier, Jorge y José María.

 

"En esa época los caminos eran de tierra e intransitables, llegamos a la iglesia con los padrinos, nuestros padres y los invitados, tapados en tierra. Mi vestido blanco había quedado negro, para colmo no había luz, los vecinos con muy buena predisposición, encendieron sus faroles 'sol de noche', iluminaron la ceremonia. Esa gente se portó maravillosamente bien”.

 

“Si mal no recuerdo, el taxi que nos llevó era el Siam Di Tella de Humberto Quaranta, que después fue el primer tomense que unió La Toma con Buenos Aires y viceversa. Mucha gente lo acompañó en la experiencia”.

 

“La empresa al ver nuestra situación, nos construyó una casita. Éramos felices y nos sentíamos muy bien. Lamentablemente, en 1964 la firma cerró y quedamos sin trabajo de un día para el otro. La cantera era como un verdadero pueblo, tenía todo, desde un almacén de ramos generales, cine, club, canchas de futbol, campamento para los empleados, sala de primeros auxilios y vagones de trocha angosta para sacar el granito a la estación de trenes de Juan Llerena”, agrega.

 

 

Clásica. En el taxi de Humberto Quaranta, los novios saludan a sus invitados.

 

 

“De niño había vendido diarios y, como en el pueblo no había agua corriente, también vendía agua en bordalesas en un carro tirado por un burro y, además, le hacía las compras al hotel Italia. Me había quedado sin trabajo, había que comenzar de nuevo. Nunca me gustó estudiar, fui hasta tercer grado, todo lo que hacía era innato”, señala.

 

“Nos vinimos a La Toma y alquilamos una casa, después nos fuimos a vivir a Naschel y Tilisarao y hace 50 años compramos esta propiedad con mucho esfuerzo. Construimos el galpón para el taller de motos y después la casa”.

 

 

Recién casados. Mirta y José María al salir de la iglesia de Juan Llerena.

 

 

José María Escudero fue ciclista ganador de varias carreras de ruta, era muy conocido en el Valle del Conlara. Trabajó en el canal-acueducto del dique La Florida-San Luis y tuvo una gomería en Naschel. En Tilisarao, agregó lavado y engrasado de autos. No olvida que en La Toma vendía madera, reparaba radiadores y trabajó en una cantera de cuarzo en Cuatro Esquinas, hasta que un día compró una moto Puma 98 centímetros cúbicos.

 

“Fue la primera moto en mi pueblo y tuve que aprender mecánica. Puse mi primer taller, acá en Pringles 1044. A veces salía a la calle limpiándome las manos como si hubiera terminado un trabajo, era mentira, al principio no venía nadie”, dice risueño este hombre que cuenta 90 años.

 

 

Luna de miel. En Mendoza, junto a Nilda Escudero y Gregorio Suárez.

 

 

“En mi vida hice de todo para que a mis hijos y a mi señora no les faltara nada. Pero todo no hubiera sido posible sin la ayuda de mi esposa, ella es gran parte de lo que tenemos", dice José.

 

Mirta agrega que fue a San Luis para estudiar Enfermería y trabajó en el Hospital Regional, pero pidió el pase por integración del núcleo familiar. Así, la trasladaron al hospital de La Toma, donde lleva más de 40 años como enfermera. "Trabajaba hasta 12 horas y al mismo tiempo instalé el inyectatorio ‘La Toma’ en la calle 9 de Julio. Fue el primero que hubo en el pueblo, hacía curaciones, colocaba vacunas, inyecciones y nebulizaciones. Pero dejé porque mis niños crecían y se hacía muy duro. A veces cuando llegaba tarde, los niños ya habían cenado y estaban bañados. Al otro día, él los llevaba a la escuela y después abría el taller. Siempre nos acompañamos y nos entendimos muy bien".

 

"Nuestras vidas siempre fueron muy sacrificadas, suerte que tengo un buen marido”, aclara orgullosa.

 

 

Hoy. Mirando fotografías familiares y recordando el casamiento, en la casa de la calle Pringles 1044 de La Toma.

 

 

“Al inyectatorio lo cerré en 2019 por la pandemia y por pedido de mi familia. Sigo conectada con la gente a través de una comisión para chicos con capacidades diferentes, Apadis. Osvaldo de la Rocha nos donó un terreno y el Gobierno nos hizo un edificio nuevo, después de 30 años cumplí mi sueño”, dice la mujer.

 

“La reunión de la mesa familiar siempre es hermosa. Para los aniversarios, cumpleaños o fiestas de fin de año nos juntamos todos, igual los domingos. Es una alegría, a veces estamos solos y comienzan a llegar poniéndole más alegría a la casa, solo empañada por la ausencia de mi nieto Gastón –hijo de Marcelo- que a los 13 años falleció por una tragedia hogareña”.

 

Don Escudero se emociona al recordarlo y entristece su voz: “Nosotros seguimos, pero eso me liquidó y liquidó a la familia. Tenía un altar con todos los santos y un día de mucha bronca, tiré todo a la mierda. No lo podía creer, era un muy buen pibe, creo que no merecíamos pasar por eso”.

 

Jorge Mario cuenta: “Mi padre sufre de maculopatía, pero es muy difícil que vaya al oculista, pese a todo lo llevamos a San Luis y a Mendoza. Nos dijeron que no hay solución, está medicado para contener el avance de la enfermedad”.

 

José María hijo, agrega: “El 12 de enero fueron los 60 años de matrimonio, pero no quisieron festejar y nosotros se lo respetamos. Pese a la desgracia, la familia se reacomodó un poco y respetamos sus silencios, porque nuestro dolor será eterno".

 

“Mi familia me pide que deje, pero quiero instalar un centro de salud, una sala de primeros auxilios, donde el vecino pueda sacar un turno, vacunarse o hacer curaciones. Muchos no pueden llegar hasta el hospital por distintas razones, por salud o por los grandes fríos, yo donaría todo mi instrumental, eso sería como cumplir otro sueño”, dice Mirta.

 

“Nuestro matrimonio fue pasando rodeado de amor y felicidad pese a la adversidad que a veces nos golpeaba. A veces discutimos en esas peleas clásicas de los matrimonios, pero todo muy bien. Nos entendemos a las mil maravillas, nos necesitamos y nos extrañamos cuando uno de nosotros no está”.

 

José María continúa trabajando, Mirta Gladi, como siempre, está a su lado. "Juntos estaremos hasta que Dios nos separe, hemos vivido una vida muy linda, llena de amor y felicidad", dicen.

 

 

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