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Las brujas de Salem

Un hecho inesperado desató uno de los acontecimientos más reconocidos en el mundo, al menos reanimado en películas y escritos: “Las brujas de Salem”.

 

Era febrero de 1692 en Salem. Dos chicas, de 9 y 11 años, empezaron a retorcerse, se quejaron de mordeduras y pellizcos invisibles, y cayeron en trance. Betty era hija del reverendo Samuel Parris y Abigail, su sobrina. El doctor, William Griggs, las examinó y fue terminante en su evaluación: era obra del diablo.

 

El comportamiento errático de las menores ya tenía su explicación oficial. Aunque investigaciones posteriores atribuyeron estas situaciones a ataques de epilepsia o al consumo de un hongo. Lo cierto fue que esto dio comienzo a una persecución religiosa en Salem, Massachusetts.

 

El horror se extendió por el pueblo como una tormenta que amenaza a una ciudad. Poco se conoce de la primera mujer enjuiciada, cuyo testimonio “sirvió de evidencia para comenzar el proceso de exorcismo comunitario”.

 

Pensando en esa despiadada New England del siglo XVII, creer en brujas era habitual y cualquier desgracia económica o enfermedad tenía una explicación, la fácil, eran provocadas por una maldición.

 

En los primeros, menos de dos docenas fueron condenadas por brujería y, aún menos, ejecutadas. Era común que los maridos señalaran a sus esposas, hijas o a sus madres. Los vecinos se apuntaban entre sí. En definitiva, catorce mujeres y cinco hombres fueron ahorcados.

 

Tituba, la esclava que trabajaba para los Parris, fue apuntada como culpable. Aunque la primera vez negó un pacto con Satán, al final, Tituba acabó sosteniendo uno de los testimonios más largos y estrambóticos del caso, lleno de personajes demoníacos, animales cómplices, espíritus malignos.

 

Sostuvo que el demonio fue a ella y le pidió que sirviera. Eso argumentó ante un tribunal. Además, aseguró haber firmado el libro del diablo, e incluso que podía volar. Contó que una comunidad de brujas se extendía por la región, pero nunca dio nombres. Era inquietantemente específica, pero brillantemente vaga.

 

Fue una nueva manera de oponer resistencia al someterse a la voluntad de su abusador. En medio, alimentaba los temores de un complot.

 

Los juicios por brujería se sucedieron durante casi un año y medio, y más de 150 personas fueron encarceladas. La cacería de brujas quedó como un símbolo del fanatismo religioso y sirvió a Arthur Miller para explorar a través de su obra teatral “Las brujas de Salem” el fenómeno del macartismo.

 

Este 8 de febrero se conmemora este hecho.

 

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