Las libertades que se toma la música

El festival por el Día Internacional del jazz que se realizó el martes a la noche fue una ocasión propicia para que los amantes del género se reunieran en torno a una serie de placeres impostergables. Además de la música constante y sonante hubo degustación de vinos, un menú de cena de primerísimo nivel y mucha charla. 

Músicos de todos los estilos, amantes férreos del jazz y seguidores de Luis Salinas (que a esta altura deberían conformar una categoría especial dentro de la música argentina) armaron un público de más de 400 personas que destinó la víspera del feriado para ir al Cine Teatro San Luis, pese al frío y al definitorio partido de Boca contra Estudiantes de La Plata.

La música fluyó por todos lados en el coqueto espacio desde temprano, en la tardenoche. En el escenario principal las bandas desfilaron con sets de 20 minutos que constituyeron el tiempo exacto para mostrarse e hicieron que la grilla se respetara a la perfección en cuanto a los horarios. 

En el acumulado de horas de jazz hecho en San Luis pasaron muchos de los subgéneros con una fluidez asombrosa: free jazz, swing, bossa nova, bebop y otras delicias de la música en libertad rellenaron el martes especial. 

De tan variada que fue la grilla sobresalió la delicadeza de “Cuarto creciente”, el despilfarro rítmico de “Vamo viendo swing”, el delirio extremo de Roi Mazías, la propuesta ventosa de “San Luis jazz ensamble” y la experiencia inigualable de “Los maestros del jazz”. 

Músicos que cimentan su carrera en otros géneros -acaso más populares- mostraron su costado jazzero y el conocimiento interpretativo de un género por definición difícil de ejecutar. Emiliano Leyac, Manu Yllanes, Gastón Orona (integrantes de “Los manyines de Cuyo), Diego Tello, Alcides Alcón, el cada vez más enorme Sergio Uriel, Adrián Domínguez (¿el mejor baterista de jazz de la provincia?), Cándido Sanz, Fabio González, “Pato” Rodríguez y Santiago Remedi fueron algunos de los músicos que integraron las agrupaciones que animaron el festival.

En el hall del teatro, mientras la gente brindaba con su vino, tomaba un café o simplemente charlaba, otro escenario más modesto se instaló para que la improvisación siguiera su curso y la música no conociera de frenos.

La elección de Luis Salinas para cerrar un festival de este tipo no pudo ser más acertada. El guitarrista representa hoy por hoy, como pocos en Argentina, la idea de la música sin horma, la posibilidad de crear en vivo y en directo melodías que vuelen en absoluta libertad por todos los rincones del ambiente.

Con su cuarteto, el notable guitarrista cerró su gira en San Luis en un recital de más de dos horas casi totalmente instrumentales en el que las únicas palabras fueron para mencionar a los integrantes de su conjunto tras los extensos solos o para hacer un tímido tarareo que acompañó eventualmente a la instrumentación.

Encarnizado con las seis cuerdas Salinas pareció durante toda la noche desafiar a su público a que se quedara hacia hasta el final del show y si fuera necesario hiciera el esfuerzo de conectar con su punteos. Muchos espectadores perdieron en la disputa y se fueron yendo a medida que las melodías pasaban y que el día del trabajador entraba en carrera.

Sobre el final, a modo de homenaje a la región, Salinas interpretó “Regreso a la tonada”, de Tito Francia y Alberto Tejada Gómez, y reivindicó su manifiesto de música sin fronteras. 

Como sucedió durante todo el concierto y a lo largo de su carrera, Luis expuso en su repertorio folclore, tango, jazz, candombe, bossa y una multiplicidad de géneros que se estacionó en el rock y en la balada cuando su hijo Juan tomó sobre el final del concierto el centro del escenario.