12°SAN LUIS - Miércoles 01 de Mayo de 2024

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El doctor del agua fría, el teósofo milagrero

Una suerte de estampita de Francisco “Pancho” Sierra me inmutó. Su barba extensa y de un blanco incognoscible me remontó a los patriarcas ortodoxos que dejan entrever su sabiduría en su apariencia facial. Sin embargo, lejos de todo dogma, el santo gaucho de Pergamino dejó un legado al menos intrigante, impregnado de sapiencia y misterio. ¿Qué lleva a las personas a figurar la trascendencia en él?

 

"Pancho" Sierra nació el 21 de abril de 1831. Pasó a otro plano el 4 de diciembre de 1891. El parapsicólogo Antonio Las Heras relata en “El resero del infinito” que cuando Sierra tenía un año padeció una fuerte bronconeumonía que ningún médico podía revertir. Una noche de tormenta, las ventanas de la casona se abrieron de golpe y unas hojas de olivo bendecidas el Domingo de Ramos, que su madre había puesto en la cuna, cayeron sobre la frente del bebé. Mejoró contra todo pronóstico. Aseveran que fue una señal.

 

Los padres de "Pancho" Sierra murieron cuando él era muy joven y la estancia El Porvenir, donde estaba instalado, quedó a cargo de dos tías. Por entonces, aprendió las tareas rurales. Viajaba seguido a Buenos Aires. Un día conoció a una chica de 16 años, descendiente de pueblos originarios, que sus tías habían tomado como criada. Él tenía 22 años y se enamoró de la adolescente, llamada Nemesia (en aquel tiempo era común, tanto la diferencia de edad como el hecho de tener personas bajo esas condiciones para los quehaceres domésticos).

 

Sus tías no vieron con buenos ojos la relación y lo enviaron a la capital con un pretexto. Cuando volvió, Nemesia se había ido (la obligaron a irse a Córdoba). Cuando finalmente pudo buscarla, la joven había fallecido.

 

"Pancho" Sierra regresó a El Porvenir y su vida cambió por completo. Se encerró en el altillo de la estancia durante siete años, en los que solo salía por las noches para ir hasta el río a meditar. Al pasar los años, empezó a dejarse ver de día, se dejó crecer el pelo y la barba. Una vez, uno de los peones estaba literalmente doblado, con un dolor en el estómago. "Pancho" se acercó, rezó un padrenuestro y le dio de beber agua fría del aljibe de la estancia. El hombre fue sanado.

 

Ahí comenzó su fama de curandero. Dicen que jamás aceptó un solo centavo por los favores de sanación. Incluso, era conocido por ayudar a los necesitados. Era humilde de espíritu. Subrayaba que era Dios el que hacía los milagros.

 

Sierra rezaba un padrenuestro diferente, comenzaba diciendo “Gran Dios del Universo”. Por años, esa frase sembró sospechas sobre su relación con la masonería, que habla del “Gran Arquitecto del Universo”. Amigos masones no le faltaron, como Rafael Hernández, hermano del autor del Martín Fierro, sanador, médium y teósofo.

 

Marcelo Metayer precisa en una nota periodística que las anécdotas se multiplicaron, no solo por las curaciones, también le atribuían clarividencia.

 

Quienes han dado testimonio en la oralidad del devenir remarcaron los ojos profundos del milagrero. Un conocimiento de la fuente viva del cosmos lo posicionó en una conexión con lo místico.

 

En el cementerio de Salto (Buenos Aires), se encuentra el busto de "Pancho" Sierra, donde cientos de devotos le rinden honor. Incluso hay un culto espiritista que ancla sus raíces en él.

 

Ahora bien. Para las religiones monoteístas, este tipo de creencias son denominadas populares y en algún punto imperfectas (siempre desde la cosmovisión del dogma), porque se prioriza a las criaturas antes que al creador.

 

Sin embargo, los devotos no concretan una adoración en sí misma, sino que configuran en estas entidades una suerte de intermediario. Dicen los estudiosos que la religión nace para saldar una triple fractura: con respecto a la naturaleza, con respecto a los seres humanos y a la trascendencia.

 

En la creencia de este tipo de santos populares funcionan los símbolos del sujeto. La persona se crea con esos símbolos y ve en ello el sentido de trascendencia. El Dios lejano, el del firmamento, no resuelve los problemas, sino con una realidad más cercana.

 

Sin dudas, la fe en el gaucho sanador se ve inmortalizada en los que depositan en él su más preciada verdad. ¿Quiénes somos para cuestionar? Al fin y al cabo, como ya se ha dicho en la historia de la humanidad, son pocos los que prefieren la libertad, la mayoría solo quiere un amo bueno.

 

 

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